Se une amando, no por la fuerza
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A veces quiero
unir por medio de la fuerza. Con la presión de mis palabras. Pretendo que los
demás piensen como yo, acepten mis puntos de vista, se callen ante mis
decisiones. Pretendo unir exigiendo uniformidad.
Jesús no es
así. Él une amando. No une a la fuerza. No une por presión. No
impone la unidad. Siempre suma, nunca resta.
No necesita que
yo desaparezca, me integra. No polariza, une. No somete mi
criterio al suyo, respeta mi punto de vista.
Hoy me vuelvo a
convencer de que no estoy en guerra con nadie. No hay malos ni buenos.
Simplemente hay personas que no piensan como yo; en las que el bien y el
mal en su interior están en guerra, eso se cierto, y a veces vence en ellos el
mal, no tienen escrúpulos o buscan su propio interés. Pero esos tampoco son mis
enemigos.
Jesús murió
abrazando desde la cruz a los que lo mataban.Murió
perdonando a los que lo insultaban. Esa forma de vivir y morir es la que a mí
me desconcierta.
Yo en seguida
hago grupos, distinciones. Clasifico a las
personas. Buenas y malas. Agradables e insoportables. Los que son como yo y los
que son totalmente distintos. Los que no hacen lo que yo quiero y los que me
ofenden u odian.
Pienso que los
demás están mal y yo bien. No hacen lo correcto y yo sí. Me defiendo,
me protejo, me escondo. Me da miedo que me hagan daño.
Leía el otro
día: “La llamada al amor siempre es seductora. Seguramente muchos
acogían con agrado su mensaje. Pero lo que menos se podían esperar era oírle
hablar de amor a los enemigos. Amar al enemigo es, más bien, pensar en
su bien, ‘hacer’ lo que es bueno para él, lo que puede contribuir
a que viva mejor y de manera más digna”[1].
En el reino de
Jesús no hay enemigos. Se construye la paz. Sé que en la fuerza de su
amor soy capaz de amar a los que no son como yo, a los distintos. Pensar
en su bien. Alegrarme con su alegría.
Me parece
imposible. Sobre todo, si he sufrido el mal en mi carne y el rencor me duele.
Las categorías del reino de Jesús son otras. No son las mías.
Comenta el papa
Francisco: “Otra manera para amar a tu enemigo es esta: cuando se
presenta la oportunidad para que derrotes a tu enemigo, ese es el momento en
que debes decidir no hacerlo”.Una forma de construir perdonando.
El perdón es
signo del amor de Jesús. Un amor que parece imposible llevado a ese extremo.
¿Cómo puede perdonar alguien mientras muere?
Mi corazón se
rebela contra la injusticia. Me duele tanto el mal, el odio, el dolor de
los hombres, el dolor que me causan. El desprecio y la difamación.
Me cuesta
aceptar el sufrimiento no merecido. Me parece intolerable. ¿Cómo puedo
cambiar el corazón para perdonar al que me hace daño?
Me gustaría
tener el reino de Jesús en mi interior. Ser capaz de acoger al que no
piensa con mis criterios. Al que no comparte mis puntos de vista. Al que no
me ama como a mí me gustaría.
La Iglesia no
tiene enemigos. Tampoco los tuvo Jesús. Los que odian la Iglesia, los
que persiguen a los cristianos, los que no aman a Jesús, no son mis enemigos.
No vivo en guerra con ellos.
Entender esta
forma de ser cristiano no es tan sencillo. No es una guerra. Vengo a
sembrar la paz, a unir los corazones.
Especialmente
pienso en aquellos que están más alejados. Como Saulo antes de llegar a ser
Pablo. Jesús lo abrazó en el desierto.
Así quisiera
abrazar yo al distinto, al que tiene odio en su alma, al que sufre por su
propia herida y por eso hiere y ataca. Esa paz es la que necesita mi
alma. Quiero ser un pacificador y no un hacedor de guerras.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia