La
Universidad Pontificia Comillas organiza una jornada sobre la relación entre
arquitectura y liturgia, entre estética y oración
Foto: Diócesis de Córdoba
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«Yo les digo a mis alumnos
que una iglesia cumple su función cuando una persona la visita y al salir ha
tenido la experiencia de haberse encontrado con alguien, y no con algo.
Es
decir, una iglesia ha de ofrecer a quien entre la experiencia de haberse
encontrado con Cristo; y si no, no es una iglesia», dice Fernando López Arias,
profesor de Teología litúrgica en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz,
en Roma, que participa esta semana en la jornada de estudio Arquitectura
y Liturgia. Claves del siglo XXI para hoy, organizada por la Universidad
Pontificia Comillas.
Para López Arias, el
objetivo esencial del edificio religioso católico «no es el encuentro con la
comunidad, ni tampoco con lo trascendente en un sentido general, o lo totalmente
Otro, sino que una iglesia ha de ser el lugar del encuentro con Jesús vivo.
Si lo consigue, es una buena iglesia; si no, puede ser un bonito espacio sacro,
pero nada más».
Este objetivo se consigue
con una buena combinación de diferentes elementos: «imágenes, iconografía, luz,
color, materiales..», pero además la proyección estética de una iglesia o
parroquia no se limita solo al interior, sino también al exterior del templo,
que «de algún modo debe transmitir al mundo un motivo de esperanza y de
comunicación con Dios», atractivo y reconocible.
López Arias alude asimismo
a la arquitectura eclesial posterior al Concilio Vaticano II, aclarando que el
Concilio «ofrece algunas alusiones, pocas y muy generales, sobre lo que debería
ser el edificio de la iglesia», pero después «se han popularizado mil teorías,
interpretando los textos conciliares de modos muy distintos. Al Concilio se le
atribuyen muchas cosas que en realidad no dijo, y esto ha sucedido también en
liturgia y en arquitectura; por eso hay que hay que relativizar algunos dogmas
sobre este ámbito que en realidad no lo son tanto».
Yendo a lo esencial, los
padres conciliares «señalan que, antes que nada, una iglesia católica es una
casa de oración», dedicada «tanto a la celebración litúrgica como a la oración
fuera de la liturgia». Pero las indicaciones concretas sobre cómo llevar a cabo
este fin no las da el Concilio sino dos instrucciones posteriores de la
Congregación de Ritos, y sobre todo la introducción general al Misal Romano.
50 años después de todo
aquello, a la hora de hacer balance, Fernando López Arias opina que «por
distintas razones este principio de hacer de cada iglesia una casa de oración y
celebración todavía no se ha conseguido», ya que la arquitectura de las últimas
décadas «se centró en los aspectos funcionales celebrativos de la iglesia,
sobre todo en lo relativo a la celebración de la Eucaristía», descuidando
aspectos esenciales como «la oración extralitúrgica» y la concreción simbólica,
«en el interior y hacia el exterior», de la iglesia.
Sin embargo, hay signos de
esperanza, pues estos dos últimos aspectos estéticos del edificio «se han
recuperado en construcciones modernas de los últimos 15 ó 20 años, hasta el
punto de que hoy nadie se conforma con poner un altar sin imágenes o con un
simple crucifijo esbozado. Hoy nadie duda de que una iglesia de nueva
construcción debe tener un programa iconográfico que permita el encuentro con
Jesucristo también a través de lo visual».
Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega