Investigación:
entre los documentos de la causa de beatificación del obispo argentino
asesinado en 1976 está también la carta al nuncio en la que afirmaba haber
recibido amenazas de muerte
El
Papa Francisco lo recordó el pasado 29 de octubre para dar su consejo: «Una
oreja para escuchar la palabra de Dios y otra para escuchar al pueblo». El
obispo de La Rioja Enrique Angelelli, asesinado en 1976, será beatificado en la
ciudad de la que era pastor el próximo 27 de abril de 2019, además de otros dos
sacerdotes (un fraile argentino, Carlos de Dios Murias, y el padre francés
“fidei donum” Gabriel Longueville) y un laico padre de familia (Wenceslao
Perdernera). Todos ellos fueron asesinados en pocos días, durante el verano de
1976, por militares.
Mientras
las circunstancias del martirio de los dos sacerdotes y del laico que
colaboraban con Angelelli no dejan lugar a dudas (fueron asesinados después de
haber sido secuestrados y atados de pies y manos, los primeros dos, y agredido
por un comando mientras se encontraba en su casa con su familia, el
tercero), la muerte del obispo durante mucho tiempo fue considerada un
accidente automovilístico. Una “verdad” oficial, del régimen, a la que
no creyeron desde el principio muchos fieles de La Rioja, pues había muchos
indicios de que se estaba preparando algo nefasto para su pastor, que acabó en
el blanco de los militares por su cercanía a los campesinos y por su anuncio
evangélico siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II y de la Conferencia
del Episcopado Latinoamericano de Medellín. El padre Jorge Mario Bergoglio lo
conoció personalmente en 1973.
En
los últimos meses han surgido sospechas sobre las circunstancias de la muerte
de Angelelli, así como sobre su misión episcopal, que fue obstaculizada por
sectores del catolicismo argentino entusiastas de la dictadura militar y
alérgicos a ciertas enseñanzas de la Doctrina social de la Iglesia, en relación
con la justicia social. Se ha tratado (primero en Argentina y después entre
algunos sitios de internet que pertenecen a la galaxia de medios de
comunicación anti-Francisco) de disminuir la figura de Angelelli,
presentándolo como un “agitador”, un político, un marxista. Lo mismo sucedió,
durante muchas décadas, con el nuevo santo Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo
de San Salvador asesinado en el altar mientras celebraba la Eucaristía.
El
franciscano conventual Murias y el sacerdote francés Longueville, secuestrados
en la base aérea de Chamical, Argentina, el 19 de julio de 1976, fueron
torturados, asesinados y sus cadáveres fueron aliados dos días después.
Wenceslado Pedrera, organizador del Movimiento Rural Católico, fue asesinado en
su casa frente a su esposa y sus tres hijas el 25 de julio de ese mismo año. Su
causa de beatificación llegó a Roma en 2015. Pocos días después de su
asesinato, el obispo Angelelli (18 de julio de 1923 - 4 de agosto de 2976), al
volver de Chamical en donde había celebrado una misa en recuerdo de Murias y
Longueville, falleció en un accidente automovilístico, según lo que la
policía y el tribunal. Pero en julio de 2015, después de que el Vaticano
aportara un documento-clave, un tribunal estatal reconoció que se había tratado
de un homicidio y condenó a cadena perpetua al ex general del ejército Luciano
Benjamín Menéndez, de 86 años, y al ex comodoro Luis Fernando Estrella, de 82
años, reconociéndolos como los autores intelectuales.
A
mediados de julio fueron secuestrados los dos sacerdotes de Chamical. Personas
que habían mostrado credenciales de la Policía Federal se presentaron en la
residencia de las religiosas en donde estaban cenando ambos y se los llevaron.
Los convencieron para que los acompañaran diciéndoles que habrían debido
testificar por algunos jóvenes encarcelados. Los coches en los que se los
llevaron no tenían placas. Las monjas, alarmadas, no denunciara los hechos
porque la policía local las convenció de que no era conveniente. Los
cuerpos sin vida de ambos fueron encontrados dos días después, el 21 de julio,
en un lugar cerca de las vías del tren, a cinco kilómetros del pueblo. Fueron
acribillados. Tenían los pies y las manos atadas. Tenían los ojos
vendados. Una semana después, el campesino laico Pedernera
fue ametrallado en su casa de Sañogasta.
El
obispo Angelelli reunió testimonios sobre estos homicidios y conservaba
consigo, celosamente, la documentación con la cual, se lee en la relación
histórica que se encuentra en las actas del proceso de beatificación, quedaba
claro el «plan sistemático de represión». Desde el 5 de julio de 1976,
pocos días antes de que sus dos colaboradores fueran brutalmente
asesinados, el obispo Angelelli escribió una detallada relación al
nuncio apostólico en Argentina, Pio Laghi (catalogada en las actas de la causa
con el protocolo n. 898/2014 por la Congregación para los Obispos), en
la que explicó que el jefe militar Osvaldo Héctor Battaglia obstaculizaba el
trabajo pastoral de la Iglesia, humillando al obispo, a los sacerdotes, a los
religiosos y religiosas con todo tipo de vigilancia y secuestros, incluso
durante los ejercicios espirituales: «A todos los presos se le hacen las
preguntas fundamentales acera de la relación con el obispo, con los sacerdotes,
religiosas e instituciones de la Iglesia». Los militares suspendieron la
transmisión vía radio de la misa que celebraba Angelelli en la catedral de La
Rioja y la sustituyeron con una que celebraba un capellán militar. Los
militares obligaron al sacerdote arrestado, el padre Ruíz, a escribir desde la cárcel
una carta en contra de Angelelli, quien afirmó: «fue moralmente torturado para
que la escribiera».
«Estamos
permanentemente obstaculizados —escribió Angelelli al nuncio— para cumplir con
la misión de la Iglesia. Personalmente, los sacerdotes, las religiosas, somos
humillados, requisados y allanados por la policía con orden del ejército. Ya no es fácil hacer una reunión con los
catequistas. Todo este proceder surge principalmente del ejército y de la
persona del jefe y del segundo jefe: Pérez Battaglia y Malagamba. El jefe de
policía, mayor de Césari, al “demorar” a seis religiosas entre las que estaba
la Provincial de las Azules, Madre María Eugenia, públicamente se les dijo que
eran sospechadas y que el mayor ideólogo marxista era el obispo. (¡ridículo!). Pero
hasta esto llegamos. Me aconsejan que se lo diga: nuevamente he sido amenazado
de muerte. Al Señor y a María me encomiendo. Sólo se lo digo para que lo sepa»,
pero considerar estos hechos «no significa que no debamos mirar todo desde la
Fe y con una gran paz interior y con esperanza cristiana». Hay que
notar el fragmento en el que Angelelli se refiere a las amenazas de muerte y
explica al nuncio apostólico que no eran las primeras que recibía.
«No
es una novedad lo que informo —se lee en la relación del obispo a monseñor
Laghi—, pero es una realidad dolorosa de la que me duele muchísimo. Nuestra
cárcel está repleta de detenidos. Personas honorables; padres de familia; gente
sencilla, están dentro muchos de ellos por el solo “delito” de ser miembros
fieles y conscientes de la Iglesia […] Una
novedad para La Rioja: se tortura asquerosamente. Quiero volver a un asunto del
que le hablé la última vez: la misión de la Vicaría Castrense, en estas
circunstancias que vivimos y las relaciones con la diócesis. Después
de la entrevista con el general Menéndez y el general Vaquero en el Comando del
III Cuerpo del Ejército en Córdoba, comprendí lo que significa que nuestros
militares se sientan “cruzados de la fe” y sientan que hay que unir cruz y
espada para matar a los enemigos de Dios y de la Patria. Me lo dijo con esas
palabras y convencido, en una conversación amable. Señor nuncio, ¡pensemos a
tiempo todo esto para no tener que lamentar consecuencias dolorosas en un
futuro muy próximo! ¡No quiero pintar negro el horizonte!».
Desgraciadamente
Angelelli no estaba pintando de negro el horizonte, sino simplemente anunciando
(y no había que ser profeta para hacerlo) lo que estaba por suceder. E indicaba
nombre y apellido de los autores intelectuales. En otra carta al nuncio, del 27 de julio, el obispo
informó al representante del Papa sobre los asesinatos de los dos sacerdotes y
del laico, hablando, a pesar de todo, de «paz y esperanza». Pero también
añadió: «Se está investigando. Creo que necesitamos garantías para que tenga
resultado positivo. Juzgo que obstaculizarán determinados intereses para que no
camine». En esa misma carta, Anglelelli pidió un encuentro con el
nuncio, para «brindar más elementos de juicio». No habría tenido la posibilidad
para reunirse con Laghi, pues su vida estaba por ser troncada, y los documentos
que había reunido fueron secuestrados por los militares.
El
27 de julio de 1976, el padre Giorgio Morosinato, Custodio Provincial de los
conventuales, escribió al Ministro general de la Orden, escribió una carta al
Ministro General de la Orden, el padre Vitale Bommarco, sobre el asesinato de
los dos sacerdotes. El documento fue encomendado a la nunciatura apostólica de
Buenos Aires para que llegara a Italia sin ser interceptada: «No tenemos
dudas de que el doble delito fue perpetrado directamente o mediante mercenarios
por la extrema derecha», ni de que quien asesinó «ha obrado con la protección o
el favor de la policía local. El pueblo repite unánimemente que todo es obra de
dos altos oficiales dela base de Chamical». En relación con los homicidios,
el padre Morosinato, después de haber hablado con Angelelli, escribió: «No
pudiendo, por muchas razones, golpear directamente a la persona del obispo
local, toman represalias contra alguno de sus ayudantes. EL obispo ha
tenido serias dificultades con dos oficiales de la Base de Chamical por motivos
religiosos y de jurisdicción. Además, el clero indicaba que tanto la policía
como el ejército consideran a Mons. Angelelli y al clero de izquierdas o
directamente comunistas».
Otra
de las razones que cita el superior franciscano en su texto, que ahora
pertenece a los documentos de la causa, es la «venganza en contra de los dos
sacerdotes» y «particularmente contra el padre Carlos, que siempre, en público
y en privado, defendía al obispo y, sin medias tintas, predicaba el
Evangelio según la actualización proclamada por el Vaticano II y por Medellín».
También se quería «dar una lección al clero argentino que no se encontraba en
la sintonía política impuesta por este nuevo gobierno. Se pretende on estos dos
asesinatos cerrar las bocas. Por supuesto, ni el padre Carlos ni el padre
Gabriel Longueville pertenecían a la izquierda, ni usaban armas. Además,
el padre Carlos había participado con el papá en varias campañas electorales a
favor del partido radical (partido del centro).
Es más, se puede decir
que eran anti-comunistas. Examinando la actividades de los dos sacerdotes, su
predicación (el padre Carlos dejó escritas todas sus prédicas
dominicales de estos últimos meses), el obispo y el clero local hemos
concluido, reunidos todos en Chamical, que los dos sacerdotes, fueron
martirizados porque no tuvieron miedo de predicar el Evangelio como la Iglesia
y el Papa quieren que sea predicado hoy y por haberse puesto de la parte de los
humildes que no tienen ninguna posibilidad de hacerse escuchar. Y esto
explica por qué el gran afecto que la gente de Chamical nutría por sus dos
sacerdotes y por qué ahora los siente como santos y protectores. Todo nos hace
sospechar que la persecución continuará».
Angelelli
escribió al nuncio Pio Laghi sobre las amenazas de muerte que había recibido.
Después de los brutales homicidios de julio de 1976, perpetrados contra
personas cercanas a él, se dio cuenta de que las amenazas eran inminentes y las
había aceptado. El entonces vicario, el padre Arturo Pinto, al describir los
últimos días de vida del obispo indicó que estaba consciente de ser el próximo
en la lista de los militares y, al mismo tiempo, su determinación a no escapar
o establecer acuerdos, según expresó el mismo obispo en una reunión del 3 de
agosto de 1976: «En esa reunión, quienes estábamos, le insistimos que
tomara distancia porque teníamos miedo por su vida, a lo que él contestó, entre
otras cosas: “El pastor no abandona a sus ovejas… A mí me buscan y me
encontrarán”» (“Summarium Testium Angelelli”, teste XXIII, §
186).
Sor
Angélica dos Santos se reunió con Angeleli durante los últimos días de julio y
los primeros de agosto de 1976. Su testimonio, en las actas de la causa,
confirma lo que afirmó Pinto: «en esos días precedentes, en una oración de
Laudes que se prolongó mucho, al final él hizo un círculo-espiral que mostraba
que estaba por tocarle finalmente a él, después de los curas. Como el apóstol
Pedro, yo me negaba a aceptar esa posibilidad. Él, como Jesús, me reprochó
duramente […] Le dijeron la noche anterior: “Prelado, deje La Rioja, tome un
colectivo y váyase a Córdoba”. Pero él no quiso. “Si persiguen a las ovejas, el
pastor no puede huir”».
También el padre Sebastián Antonio Glassman estaba en
esa reunión y confirmó estos detalles, añadiendo que Angelelli recomendó a
todos la necesidad de seguir ofreciendo testimonio de los valores evangélicos
con valentía, pero al mismo tiempo con la necesaria prudencia: «a nosotros nos
aconsejó prudencia, no provocar, no hacernos los héroes, cuidad a
nuestro pueblo, no hablar demasiado, porque la gente sabía lo que éramos,
pensábamos y no necesitaba que nos hiciéramos los profetas». El padre
Miguel Ángel López, como otros testigos citados, confirma plenamente la
conciencia del obispo de ser el objetivo principal de los militares después de
los asesinatos de los dos sacerdotes y del laico. Otro testigo, Miguel
Argentino Pérez Gaudio, cita otras palabras de Angelelli: «Era valiente. “Mirá,
Miguel, no sé para cuánto tengo, me van a matar”, llegó a decírmelo». «Nos
parece que las afirmaciones de los testigos —se lee en la “Positio”— no dejan
lugar a ninguna duda legítima sobre la disponibilidad del Siervo de Dios a dar
la sangre por amor de Cristo».
El
3 de agosto, Angelelli se reunió con sus más cercanos colaboradores y, según lo
que recordó Pinto, expresó ser consciente de que su destino ya estaba marcado:
«En esta reunión, quienes estábamos, le insistimos que tomara distancia porque
teníamos miedo por su vida […] Y dijo: “Ahora me toca a mí”». En el ámbito de
la misma reunión, el obispo pidió al entonces sacerdote Pinto que lo acompañara
de vuelta a su sede. Los eventos del día siguiente fueron descritos con
bastante precisión por el testigo. Este último indicó que revisó muy
bien todo antes de salir y se aseguró de que el vehículo estuviera en buenas
condiciones. Por lo tanto, después de haber almorzado en la casa de algunas
religiosas, hacia las 15 él y Angelelli decidieron ponerse en marcha.
Considerando
la situación, tomaron un camino para evitar cualquier contacto con la entrada
de la CELPA (“Centro de Ensayo e Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsadosˮ, unidad operativa de las fuerzas aéreas argentinas en La Rioja, que en esa
época estaba bajo el comando de Luis Fernando Estrella y Lázaro Aguirre). Al llegar a Punta de los Llanos, a 32 kilómetros de
Chamical, se verificó el accidente: «Pasado el paraje mencionado de Punta de
los Llanos […] vi sorpresivamente —afirmó Pinto— como un segundo
vehículo de tamaño mediano y color claro que nos daba alcance y de manera
brusca y rápida nos cerraba el paso. En ese momento alcancé a escuchar un gran
reventón perdiendo el conocimiento, que recobré al día siguiente
cuando salía del hospital de Chamical hacia Córdoba».
Los documentos que el obispo llevaba
consigo nunca fueron encontrados. En el juicio penal instruido a finales de
diciembre para esclarecer los hechos testificó también Rodolfo Peregrino
Fernández, secretario privado del entonces ministro del Interior Albano
Harnguindeguy. Fernández afirmó que dos días después de la muerte de Angelelli
los documentos en cuestión fueron llevados al Ministerio del Interior, en
Buenos Aires y que allí se depositaron como documentos reservados.
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
Fuente:
Vatican Insider
