1. La oración en el huerto
Oprime tu alma tremendo
peso
Los pecados y el sueño
ajenos,
Inundan con tu sangre el
suelo
Va un amigo del cielo al
consuelo
Oro y te miro: te
yergues sereno.
Oprime tu alma tremendo
peso, ¿qué peso? Jesús sabía perfectamente lo que iba a suceder, pero eso no
era lo que más le hacía sufrir, ya que Él vivía el momento presente, y muchas
veces animó a sus discípulos a hacerlo así (cfr. Mt 6, 34).
La persona que piensa en
lo que va a sufrir, sufre el doble ya que anticipa con la imaginación su dolor
y luego lo vuelve a sufrir cuando éste llega. Jesús no andaba esa noche
imaginándose cada uno de los sufrimientos que iba a soportar: los azotes, las
burlas, las espinas... las caídas con la cruz, los clavos... la mirada de
María sufriendo junto con Él.
No era ese peso el que
le oprimía el alma, sino el pecado, los pecados, mis pecados, todos los pecados
de la historia, todos. Tantos son que le hacen sudar sangre, empieza la
expiación: hay que pagar un precio infinito, sólo el Infinito lo puede pagar...
Pero el culpable es el hombre, no el Infinito, que pague el hombre.
Y efectivamente un
hombre lo pagará: el hombre unido al Infinito, el Infinito en la humanidad que
ha asumido para expiar.
Se apoya Jesús en un
OLIVO. Siente la aspereza de su tronco y queda teñido de rojo como roja
quedará la cruz. Su sangre llega hasta el suelo (cfr. Lc 22, 44). Busca a sus
amigos para descansar en su mirada y compañía, pero ellos están dormidos, se
acrecienta su dolor: Los pecados y el sueño ajenos, inundan con tu sangre el
suelo.
Su humanidad se resiste,
Jesús con su obediencia la incorpora al acto de alabanza a Dios (cfr. Jn 12,
18). Jesús lucha, le cuesta. “En la voluntad natural humana de Jesús está, por
decirlo así, toda la resistencia de la naturaleza humana contra Dios.
La obstinación de todos
nosotros, toda la oposición contra Dios está presente, y Jesús, luchando,
arrastra a la naturaleza recalcitrante hacia su verdadera esencia” (J.
Ratzinger, Jesús de Nazaret II, cap. 6, 5) Cuando el hombre ama a Dios, lo
obedece y entonces recibe la bendición. Jesús obedece a su Padre y recibe el
consuelo celestial, un Ángel lo consuela (cfr. Lc 22, 43), ya que a nosotros
nos ha encontrado dormidos. Va un amigo del cielo al consuelo.
Tras vencer en la
batalla Jesús está listo para consumar su sacrificio y se levanta del suelo con
decisión, manifestando así su entera libertad. Oro y te miro: te yergues
sereno.
Con permiso del autor: Juan Pablo Lira
Fuente: 20 palabras para meditar los misterios del Rosario
