20 PALABRAS PARA MEDITAR LOS MISTERIOS DEL ROSARIO. 1er. MISTERIO DOLOROSO

1. La oración en el huerto

Oprime tu alma tremendo peso
Los pecados y el sueño ajenos,
Inundan con tu sangre el suelo
Va un amigo del cielo al consuelo
Oro y te miro: te yergues sereno.

Oprime tu alma tremendo peso, ¿qué peso? Jesús sabía perfectamente lo que iba a suceder, pero eso no era lo que más le hacía sufrir, ya que Él vivía el momento presente, y muchas veces animó a sus discípulos a hacerlo así (cfr. Mt 6, 34).

La persona que piensa en lo que va a sufrir, sufre el doble ya que an­ticipa con la imaginación su dolor y luego lo vuel­ve a sufrir cuando éste llega. Jesús no andaba esa noche imaginándose cada uno de los sufrimientos que iba a soportar: los azotes, las burlas, las espi­nas... las caídas con la cruz, los clavos... la mirada de María sufriendo junto con Él.

No era ese peso el que le oprimía el alma, sino el pecado, los pecados, mis pecados, todos los pecados de la historia, todos. Tantos son que le hacen sudar sangre, empieza la expiación: hay que pagar un precio infinito, sólo el Infinito lo puede pagar... Pero el culpable es el hombre, no el Infinito, que pague el hombre. 

Y efectiva­mente un hombre lo pagará: el hombre unido al Infinito, el Infinito en la humanidad que ha asumido para expiar.

Se apoya Jesús en un OLIVO. Siente la aspere­za de su tronco y queda teñido de rojo como roja quedará la cruz. Su sangre llega hasta el suelo (cfr. Lc 22, 44). Busca a sus amigos para descansar en su mirada y compañía, pero ellos están dormidos, se acrecienta su dolor: Los pecados y el sueño ajenos, inundan con tu sangre el suelo.

Su humanidad se resiste, Jesús con su obediencia la incorpora al acto de alabanza a Dios (cfr. Jn 12, 18). Jesús lucha, le cuesta. “En la voluntad natural humana de Jesús está, por decirlo así, toda la resis­tencia de la naturaleza humana contra Dios.

La obs­tinación de todos nosotros, toda la oposición contra Dios está presente, y Jesús, luchando, arrastra a la naturaleza recalcitrante hacia su verdadera esencia” (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret II, cap. 6, 5) Cuando el hombre ama a Dios, lo obedece y entonces recibe la bendición. Jesús obedece a su Padre y recibe el consuelo celestial, un Ángel lo consuela (cfr. Lc 22, 43), ya que a nosotros nos ha encontrado dormidos. Va un amigo del cielo al consuelo.

Tras vencer en la batalla Jesús está listo para consumar su sacrificio y se levanta del suelo con decisión, manifestando así su entera libertad. Oro y te miro: te yergues sereno.

Con permiso del autor: Juan Pablo Lira

Fuente: 20 palabras para meditar los misterios del Rosario