OÍR A DIOS Y HABLAR DE ÉL
II. No debemos permanecer mudos ante la ignorancia religiosa.
III. Hablar con claridad y sencillez; también en la dirección espiritual.
«De nuevo,
saliendo de la región de Tiro, vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea,
cruzando el territorio de la Decápolis. Le traen un sordo y mudo, y le ruegan
que le imponga su mano.
Y apartándolo de la muchedumbre, metió los dedos en sus
orejas, y con saliva tocó su lengua; y mirando al cielo, dio un suspiro, y le
dice: Eftétha, que significa: ábrete. Al instante se le abrieron los oídos,
quedó suelta la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Y les ordenó que
no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo proclamaban;
y estaban tan maravillados que decían: Todo lo ha hecho bien, hace oír a los
sordos y hablar a los mudos.» (Marcos
7; 31-37)
I. La liturgia de la Misa es una llamada a la
esperanza, a confiar plenamente en el Señor. El Evangelio (Marcos 7, 31-37)
narra la curación de un sordomudo. En este pasaje podemos ver una imagen de la
actuación del Señor en las almas: libra al hombre del pecado, abre su oído para
escuchar la Palabra de Dios y suelta su lengua para alabar y proclamar las
maravillas divinas.
En el Bautismo, el Espíritu Santo nos dejó libre el oído para escuchar
la palabra de Dios, y nos dejó expedita la lengua para anunciarla por todas
partes: Y esta acción se prolonga a lo largo de nuestra vida. Nosotros
escucharemos la palabra de Dios y la transmitiremos si tenemos el oído atento a
las continuas mociones del Espíritu Santo y si tenemos la lengua bien dispuesta
para hablar de Dios sin respetos humanos.
II. Muchos tienen los oídos cerrados a la Palabra de
Dios, y muchos también quienes se van endureciendo más y más ante las
innumerables llamadas de la gracia. Nuestro apostolado paciente y tenaz, lleno
de comprensión, hará que muchas personas escuchen la voz de Dios.
Los cristianos no podemos permanecer mudos cuando debemos hablar de Dios
y de su mensaje ante las muchas oportunidades que el Señor nos pone para que
mostremos a todos el camino de la santidad en medio del mundo. Los demás lo
esperan, y les defraudamos si permanecemos callados.
Muchos son los motivos para hablar de la belleza de la fe, de la alegría
incomparable de tener a Cristo, especialmente ahora ante la avalancha de ideas
y de errores doctrinales y morales ante los cuales muchos se sienten
indefensos. ¿Acaso vamos a permanecer impasibles? La misión que recibimos en el
Bautismo hemos de ponerla en práctica durante toda la vida, en toda
circunstancia.
III. También la lengua se ha de soltar para hablar con
claridad del estado del alma en la dirección espiritual, siendo muy sinceros,
exponiendo con sencillez lo que nos pasa, los deseos de santidad y las
tentaciones del enemigo, las pequeñas victorias y los desánimos, si los
hubiera.
El oído ha de estar libre para escuchar atentamente las muchas
enseñanzas y sugerencias que nos quiera hacer llegar el Maestro a través de la
dirección espiritual (R. GARRIGOU LAGRANGE, Las tres edades de la vida
interior) Con sinceridad y docilidad, la batalla está siempre ganada.
La Virgen siempre tuvo el oído atento para escuchar la voluntad de Dios.
Pidámosle que nos enseñe a oír atentamente lo que nos dice de parte de Dios, y
a ponerlo en práctica.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org