Este 9 de agosto se ha conmemorado el
martirio de siete jóvenes religiosos durante la Guerra Civil Española. En
Colombia poco se sabe de ellos.
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Infortunadamente,
el 9 de agosto de 1936, en Barcelona, encontraron la muerte a manos de un grupo
de asesinos que en el momento más cruento de la Guerra Civil los fusiló por una
razón elemental: eran religiosos católicos.
La
historia de estos hermanos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios había
empezado seis años atrás cuando sus superiores dispusieron su viaje a España
para fortalecer sus estudios religiosos y profundizar sus conocimientos en
enfermería, especialmente, en la atención de pacientes con enfermedades
psiquiátricas.
En
entrevista con Aleteia, el
padre Dayro Norley Meneses, delegado general para América Latina de la Orden,
contó que en España ellos debían poner en práctica el principal carisma de su
fundador, san Juan de Dios: «la asistencia y acogida a los más desvalidos y
enfermos sin mirar sus condiciones».
Los
jóvenes arribaron a España entre 1930 y 1935. El primero en llegar fue fray Luis
Arturo Ayala Niño, en 1930 y cuatro años después lo hicieron Alfonso
Antonio Ramírez Salazar (fray Eugenio), Juan José Velázquez Peláez (fray Juan
Bautista) y Gabriel José Maya Gutiérrez (fray Esteban). En 1935 llegaron los
demás: Luis Modesto Páez Perdomo (fray Gaspar), Raimundo Ramírez Zuluaga (fray
Melquiades) y Rubén de Jesús López Aguilar (fray Rubén).
Eugenio,
Luis Arturo y Esteban tenían experiencia en la atención a enfermos mentales
puesto que habían atendido este tipo de pacientes en el Hospital de Nuestra
Señora de las Mercedes, en Bogotá. Otros habían ingresado muy jóvenes a la
comunidad pero no por ello carecían de conocimientos en actividades igualmente
duras. Por ejemplo, Rubén trabajó en minas de oro y sirvió como enfermero
durante la guerra entre Colombia y Perú (1932-1933), mientras que Melquíades
fue agricultor en la finca de sus padres. El más ducho era Juan Bautista quien
al llegar a España trabajó en sanatorios de Granada y Córdoba. El que menos
bagaje tenía era Gaspar, uno de los más jóvenes, a quien se le trasladó a
Europa tan pronto hizo sus votos.
El sacrificio
En julio de 1936 los
colombianos estaban dedicados de lleno a su tarea en el Hospital
Psiquiátrico San José, de Ciempozuelos, municipio a 35
kilómetros de Madrid. Sin embargo, ante el recrudecimiento de la guerra y la
feroz persecución a la Iglesia católica, fueron advertidos por sus superiores
de regresar a Colombia, por eso el 7 de agosto un sacerdote les suministró en
Madrid los pasajes para ir a Barcelona y luego a su país, mientras que la
embajada les suministró pasaportes especiales y brazaletes tricolores para
recalcar su condición de extranjeros.
Según
una carta oficial suscrita por el cónsul colombiano en Barcelona, Ignacio Ortiz
Solano, los frailes debían llegar a esa ciudad el 8 de agosto, pero no
aparecieron en la estación del tren y nadie dio noticias sobre su paradero.
Después de varias diligencias, por casualidad, un miliciano le informó que
estaban detenidos en la cárcel. En la prisión, pese a exhibir los
documentos que demostraban su nacionalidad, su condición y la protección por
parte de la embajada, le negaron la entrada, aunque le dijeron que al día
siguiente podría entrevistarse con ellos.
El 9 de agosto el diplomático
regresó a la prisión, pero de allí lo remitieron al Hospital Clínico en donde
comprobó que los religiosos habían sido fusilados junto a más de 120 hombres. En su informe a la
Cancillería, Ortiz Lozano describió con indignación cómo encontró en una
putrefacta morgue los cuerpos de aquellos inocentes: «Los ojos estaban fuera,
los rostros sangrantes y todos oprobiosamente mutilados, desfigurados,
irreconocibles, horribles. No tuve palabras para expresar la cólera y resolví
contemplarlos en silencio».
Algunos
testimonios recuerdan que los mártires ―pese a la pena de muerte decretada sin
juicio previo― no lloraron ni dieron muestras de
cobardía y en cambio se dedicaron a orar, cantar y consolar a sus compañeros de
desgracia.
Los
cuerpos de estos muchachos ―oriundos de pequeños pueblos de los departamentos
de Antioquia, Caldas, Boyacá y Huila― fueron sepultados en el cementerio de Montjuic
en una fosa común marcada como ‘Agrupación San Jaime 9-11’. En ese lugar una
placa puesta por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios los recuerda con sus
nombres y las fechas de su nacimiento y martirio.
La
causa de beatificación de los Mártires hospitalarios colombianos se desarrolló
entre 1951 y 1956 y su martirio fue aprobado en 1991. Al año siguiente, el 25
de octubre, el papa san Juan Pablo II los declaró beatos y mártires de la
Iglesia junto con otros 64 hermanos de san Juan de Dios sacrificados durante la
confrontación española.
Desde
ese día los
frailes Alfonso Antonio, Luis Modesto, Juan José, Raimundo, Luis Arturo, Rubén
de Jesús y Gabriel José se convirtieron en los primeros beatos de Colombia. Sus
nombres y su terrible muerte por odio a la fe son poco conocidos en el país que
tan solo en sus pueblos natales se les rinden homenajes el 9 de agosto y el 25
de octubre.
Fuente: Aleteia