EN EL TIEMPO DE DESCANSO
II. El descanso del cristiano.
III. Las fiestas cristianas.
“En aquel tiempo, los
apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho
y enseñado. Él les dijo: -«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a
descansar un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban
tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas
fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar,
Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas
sin pastor; y se puso a enseñarles con calma” (Marcos 6, 30-34).
I. En la Primera lectura
nos dice el Profeta Jeremías: Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas (...) y
las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen. La
profecía hace referencia al cuidado y atención del Mesías con todos los hombres
y cada uno de ellos. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas,
leemos en el Salmo responsorial.
El
Evangelio muestra la solicitud de Jesús con sus discípulos, cansados después de
una misión apostólica por las ciudades y aldeas vecinas. Venid vosotros solos a
un sitio tranquilo a descansar un poco, les dice. Y explica el Evangelista que
eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se
marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos. «¡Qué cosas les preguntaría
y les contaría Jesús!».
Nuestra
vida, que es también servicio a Cristo, a la familia, a la sociedad, está
repleta de trabajo y de dedicación a los demás. Por eso no podemos extrañarnos
si experimentamos la fatiga y sentimos la necesidad de descansar. En el tiempo
libre recuperamos fuerzas para servir mejor y evitamos daños innecesarios a la
salud que, entre otras cosas, repercutirían en quienes nos rodean, en la
calidad de lo que ofrecemos a Dios y en la propia tarea apostólica: en la
atención debida a los hijos, a la mujer, al marido, a los hermanos, a los
amigos; afectaría a la dedicación a esa labor de apostolado, a la atención y
formación de las personas que quizá el Señor nos ha encomendado.
En
ocasiones, el oportuno reposo constituirá un deber grave. «La cuerda no puede
soportar una tensión ininterrumpida, y las extremidades del arco necesitan un
poco de relajación, si se quiere poder tensar el arco de nuevo sin que se haya
vuelto inútil para el arquero». El Señor quiere, en lo que depende de nuestra
parte, que pongamos los medios para estar en buenas condiciones físicas, pues
es mucho lo que espera de todos. «¡Cuánto nos ama Dios, hermanos ‑exclamaba San
Agustín-, pues cuando descansamos nosotros, llega a decir que descansa Él!».
Pero
hemos de distraernos como buenos cristianos, santificando, en primer lugar, esa
pérdida de fuerzas, amando a Dios en la fatiga, aun prolongada, cuando por
determinadas circunstancias debamos seguir en la tarea de siempre. Entonces nos
consolará, de modo muy particular, acudir al Señor, que en tantas ocasiones
terminaba sus jornadas extenuado. Él nos comprende bien.
II. Muchos días, quizá en
largas temporadas, sentiremos la dureza de no encontrarnos bien y de tener que
sacar adelante el negocio, la casa, el estudio... No nos debe desconcertar
nuestra situación: es parte de la flaqueza humana y señal muchas veces de que
trabajamos con intensidad. «Vienen días -confesaba Santa Teresa con gran
sencillez- que sola la palabra me aflige y querría irme del mundo, porque me parece
me cansa todo». También esos momentos deben ser para Dios, también en esas
situaciones el Señor está muy cerca, y quiere que tomemos las medidas que en
cada caso sean oportunas: acudir al médico, si es necesario, y obedecer sus
indicaciones; dormir un poco más; dar un paseo o leer un libro sano...
Son
circunstancias que el Señor permite para que ahondemos en el desprendimiento de
la propia salud, para crecer en caridad, esforzándonos por sonreír, aunque nos
resulte costoso, incluso muy costoso. El ofrecimiento de esa situación a Dios
puede ser de un valor sobrenatural de gran mérito, aunque el corazón parezca
seco y sin fuerzas para los actos de piedad.
Venid
vosotros... y descansad un poco, nos dice el Maestro. Lejos de centrar la
atención en el propio yo, también en el descanso buscamos a Cristo, porque en
el Amor no existen vacaciones. «A cualquier lugar que se dirija el hombre, si
no se apoya en Dios, hallará siempre dolor», nos advierte San Agustín. Al menos
el dolor de haberle dejado a Él a un lado.
El
tiempo de vacaciones no debemos emplearlo en no hacer nada. «Descanso significa
represar: acopiar fuerzas, ideales, planes... En pocas palabras: cambiar de
ocupación, para volver después -con nuevos bríos- al quehacer habitual». Ese
tiempo ha de suponer un enriquecimiento interior, consecuencia de haber amado a
Dios, de haber cuidado con esmero las normas de piedad, y de haber vivido
también la entrega a los demás, tratando de fomentar el olvido de nosotros
mismos; deben ser días en los que especialmente procuramos hacer la vida más
amable a quienes nos rodean. Su alegría y su felicidad constituirán una buena
parte de nuestro descanso.
Hoy
son muchos quienes dejan su vida sobrenatural a un lado al elegir,
imprudentemente, lugares de vacaciones donde el ambiente moral se ha degradado
de tal modo que un buen cristiano no puede frecuentarlo, si desea ser
consecuente con su vida cristiana. Sería triste que una persona que
habitualmente vive de cara a Dios aprobase con su presencia el triste
espectáculo de esos ambientes y se expusiera gravemente a ofender al Señor. Más
grave sería, si se tratara de unos padres, cooperar a que sus hijos y las
personas que de ellos dependen sufrieran en sus almas un daño, muchas veces
irreparable: cargarían sobre sus conciencias los pecados propios y los de los
hijos.
A
muchos podría decir el Señor: «¿Por qué sigues caminando por caminos difíciles
y penosos? El descanso no está donde tú lo buscas. Haces bien en buscar lo que
buscas; pero debes saber que no está donde lo buscas. Buscas la vida feliz en
la región de la muerte. ¡No está allí! ¿Cómo es posible que haya vida feliz
donde ni siquiera hay vida?».
Aunque
en algunos ambientes se haya olvidado la doctrina moral de la cooperación al
mal, nosotros, que deseamos ser buenos cristianos y que muchos otros lo sean,
la recordaremos, con oportunidad y con espíritu positivo, a nuestros amigos y
compañeros. No olvidemos que, aunque el descanso es un deber, no lo es de un
modo absoluto, y que el bien del alma, propia y ajena, está por encima del bien
corporal.
En
un cristiano que desea conducirse en unidad de vida, no quiere Dios un tiempo
en el que reponerse físicamente significara para el alma quedar enferma, rota
o, al menos, empobrecida. Además, con un poco de buena voluntad, siempre será
posible encontrar o crear lugares y modos en los que se pueda descansar
teniendo a Dios muy cerca, en nuestra alma en gracia, aprovechar el tiempo para
reforzar amistades y realizar un apostolado fecundo.
III. «Los cristianos deben
colaborar para que las manifestaciones culturales y las actividades colectivas,
que son características de nuestro tiempo, se impregnen de espíritu humano y
cristiano». Es tarea nuestra abrir horizontes nobles y gratos a una sociedad en
la que muchas personas gozan de más tiempo libre debido a la tendencia de las
legislaciones a disminuir la jornada de trabajo, con fines de semana más
largos, mayor tiempo de vacaciones, etc.
Hemos
de enseñar también el sentido esencialmente religioso que tienen las fiestas,
sin el cual quedarían vacías de contenido: Navidad, Semana Santa, domingos y
demás fiestas del Señor y de la Virgen. Éste es un apostolado que nos urge,
pues cada vez son más los que aprovechan estos días para evadirse de los
deberes cotidianos y, quizá, para alejarse más de Dios.
Las
fiestas tienen una importancia decisiva «para ayudar a los cristianos a recibir
mejor la acción de la gracia divina y permitirles responder a ella más
generosamente». La Santa Misa es «el corazón de la fiesta cristiana», y en ella
hemos de ofrecer todo lo que constituye el día. Nada tendría sentido si se
descuidara este primer deber para con Dios, o si se relegara a una hora que
sólo llenara un hueco del día, repleto de otras actividades a las que se
consideraría como más importantes. Revelaría al menos poco amor de Dios en un
cristiano que quiere tener a Dios como verdadero centro de su vida. Para Él ha
de ser lo mejor, especialmente cuando celebramos una fiesta, aunque para eso
tengamos que llevar a cabo un cambio de planes. Si somos generosos, sentiremos
la alegría profunda de quien ha correspondido al amor de su Padre Dios.
Cuando
Jesús se dirigió en una barca con los suyos a un lugar apartado -continúa el
Evangelio de la Misa-, muchos los vieron marchar y fueron allá a pie, y
llegaron antes que ellos. Al desembarcar, vio Jesús una gran multitud, y se
llenó de compasión, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a
enseñarles muchas cosas. No pudieron descansar aquel día, ni Jesús ni sus
discípulos. Nos enseña aquí el Señor con su ejemplo que las necesidades de los
demás están por encima de las nuestras.
También
nosotros, ¡en tantas ocasiones!, habremos de dejar el descanso para otro
momento, porque otros esperan nuestra atención y nuestros cuidados. Hagámoslo
con la alegría con que el Señor se ocupó de aquella multitud que le necesitaba,
dejando a un lado los planes que había proyectado. Es un buen ejemplo de
desprendimiento que debemos aplicar a nuestras vidas.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org