Cuando san Pablo reflexione sobre su ministerio dirá que cuando es débil
entonces la fuerza de Dios se manifiesta en él
Apóstol significa enviado. Jesús
envía a los Doce con autoridad sobre los espíritus inmundos. Los envía de dos
en dos. Y les encarga que lleven un bastón, y nada más. Ni pan, ni alforja, ni
dinero suelto en la faja. Que lleven sandalias pero no única túnica de
repuesto.
¿A qué tanta pobreza y
escasez de medios? Para que brille la fuerza del Evangelio de la que son
investidos y el poder que han recibido directamente de Cristo para proclamar el
Reino de Dios. Así no se confundirán los dones de Cristo con los medios
humanos. En realidad, esta pobreza es sobreabundancia de dones.
Jesús no promete el éxito de
la misión, aunque dice el Evangelio que echaban muchos demonios y curaban
enfermos al ungirles con aceite. Cristo no asegura el éxito a los Doce ni a los
que envía. Les asegura más bien persecuciones, luchas y rechazos. Sin embargo,
desde el inicio a nuestros días, el Evangelio ha arraigado en los pueblos y
culturas que se han abierto a la predicación de los enviados por Cristo.
Esta primera misión de los
apóstoles es presentada por Marcos como el paradigma de toda misión. Nos
equivocamos, por tanto, cuando cambiamos el método de Cristo y ponemos el
acento en los medios y el interés en el éxito. Es la trampa del apóstol: pensar
que la fuerza de su misión reside en sí mismo y en los medios que posee. Nunca
como hoy, la Iglesia ha poseído tantos medios para evangelizar, es cierto.
Pero podemos preguntarnos si
el éxito pastoral es proporcional a los medios que posee. ¿Son más vivas nuestras
comunidades? ¿Abundan las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada? ¿Son
más misioneras las familias cristianas, más fecundas? ¿La predicación, la
catequesis, la enseñanza religiosa se dirigen al centro del Evangelio? ¿Es
Cristo y su salvación el núcleo de la predicación? El Papa Francisco nos repite
incansablemente que todo lo debemos centrar en el anuncio del Evangelio, en el kerigma. «Conviene
—dice—ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen
el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso
con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y
atractivo» (EG 34).
Cuando
san Pablo reflexione sobre su ministerio dirá que cuando es débil entonces la
fuerza de Dios se manifiesta en él. Se refiere naturalmente a las debilidades
que rodean la predicación del evangelio. Podemos decir que Cristo ha querido
enviarnos a exponer nuestra debilidad para que resalte más la fuerza del
Evangelio. Aunque el apóstol aparece como un ser débil, en realidad está
fortalecido por la autoridad Cristo y los dones que recibimos de él. ¿Hay algo
más fuerte que la victoria sobre el mal? ¿Hay alguna institución o empresa en
el mundo que tenga asegurado el triunfo sobre el pecado? Los grandes técnicos del
marketing y del éxito comercial ¿pueden compararse a los humildes enviados de
Cristo capacitados por él para derrotar el poder del Maligno?
Todo
es cuestión de confianza en Cristo y en su Evangelio. El bastón que llevamos en
la mano puede compararse al que llevaba Moisés cuando se enfrentaba con el
faraón de Egipto. En él residía la fuerza de la palabra de Dios, que hacía lo
que decía. Es verdad que, como afirma un filósofo, «Dios no tiene el nombre de
éxito», pero esto no significa que su obra fracase, como no fracasó Cristo en
la cruz, a pesar de sus apariencias.
El
apóstol sabe que si en una casa no le reciben, lo recibirán en otra; que la
semilla del Evangelio puede caer entre piedras, zarzas y terreno estéril, pero
allí donde sea acogida con fe, el fruto está asegurado, porque en la cruz de
Cristo, a pesar de su aparente fracaso, el mal ha sido vencido.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia