China.
Tan cerca y tan lejos. Heredera de un imperio milenario, esa nación asiática es
todavía una incógnita para el mundo occidental
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Paolo Vergari enseña a tocar el piano a una niña en
Chongqing,
China, en 2005. Foto: Paolo Vergari
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Su modelo, una sorprendente mezcla entre comunismo y capitalismo, desafía
a la más fina geopolítica.
El renovado protagonismo de este gigante no
atemoriza al Vaticano, dispuesto a acercar posiciones en un tortuoso diálogo
institucional. Mientras tanto, el arte acorta distancias. Y la mirada de un
pianista italiano desafía las convenciones: «No es positivo que exista un
pensamiento occidental único. Y el gran contrapeso puede ser China»
«Cuando regresé a Pekín fue como volver a casa». La
confesión de Paolo Vergari podría sorprender a un incauto. Allí donde los
europeos se sienten incómodos, por diferencia de idioma y comprensión de la
realidad, este artista hijo de campesinos goza de serenidad. Corría el año 2004
y él regresaba a la gran urbe china, por segunda vez en cuatro meses. Un viaje
casual, que le abrió un nuevo mundo. Un compañero violinista le propuso sumarse
a un grupo para ofrecer varios conciertos.
Así inició una exitosa carrera musical en el mercado
chino que le llevó a presentarse en los más importantes teatros no solo de
Pekín, sino también de Shanghái, Cantón, Shenyang, Shenzhen y muchas otras
ciudades. Cuatro años atrás, gracias a una extenuante gira, ofreció con un
grupo 23 conciertos en casi 45 días. Todo un récord. Además, ha dictado clases
magistrales en la Kunming University de Yunnan.
Su mirada del pueblo chino no es la de un improvisado.
«Ellos son fuertes y son conscientes de serlo. Es verdad, esto da un poco de
miedo», reconoce en entrevista con Alfa y Omega. Su voz adquiere
relevancia cuando vuelven a ser noticia las tormentosas relaciones entre la
Santa Sede y China, que llevan más de 70 años de ruptura en sus relaciones
diplomáticas bilaterales.
El 29 de marzo el director de la sala de prensa
vaticana aclaró que no existe «ninguna firma inminente» de un acuerdo entre
ambas partes. Y precisó que el Papa Francisco sigue muy de cerca, en contacto
con sus colaboradores, «los pasos del diálogo en curso». Con esas palabras,
Greg Burke confirmó dos cosas: que hay conversaciones abiertas y que apuntan a
establecer un acuerdo bilateral, aunque no se dará tan rápidamente como se
había especulado.
Por su parte, funcionarios chinos han declarado varias
veces en las últimas semanas que Pekín busca construir una «relación
fructífera» con la Santa Sede. Cercanía que ha despertado recelo y algunas
críticas, tanto en Europa como en Estados Unidos.
¿Qué es la libertad?
Vergari se mantiene al margen de la política y la
diplomacia. Pero es, quizás, el pianista que más sabe de China. No solo porque
permanece en ese país durante largos periodos, con dos o tres viajes por año,
sino porque siente una íntima conexión con aquella cultura. Como un moderno
Matteo Ricci (1552-1610), aquel sacerdote jesuita que logró ser aceptado en la
corte del emperador y hoy es el único personaje occidental reconocido por su
contribución a la historia del país.
«En China puedes hacer muchísimas cosas, pero muchas.
Un músico es valorado y es bien pagado, incluso mejor que en otros países.
Aunque el motivo de mi trabajo ahí es tener relación con otra cultura
totalmente distinta, porque es automático: lo que aquí es negro, allá es
blanco», cuenta.
Reconoce que el pujante desarrollo chino despierta
interrogantes. Y explica, una y otra vez, cómo ningún occidental podría decir
que conoce de verdad al país, uno de los más vastos del planeta. Pero detrás de
estas premisas se anima a proponer reflexiones punzantes. «[En Europa] solemos
decir: “Ahí no hay libertad”. Pero se podría pensar al revés y cuestionar: “¿Ustedes
piensan que tienen libertad de verdad? ¿O es solo una teoría? Entonces algunos
replican: “En China uno no puede hacer lo que quiera”. Entonces pregunto: “¿La
libertad entonces es hacer lo que uno quiera?”».
Su mirada resulta políticamente incorrecta. Ácida.
«¿Nosotros en Occidente somos libres porque podemos portar un arma e ir a
disparar en una escuela? Si pensamos así, no se terminaría jamás la
comparación. En cambio, la cosa cambia cuando se piensa en un contrapeso. Para
mí no es positivo que exista un pensamiento occidental único. Porque nosotros
llegamos a un cierto nivel de cultura, ¿entonces somos los mejores? Aunque en
ambas partes existen situaciones discutibles, que no nos gustan, el camino de
la humanidad es la diversidad».
«Un país que no se doblega»
Ese nuevo protagonismo chino, al que no teme el
Vaticano, es producto de años de una transformación. Lo hace notar Vergari. Él
lo destaca como «un país que no se doblega» sino que es orgulloso y difunde su
cultura. «Para mí eso no está mal, al contrario», precisa. Al mismo tiempo,
señala, en ellos existe un «deseo genuino» de mostrar la propia riqueza al
mundo, sin afán de predominar. «Los veo más interesados en aprender y mejorar»,
pondera.
«Para los chinos, hasta un cierto periodo, todo lo que
estaba fuera de su territorio eran bárbaros. Además en su visión
del mundo existe siempre un hombre fuerte, está implícito»,
precisa. Y recuerda que ese país vivió muchos años de sufrimiento, colonización
y engaño. Después vino una «transformación cultural de conciencia nacional»,
añadió.
«Yo conocía la historia de Mao Tse Tung desde
pequeño. Leí un poco de historia y descubrí que él, en práctica, puso de
rodillas al país. Murieron muchas personas, fue un desastre político y
económico. Pero cada vez que llegaba a China veía esta imagen de Mao y decía:
¿Cómo es posible? Ellos saben lo que hizo, no son tontos. Pero existe siempre
el respeto, la identidad china siempre es más fuerte».
Algo similar ocurre con los chinos en Estados Unidos u
otros países. Su identidad se mantiene arraigada por tres o cuatro
generaciones. Solo después del paso de muchos años ellos se consideran
estadounidenses. «Esto explica por qué los vemos un poco cerrados, es porque la
preservación de la cultura es fortísima», dice.
Andrés Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano
Ciudad del Vaticano
Fuente: Alfa y Omega