No es cierto que toda la Iglesia en Argentina haya
dado la espalda al dolor de los secuestrados durante la última dictadura
militar...
El
24 de marzo miles en la Argentina caminaron y se expresaron en torno a una de
las fechas más emblemáticas de la historia reciente del país, el aniversario
por el inicio del último gobierno militar, iniciado en 1976. Se trata de una
fecha que remueve los sentimientos más hondos de millones de argentinos. Los
sentimientos no son unánimes; muchos lloran aún la perdida de sus seres
queridos, olvidados por la impunidad. Otros, miran con hartazgo una fecha en la
que, creen, la política y la ideología han sacado provecho de más.
Entre
los testimonios dados a conocer en torno al 24, sobresale el de la periodista
Claudia Peiró, que en el portal Infobae https://www.infobae.com/historia/2018/03/24/porque-estuve-presa-y-me-visitaste/ evocó el
testimonio de un obispo con el que ideológicamente no lo unía nada, pero que
expuso su propia vida para interceder por ella cuando estaba presa.
Se
ha cuestionado muchísimo el accionar de los obispos argentinos durante la
última dictadura, señalándose en varios casos omisiones o incluso acuerdos con
violaciones a los derechos humanos que ocurrían en el país. Por esos años, en
el mismo seno de la Iglesia en toda América Latina las discusiones en torno a
las corrientes asociadas a la Teología de la Liberación y las que se oponían a
ella convivían con calles susceptibles de inminentes enfrentamientos,
allanamientos o secuestros.
Cuenta
Peiró que en el marco de ese debate eclesial, el obispo de Resistencia, Chaco,
monseñor José Agustín Marozzi se ubicaba bastante lejos de las corrientes
“progresistas”. Por eso, cuando Claudia, que militaba en la Unión de
Estudiantes Secundarios, fue detenida, dudaba de conversar con el Obispo que
semanalmente celebraba Misa en la Alcaidía. Monseñor Marozzi estaba en su
vereda opuesta. Para colmo, sabía, no veía con buenos ojos las aproximaciones
ecuménicas de su padre.
La
situación de las presas políticas era desesperante. Estaban absolutamente
incomunicadas; ni sabían nada de sus familias, ni sus familias sabían nada de
ellas. Pero monseñor Marozzi tenía con ellas un conmovedor gesto. “Al
terminar la ceremonia, todas se abalanzaron sobre el obispo que entonces sacaba
papelitos de los pliegues de su sotana donde anotaba los mensajes. ‘Fulanita,
tus padres vinieron a verme ayer, están muy bien, te mandan saludos. ¿Qué les
digo?’ Y así con cada una”, recordó Peiró. Eso cada sábado.
En
una ocasión, cuenta la periodista, monseñor Marozzi intentó, quizá por ingenuo,
interceder por todas las presas ante los generales. Los militares advirtieron
pues cuál era la actitud del Obispo tras celebrar las Misas, y comenzaron a
limitarle el contacto con ellas.
Peiró
vivió para contar su testimonio. Muchos, en distintos centros de reclusión de
la Argentina, no. Y sus familias aún los buscan. La situación ha sido por demás
dolorosa para ellos en estos 34 años, lo mismo que para quienes en torno a esos
años sufrieron del accionar guerrillero.
El
dolor no sabe de ideologías, y ha golpeado a abuelas, madres e hijos por
doquier. En el marco de estos dolorosos aniversarios, surgen cada tanto estas
historias que reivindican el valor de la verdad ante el de la desinformación.
No es cierto que toda la Iglesia haya dado la espalda al dolor de los
secuestrados durante la última dictadura militar.
Esteban
Pittaro
Fuente:
Aleteia