LA CRUZ
DE CADA DÍA
I. No puede haber un Cristianismo verdadero sin Cruz. La
Cruz del Señor es fuente de paz y de alegría.
II. La Cruz en las cosas pequeñas de cada día.
III. Ofrecer las contrariedades. Detalles
pequeños de mortificación.
I. Ayer comenzó la Cuaresma y hoy nos
recuerda el Evangelio de la Misa que para seguir a Cristo es preciso llevar la
propia Cruz: También les decía a todos: Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (1).
El Señor se dirige a todos y habla de la
Cruz de cada día. Estas palabras de Jesús conservan hoy su más pleno valor. Son
palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un
Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del
sacrificio. Las palabras del Señor expresan una condición imprescindible: el
que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo (2).
«Un Cristianismo del que se pretendiera
arrancar la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de
que esas prácticas son residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una
época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan sólo de nombre; ni
conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de
Cristo los pasos de los hombres» (3). Sería un Cristianismo sin Redención, sin
Salvación.
Uno de los síntomas más claros de que la
tibieza ha entrado en un alma es precisamente el abandono de la Cruz, de la
pequeña mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio
y abnegación.
Por otra parte, huir de la Cruz es
alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma
mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los
demás, y también una profunda paz, aun en medio de la tribulación y de
dificultades externas. La persona que abandona la mortificación queda atrapada
por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.
Sin espíritu de sacrificio y de
mortificación no hay progreso en la vida interior. Dice San Juan de la Cruz que
si hay pocos que llegan a un alto estado de unión con Dios se debe a que muchos
no quieren sujetarse «a mayor desconsuelo y mortificación» (4). Y escribe el
mismo santo: «Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque
sin la cruz» (5).
No olvidemos, pues, que la mortificación
está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se
torna más humilde para tratar a Dios y a los demás. «Esta es la gran paradoja
que lleva consigo la mortificación cristiana. Aparentemente, el aceptar y, más,
el buscar el sufrimiento parece que debiera hacer de los buenos cristianos, en
la práctica, los seres más tristes, los hombres que "peor lo pasan".
»La realidad es bien distinta. La
mortificación sólo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad y
amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del
dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios, de amarle con esfuerzo. Los
buenos cristianos viven quasi tristes, semper autem gaudentes (1 Cor 8, 10):
como si estuvieran tristes, pero en realidad siempre alegres» (6).
II. « La Cruz cada día.
Nulla dies sine cruce!, ningún día
sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la
que no aceptemos su yugo (...).
»El camino de nuestra santificación
personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino,
porque Dios mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla
dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún
día sin Cruz» (7).
La Cruz del Señor, con la que hemos de
cargar cada día, no es ciertamente la que produce nuestros egoísmos, envidias,
pereza, etc., no son los conflictos que producen nuestro hombre viejo y nuestro
amar desordenado. Esto no es del Señor, no santifica.
En alguna ocasión, encontraremos la Cruz
en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre
económico, en la muerte de un ser querido: «(...) no olvidéis que estar con
Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos
de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las
contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por
fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que
nos llamen locos y que nos tomen por necios.
»Es la hora de amar la mortificación
pasiva, que viene -oculta o descarada e insolente- cuando no la esperamos» (8).
Él Señor nos dará las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa Cruz y nos
llenará de gracias y frutos inimaginables. Comprendemos que Dios bendice de
muchas maneras, y frecuentemente, a sus amigos, haciéndonos partícipes de su
Cruz y corredentores con Él.
Sin embargo, lo normal será que
encontremos la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en
el trabajo, en la convivencia:puede ser un imprevisto con el que no contábamos,
el carácter difícil de una persona con la que necesariamente hemos de convivir,
planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se
estropean cuando más necesarios eran, molestias producidas por el frío o el
calor o el ruido, incomprensiones, una leve enfermedad que nos disminuye la
capacidad de trabajo en ese día...
Hemos de recibir estas contrariedades
diarias con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación:
sin quejarnos, pues la queja frecuentemente señala el rechazo de la Cruz. Estas
mortificaciones, que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si las recibimos
bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto necesitamos, y a mejorar
en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en
santidad. Si las recibiéramos con mal espíritu podrían sernos motivo de
rebeldía, de impaciencia o de desaliento. Muchos cristianos han perdido la
alegría al final de la jornada, no por grandes contrariedades, sino por no
haber sabido santificar el cansancio propio del trabajo, ni las pequeñas
dificultades que han ido surgiendo durante el día.
La Cruz -pequeña o grande- aceptada,
produce paz y gozo en medio del dolor y está cargada de méritos para la vida
eterna; cuando no se acepta la Cruz, el alma queda desilusionada o con una
íntima rebeldía, que sale enseguida al exterior en forma de tristeza y de mal
humor. «Cargar con la Cruz es algo grande, grande... Quiere decir afrontarla
vida con coraje, sin blanduras ni vilezas; quiere decir transformar en energía
moral las dificultades que nunca faltarán en nuestra existencia; quiere decir
comprender el dolor humano, y, por último, saber amar verdaderamente» (9). El
cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio no
encontrará a Dios, no encontrará la felicidad. Rehúye también la propia
santidad.
III. Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo...
Además de aceptar la Cruz que sale a
nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas
mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el
Señor. Para progresar en la vida interior será de gran ayuda tener varias
mortificaciones pequeñas fijas, previstas de antemano, para hacerlas cada día.
Estas mortificaciones buscadas por amor a
Dios serán valiosísimas para vencer la pereza, el egoísmo que aflora en todo
instante, la soberbia, etc. Unas nos facilitarán el trabajo, teniendo en cuenta
los detalles, la puntualidad, el orden, la intensidad, el cuidado de los
instrumentos que utilizamos; otras estarán orientadas a vivir mejor la caridad,
en particular con las personas con quienes convivimos y trabajamos: saber
sonreír aunque nos cueste, tener detalles de aprecio hacia los demás,
facilitarles su trabajo, atenderlos amablemente, servirles en las pequeñas
cosas de la vida corriente, y jamás volcar sobre ellos, si lo tuviéramos,
nuestro mal humor; otras mortificaciones están orientadas a vencer la
comodidad, a guardar los sentidos internos y externos, a vencer la curiosidad;
mortificaciones concretasen la comida, en el cuidado del arreglo personal, etc.
No es preciso que sean cosas muy grandes, sino que se adquiera el hábito de
hacerlas con constancia y por amor a Dios.
Como la tendencia general de la naturaleza
humana es la de rehuir lo que suponga esfuerzo, debemos puntualizar mucho en
esta materia, para no quedarnos sólo en los buenos deseos. Por eso en ocasiones
será muy útil incluso apuntarlas, para repasarlas en el examen o en otros
momentos del día y no dejar que se olviden. Recordemos también que las
mortificaciones más gratas al Señor son aquellas que hacen referencia a la
caridad, al apostolado y al cumplimiento más fiel de nuestro deber.
Digámosle a Jesús, al acabar nuestro
diálogo con Él, que estamos dispuestos a seguirle, cargando con la Cruz, hoy y
todos los días.
(1) Lc 9,
23.- (2) Lc 14, 27.- (3) J. ORLANDIS , Ocho
bienaventuranzas, Pamplona 1982, p. 72.- (4) SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama
de amor viva, II, 7.- (5) IDEM , Carta al P. Juan de Santa Ana,
23.- (6) R. M. DE BALBIN , Sacrificio y alegría, Rialp. 2ª. ed.,
Madrid 1975, p. 123.- (7) J. ESCRIVA DE BALAGUER , Es Cristo que pasa,
176.- (8) IDEM , Amigos de Dios, 301.- (9) PABLO VI, Alocución 24-III-1967
Hablar con Dios -
Francisco Fernández-Carvajal