“Hay un nexo vital entre
la escucha y la fe”
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El Papa
ríe con unos niños en la Audiencia General
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Después
de la homilía, “hay que guardar un hermoso silencio y cada uno tiene que pensar
en lo que ha escuchado”.
El
Papa ha hablado en la Audiencia General, el miércoles, 14 de febrero de 2018,
de la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el Credo, y de la oración
universal, la tercera parte de la Liturgia de la Palabra en la Santa Misa.
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Buenos
días, aunque el día no sea muy bueno. Pero si el alma está contenta el día es
siempre bueno. Así que ¡buenos días! Hoy la audiencia se hará en dos sitios: un
pequeño grupo de enfermos está en el Aula, a causa del mal tiempo y nosotros
estamos aquí. Pero ellos nos ven y nosotros los vemos en la pantalla gigante.
Los saludamos con un aplauso.
Continuamos
con la catequesis sobre la misa. La escucha de las lecturas bíblicas, que se
prolonga en la homilía, ¿a qué responde? Responde a un derecho: el derecho
espiritual del pueblo de Dios a recibir abundantemente el tesoro de la Palabra
de Dios (véase la Introducción al Leccionario, 45).
Cada
uno de nosotros cuando va a misa tiene el derecho de recibir con abundancia la
Palabra de Dios, bien leída, bien dicha y luego, bien explicada en la homilía.
¡Es un derecho! Y cuando la Palabra de Dios no se lee bien, no se predica con
fervor por el diácono, por el sacerdote o por el obispo se falta a un derecho
de los fieles. Nosotros tenemos el derecho de escuchar la Palabra de Dios. El
Señor habla para todos, pastores y fieles. Llama al corazón de los que
participan en la misa, cada uno en su condición de vida, edad, situación. El
Señor consuela, llama, despierta brotes de vida nueva y reconciliada. Y esto,
por medio de su Palabra. Su Palabra llama al corazón y cambia los corazones.
Por
lo tanto, después de la homilía, un tiempo de silencio permite que la semilla
recibida se sedimente en el alma, para que nazcan propósitos de adhesión a lo
que el Espíritu ha sugerido a cada uno. El silencio después de la homilía. Hay
que guardar un hermoso silencio y cada uno tiene que pensar en lo que ha
escuchado.
Después
de este silencio, ¿cómo continúa la misa? La respuesta personal de fe se
injerta en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el “Credo”. Todos
nosotros rezamos el Credo en la misa. Rezado por toda la
asamblea, el Símbolo manifiesta la respuesta común a lo que se ha escuchado en
la Palabra de Dios (véase Catecismo de la Iglesia Católica, 185-197).
Hay un nexo vital entre la escucha y la fe. Están unidas. Esta, -la fe-
efectivamente, no nace de las fantasías de mentes humanas sino que, como
recuerda San Pablo, “viene de la predicación y la predicación por la Palabra de
Cristo” (Rom. 10, 17). La fe se alimenta, por lo tanto, de la escucha y
conduce al Sacramento. Por lo tanto, el rezo del “Credo” hace que la asamblea
litúrgica “recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe,
antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.” (Instrucción General del
Misal Romano, 67). El Símbolo de fe vincula la Eucaristía al Bautismo recibido
“en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y nos recuerda que
los sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia.
La
respuesta a la Palabra de Dios recibida con fe se expresa a continuación, en la
súplica común, llamada Oración universal, porque abraza las necesidades de
la Iglesia y del mundo (ver IGMR, 69-71; Introducción al Leccionario,
30-31). También se llama Oración de los Fieles.
Los
Padres del Vaticano II quisieron restaurar esta oración después del Evangelio y
de la homilía, especialmente los domingos y días festivos, para que “con
la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los
gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y
por la salvación del mundo entero.” (Const. Sacrosanctum Concilium, 53, ver
1 Tim 2, 1-2).
Por
lo tanto, bajo la dirección del sacerdote que introduce y concluye, “el pueblo
ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la
salvación de todos.” (IGMR, 69). Y después de las intenciones
individuales, propuestas por el diácono o por un lector, la asamblea une su voz
invocando: “Escúchanos, Señor”.
Recordemos,
en efecto, lo que el Señor Jesús nos dijo: “Si permanecéis en mí y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Jn 15, 7).
“Pero nosotros no creemos en esto porque tenemos poca fe”. Pero si tuviéramos
una fe –dice Jesús- como un grano de mostaza, habríamos recibido todo. “Pedid
lo que queráis y se os dará”. Y, este momento de la oración universal, después
del Credo, es el momento de pedir al Señor las cosas más importantes en la
misa, las cosas que necesitamos, lo que queremos. “Se os dará”; de una forma o
de otra, pero “se os dará”. “Todo es posible para el que cree”, ha dicho el
Señor. ¿Qué respondió el hombre al que el Señor se dirigió para decir esta
frase: “Todo es posible para el que cree”? Dijo: “Creo, Señor. Ayuda a mi poca
fe”. Y la oración hay que hacerla con este espíritu de fe. “Creo, Señor, ayuda
a mi poca fe”.
Las
pretensiones de la lógica mundana, en cambio, no despegan hacia el Cielo, así
como permanecen sin respuesta las peticiones autorreferenciales (véase St 4, 2-3).
Las intenciones por las cuales los fieles son invitados a rezar deben dar voz a
las necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando el uso
de fórmulas convencionales y miopes. La oración “universal”, que concluye la
liturgia de la Palabra, nos exhorta a hacer nuestra la mirada de Dios, que
cuida de todos sus hijos.
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