Aprendiz de lavandero
Hola,
buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
La
semana pasada me tocaba hacer la colada: una lavadora, otra; dividir la ropa
(la de tender, por aquí; la de secadora, por allá)...
Y,
mientras iba tendiendo las prendas que no admiten secadora, me daba cuenta de
que esto del lavado es todo un aprendizaje. Sí, porque recuerdo las primeras
veces que me tocaba lavar... Ufff, no me imaginaba el desastre que puede
suponer meter unos calcetines rojos junto con toda nuestra ropa de coro (¡que
es blanca!), o una prenda a la secadora sin mirar si era compatible (y que te
salga del tamaño de un niño de 3 meses)... ¡realmente es todo un aprendizaje!
Aprendes
a separar la ropa de color, a estirar bien los calcetines antes de meterlos, a
no meter en la secadora las prendas delicadas... Al final de tantas pruebas
semana tras semana, acabas memorizando las cualidades y necesidades de cada
cosa.
Reflexionaba
y veía que, si de esta manera tan cotidiana aprendemos y comprendemos cómo
tratar una simple prenda de ropa, ¿cómo no hacer lo mismo con las personas con
las que convivimos cada día?
El
amor es así: mira a cada persona como única, y va descubriendo día a día las
delicadezas que necesita, o sabe con quién puede compartir lo que lleva por
dentro y con quién mejor es reservarlo, o cómo acercarse al que le cuesta dar
el primer paso... Y es que el amor también es aprendizaje.
Sólo
el Señor es el único que realmente nos conoce a cada uno completamente. Porque
Él nos ha creado, y, como dice el salmo, “modeló cada corazón y comprende todas
sus acciones”. Por eso es Él quien nos puede ir indicando en esta escuela del
amor cómo llegar al otro, cómo llegar a ver a las personas de nuestro
alrededor.
Hoy
el reto del amor es mostrar tu delicadeza hacia dos personas. Párate unos
minutos y pregúntale al Señor cómo llegar a su corazón, cómo sorprender a esas
personas con un toque delicado, con algo que quizá no se esperen de ti.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma