«He
derramado muchas lágrimas pensando en vuestras lágrimas», confiesa el sacerdote
salmantino Óscar Hernández, en una carta abierta a los padres de Diana Quer
Queridísimos
amigos y hermanos en Cristo Jesús, os escribo esta carta abierta casi como si
me la escribiera a mí mismo, pues todos los sentimientos que siento y
manifiesto son, y así lo confieso, como si yo fuera el padre y la madre de
Diana.
He derramado
muchas lágrimas pensando en vuestras lágrimas. Os escribo como sacerdote que
soy con todo el sentimiento y amor que me inspira Cristo Jesús.
Os confieso que
jamás había llegado a pensar que en esta bendita tierra, que tanto amo, pudiera
haber seres humanos tan criminales… Yo, que he estado como misionero en la
selva amazónica, que aprendí de los indígenas su cultura sana y limpia, me
encuentro ahora con que «el hombre es lobo del hombre». ¡Qué triste y qué malo!
Que conste, queridos padres de Diana, que pido y quiero para el criminal de
vuestra hija todo el rigor de la ley. El tiempo nos dirá si el dolor y las
lágrimas han cambiado el corazón de esa criatura. Veremos si su rostro se
cuartea con el surco de las lágrimas.
Pero hermanos,
si Cristo Jesús viniera hoy a nuestras plazas, alzaría su voz, potente pero
dulce y amorosa, y una vez más oiríamos «Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen». Os invito a ser generosos en el perdón, ninguna otra actitud por
vuestra parte os devolverá a Diana. Es ella, en brazos de Cristo Jesús, la que
quiere que viváis su recuerdo para vuestro bien.
El perdón sana
corazones heridos. Si al final hay arrepentimiento, no le neguéis el vaso de
agua fresca como la buena samaritana a Jesús. El pozo elegido por el perverso
criminal de Diana tiene mucho parecido con la cruz de Cristo, y desde la cruz
Jesús ofreció el paraíso al buen ladrón. Sed generosos y haréis sonreír a
vuestra hija en el paraíso.
En mi santa
Misa de cada día seguiré recordando el sacrificio de vuestra pequeña Diana.
Os quiero de
corazón y comparto mis lágrimas con las vuestras.
Vuestro hermano
en Cristo Jesús.
Padre Óscar
Fuente: Alfa y
Omega