¿Querías ser sacerdote pero
el Señor te puso en la “friendzone"?
Para
los que no entienden del tema, la friendzone es un lugar
simbólico al que envían a aquellos que, luego de haber cortejado a alguien
(y aunque hubiera indicios de “algo más”), ven de pronto cómo se les cierran
todas las posibilidades, pues la otra persona los quiere “solo como
amigos”. Se hacen bromas en Internet al respecto, e incluso aquellos
varones que logran sortear ese primer portazo en las narices son considerados
casi héroes, por haber conquistado y ganado el corazón de la enamorada. En
ambientes de Iglesia nos reímos cuando esa muchacha que se mostró abierta a la
galantería y la conquista nos dice: “te quiero en el amor de Jesús” o “te
amo en Cristo”; una frase mortal para todo enamorado al que le queda claro que
al único afecto al que podría aspirar es a una relación fraterna de hermanos,
como cristianos y como Jesús nos enseña a hacerlo.
Pero también
ocurre en el plano de lo espiritual, sobre todo de lo vocacional. Lo digo
desde primera fila, pero también como testigo de muchos amigos míos, que
habiendo hecho un proceso de discernimiento a la vida consagrada, jornadas
vocacionales e incluso han comenzado su formación en seminarios, conventos y
casas de formación para la vida consagrada… luego de algunos meses e incluso
años se dan cuenta que Dios los ama, los busca, los desea, pero como laicos, no
como esposos consagrados a la manera de sacerdotes y religiosas.
Es
duro el tema, sobre todo porque muchas veces no hacemos bien el trabajo de
acoger a aquellos que regresan, los que no siempre encuentran cabida en las
comunidades. Muchas veces, avergonzados por la situación y la pomposa despedida
de sus grupos y parroquias, deben regresar a la rutina y replantearse la vocación,
ahora como laicos. A ellos, los que el Señor mismo ha enviado a la friendzone,
y también a nosotros que somos parte de comunidades de donde nacen vocaciones y
a donde regresan algunos que tuvieron mala puntería, les dedicamos estas
líneas, no como manual sino como orientaciones pastorales y acogida
amorosa a esta realidad.
1. Siempre serás un
elegido
Todos,
laicos y consagrados, somos elegidos. Todos tenemos una vocación y
todos somos amados por Dios, pero muchas veces la voz de Dios se confunde
entre las palabras de impulso y ánimo que nacen de nuestro propio corazón y
nuestros deseos, de los anhelos de las comunidades de que de entre sus filas
salgan vocaciones y de aquellos que acompañan los procesos de discernimiento
vocacional, que muchas veces ven sus casas de formación vacías y la presión
institucional los empuja a captar nuevas vocaciones cada año.
2. No hay preguntas
tontas, hay tontos que no preguntan
No
quiero sonar autorreferente, pero muchos jóvenes se me acercan con esta
inquietud, la de comenzar o no un proceso de discernimiento vocacional. Seguro
que a varios les causa temor, pues para muchos sería una “lata” si el
Señor les dice que los quiere para Él a tiempo completo, como consagrados. Para
evitar el riesgo de ser llamados realmente por Dios, evitan mirar al cielo y
hacer la pregunta vocacional al Creador. Yo siempre animo a todos a darse
un tiempo y un espacio serio de preguntas vocacionales directas con el
“Jefe”, pues muchos dan por asumido que fueron creados para ser esposos,
esposas y tener hijos; ser profesionales y formar una linda familia. De hecho,
muchos se abren a la posibilidad de que alguno de sus hijos sea llamado por
Dios para la vida consagrada (aun cuando ni siquiera tienen novia y obviamente
no piensan en casarse todavía), pero para ellos el asunto parece completamente
descartado.
Es sano preguntar, pues siendo realistas, estadísticamente hablando, Dios llama a la mayoría de sus hijos a ser laicos y no consagrados; si fuera de otra forma, estaríamos extintos como raza humana. Y eso ocurre a en ambas caras de la moneda: hay consagrados que evidentemente tenían vocación al matrimonio, y esposos y esposas que evidentemente tenían vocación a la vida consagrada. No es emitir un juicio respecto a sus opciones personales, pero por eso, para prevenir posibles “errores de puntería” al momento de tomar decisiones importantes como la de casarse, es buena idea discernir bien, hacerse la pregunta vocacional en serio y no evitarla por temor a recibir un “sí” de parte de Dios. Quizá ellos nunca hicieron la pregunta vocacional en serio y a estas alturas ya es tarde; por lo que son padres y madres mediocres y agentes pastorales con un gran sentimiento de culpa por dejar a sus familias abandonadas mientras hacen sus apostolados.
Es sano preguntar, pues siendo realistas, estadísticamente hablando, Dios llama a la mayoría de sus hijos a ser laicos y no consagrados; si fuera de otra forma, estaríamos extintos como raza humana. Y eso ocurre a en ambas caras de la moneda: hay consagrados que evidentemente tenían vocación al matrimonio, y esposos y esposas que evidentemente tenían vocación a la vida consagrada. No es emitir un juicio respecto a sus opciones personales, pero por eso, para prevenir posibles “errores de puntería” al momento de tomar decisiones importantes como la de casarse, es buena idea discernir bien, hacerse la pregunta vocacional en serio y no evitarla por temor a recibir un “sí” de parte de Dios. Quizá ellos nunca hicieron la pregunta vocacional en serio y a estas alturas ya es tarde; por lo que son padres y madres mediocres y agentes pastorales con un gran sentimiento de culpa por dejar a sus familias abandonadas mientras hacen sus apostolados.
3. La fe es un espacio
para el error
Es
distinto discernir mal que cometer un error. Cuando uno yerra, lo que hace
es elegir el mal en lugar del bien. En cambio, cuando uno está realizando un
discernimiento es más complicado, porque entre las opciones sobre la mesa no
hay cosas malas, sino que hay cosas buenas y cosas
mejores. Discernir bien no es elegir entre lo bueno y lo malo, solo
un tonto elegiría lo malo. Discernir es elegir entre lo bueno y lo mejor; por
eso no siempre es tan claro como nos gustaría. Por lo tanto, si tuviste mala
puntería, debes saber que vas en buena dirección, apuntando hacia el sentido
correcto, solo que no diste de lleno en el blanco. No es saludable caer en la
tentación de sentirse fracasado, equivocado o sin sentido.
Nuestras
comunidades de fe deben ser espacios que nos ayuden a discernir y que nos
acojan cuando no hemos acertado al cien por cien; pues de eso trata la vida
espiritual, de correr riesgos siguiendo al Divino Maestro.
4. La vergüenza es
natural, pero que no te detenga
Es
lógico que quienes han pasado algunos meses o años en su formación como
religiosos, después se sientan abrumados por la situación de tener que
regresar. Sobre todo cuando en todas las misas se rezaba por tu vocación y
hasta la última viejita de tu parroquia sabía de ti y esperaba con ansias el
momento de tu ordenación o de tus votos. Sin dudas esa presión que, sin
quererlo y con amor, nos endosan nuestras comunidades, es muchas veces la razón
que hace que algunos den la pelea durante más tiempo, postergando lo inevitable. Es
de valientes reconocer cuándo no se ha discernido bien, cuando a la luz de la
oración y de los consejos de los más grandes uno decide volver a casa, rearmar
la vida y replantearse la vocación. Por lo tanto, aunque la vergüenza sea un
sentimiento que aflore descontroladamente, intenta que no se apodere de ti y te
mantenga aislado, alejado de todos y haciéndote vivir tu fe en solitario.
5. El llamado universal a
la santidad
Todos
estamos llamados a ser santos. Ahora bien, la forma en que esa santidad se
vive es otra cosa. Quizá la confusión se da porque la mayoría de los santos que
conocemos son consagrados: sacerdotes y religiosas que fundaron reconocidas
congregaciones y órdenes presentes en todo el mundo y cuyo legado espiritual ha
sido de gran bendición para la Iglesia. En cambio es menos frecuente encontrar
estampitas de santos en cuya impresión esté la cara de un profesor, de una mamá
o de un mecánico automotriz (¡aunque los hay!). Que estadísticamente no sea tan
común, no quiere decir que no existan. Desde nuestro camino espiritual de
laicos comprometidos con la Iglesia tenemos las mismas e incluso más
posibilidades de alcanzar la santidad, haciendo lo que nos toca, eso que el
Señor nos ha confiado, siempre que lo hagamos con amor, con fe, de la mano de
la Iglesia y buscando la voluntad de Dios.
6. Todas las vocaciones se
disciernen
Me
ha tocado ver que algunos amigos míos, que incluso tenían novia o novio según
corresponda, en medio de esa relación se sienten llamados por Dios y hoy en día
están en sus caminos de formación a la vida consagrada. Haber encontrado a
la que según tú es la indicada o indicado, no necesariamente es un signo
inequívoco de una vocación al matrimonio y la familia. Seguro que es
complicado tener que decirle a tu novia: «mi amor, este fin de semana no
nos veremos porque iré a jornadas vocacionales». Suena casi como ir a verte con
otra (aunque en este caso es otro, Jesús).
Por
eso es importante discernir todo, no dar nada por asumido, pues la vocación de
ser laico, no es por descarte o porque no saliste elegido para algo mejor, es
una vocación como todas, en la que uno se siente llamado a una misión en
particular y en la cual el Señor también nos pide entregar la vida de forma
total, renunciando todo y abrazándolo a él como el centro de la propia vida.
Por:
Sebastián Campos
Fuente:
Catholic-link.com