COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «NO HACEN LO QUE DICEN»

«El que se enal­te­ce será hu­mi­lla­do, y el que se hu­mi­lla será enal­te­ci­do»

To­da­vía re­cuer­do la pre­gun­ta que me hizo un niño en la ca­te­que­sis con toda la in­ge­nui­dad y sen­ci­llez de los pe­que­ños: «¿Por qué mi pa­dre me dice que vaya a misa y él no va?». In­ten­tan­do echar un ca­po­te al pa­dre, puse cara de in­ge­nuo y le res­pon­dí: «Qui­zás tu pa­dre va cuan­do tú no lo ves». Pero el niño, in­con­mo­vi­ble, re­pli­có: «No, no va». En­ton­ces tuve que ape­lar a las pa­la­bras de Je­sús en el evan­ge­lio de hoy cri­ti­can­do a los es­cri­bas y fa­ri­seos: «ha­ced y cum­plid lo que os di­gan; pero no ha­gáis lo que ellos ha­cen, por­que ellos no ha­cen lo que di­cen». Lo ex­pli­qué como me­jor pude para no des­acre­di­tar al pa­dre del cha­val. 

La ver­dad es siem­pre ver­dad, aun­que la diga quien no la cum­ple. Las pa­la­bra de Je­sús va­len para to­dos los cons­ti­tui­dos en au­to­ri­dad, em­pe­zan­do por mí que ocu­po una cá­te­dra epis­co­pal. Lo más exi­gen­te de pro­cla­mar la ver­dad es la res­pon­sa­bi­li­dad de vi­vir­la. Y cada vez que pre­di­co me pre­gun­to a mí mis­mo si prac­ti­co lo que en­se­ño. El Papa, los obis­pos y sa­cer­do­tes so­mos maes­tros de la fe y, por tan­to, obli­ga­dos a pro­cla­mar la ver­dad evan­gé­li­ca. El men­sa­je que pro­po­ne­mos con­fi­gu­ra nues­tra per­so­na y nos exi­ge prac­ti­car la ver­dad que en­se­ña­mos. Cuan­do no vi­vi­mos lo que pre­di­ca­mos so­mos un obs­tácu­lo, y en oca­sio­nes es­cán­da­lo, para nues­tros fie­les y tam­bién para los no cre­yen­tes que pue­den echar­nos en cara la in­cohe­ren­cia de nues­tra vida, aun­que lo ha­gan de modo in­mi­se­ri­cor­de.

Di­cho esto, la ver­dad siem­pre será ver­dad, aun en la­bios de un pa­dre, maes­tro o pre­di­ca­dor que no se ajus­ta a ella. Son mu­chos los que, am­pa­ra­dos en esta in­cohe­ren­cia de quie­nes es­tán obli­ga­dos a vi­vir lo que en­se­ñan, es ex­cu­san para des­acre­di­tar la ver­dad o exi­mir­se de ella. Tam­bién esto es una for­ma de en­ga­ñar­se a sí mis­mo con la ex­cu­sa del mal ejem­plo de los de­más. El pa­dre te­nía ra­zón di­cien­do a su hijo que de­bía ir a misa. Y el niño acu­día a misa aun­que su pa­dre no fue­ra. La ver­dad es im­po­ne por sí mis­ma, aun­que es más her­mo­sa cuan­do bri­lla en el com­por­ta­mien­to de quien la pro­cla­ma.

En el evan­ge­lio de hoy, Je­sús da la ex­pli­ca­ción de esta fal­ta de cohe­ren­cia en­tre en­se­ñar algo y no prac­ti­car­lo. En su crí­ti­ca a los maes­tros de la ley de su tiem­po, afir­ma que cuan­to ha­cen es para que los vea la gen­te: alar­gan las fi­lac­te­rias y en­san­chan las fran­jas del man­to, bus­can los pri­me­ros pues­tos en los ban­que­tes y si­na­go­gas, que la gen­te les haga re­ve­ren­cias y los lla­me maes­tros. Es de­cir: se han ins­ta­la­do en la va­ni­dad y apa­rien­cia mun­da­na, lo más opues­to a la ver­dad. Quien vive de ta­les pre­su­pues­tos se in­ca­pa­ci­ta para en­se­ñar y asen­tar­se en la cohe­ren­cia de vida.

Por eso, cuan­do Je­sús dice que no lla­me­mos a na­die pa­dre, maes­tro, con­se­je­ro en esta tie­rra, no prohí­be en ab­so­lu­to dar es­tos tí­tu­los a quie­nes ejer­cen di­chas fun­cio­nes. ¿Cómo no voy a lla­mar pa­dre a quien me ha dado la vida? ¿O maes­tro a quien cum­ple con su vo­ca­ción de en­se­ñar? ¿O con­se­je­ro a quien me ayu­da con sus opor­tu­nas ad­ver­ten­cias? En el con­tex­to de sus pa­la­bras, Je­sús quie­re de­cir, en pri­mer lu­gar, que sólo Dios po­see es­tos ca­li­fi­ca­ti­vos en gra­do ab­so­lu­to. Na­die se equi­pa­ra a él; y en se­gun­do lu­gar, que de­be­mos dis­cer­nir si atri­bui­mos es­tos tí­tu­los a quien en su vida une la pa­la­bra al com­por­ta­mien­to, la en­se­ñan­za a la con­duc­ta, y prac­ti­ca él mis­mo los con­se­jos que da.

Je­sús sabe muy bien que ade­cuar la vida a la ver­dad es ta­rea ar­dua y exi­gen­te para toda la vida. Su crí­ti­ca va di­ri­gi­da a quie­nes vi­ven de la apa­rien­cia y de la va­ni­dad mun­da­na, a quie­nes dan la es­pal­da a la ver­dad y, sin em­bar­go, se arro­gan el tí­tu­lo de maes­tros. Por eso, con­clu­ye su en­se­ñan­za con es­tas pa­la­bras: «El que se enal­te­ce será hu­mi­lla­do, y el que se hu­mi­lla será enal­te­ci­do».

+ Cé­sar Fran­co
Obis­po de Se­go­via

Fuente: Diócesis de Segovia