El obispo de Bangassou,
Juan José Aguirre protege a 2.000 musulmanes de una lucha encarnizada
Tenían
el gatillo fácil, vi cómo le abrían la cabeza a varias personas, recogí la masa
encefálica de un muerto de la calle». «Apuntaron el fusil contra mi vientre
pero como tenía la sotana no dispararon». «Pusieron sus botas encima de las
camas y violaron a mujeres y niñas, muchas de ellas, volvieron embarazadas».
«La ONU me pidió que recuperara los cadáveres de sus soldados porque quienes
tenía que hacerlo tenían miedo de acercarse a la zona».
La
historia de Juan
José Aguirre, obispo cordobés de 63 años radicado en Centroáfrica, no
debería ser contada en tercera persona. Juanjo, como le dicen sus allegados,
convive diariamente con la muerte. Cuando decide cargar con cuerpos mutilados
del asfalto para darles sepultura, o cuando le hunden un fusil en el vientre.
Recurre a Dios y cita el salmo 91: «Caerán á tu lado mil, y diez mil a tu
diestra, mas a ti no llegará... ». Juanjo admite que a veces tiene miedo pero
que jamás callará. «Si no, sería un cómplice».
Hace
20 años que Juanjo es obispo de Bangassou, ciudad ubicada en el sureste de
República Centrofricana en la orilla del río Bomu y frente a República
Democrática del Congo. Hace cinco meses su ciudad vivió una auténtica
carnicería. El 13 de mayo miembros de la milicia anti-balaka, que ataca
musulmanes (y a la que erróneamente llaman cristiana) entraron en Bangassou
para disparar a sangre fría a hombres, mujeres y niños. Los anti-balaka son
jóvenes de 17 años, sin estudios, perdidos, indisciplinados y que creen que las
balas van a detenerse antes de penetrarles el cuerpo. Fue Juanjo el que hizo,
literalmente, de escudo humano cuando se encerró junto a 2.000 musulmanes en
una mezquita para proteger sus vidas. Cuando tiene la sotana puesta, las armas
dejan de humear. «Estuve días con ellos en la mezquita, actuaba como un escudo
humano porque si me veían delante del templo no disparaban», cuenta Juanjo.
Juanjo
consiguió salvar a la gente y trasladarla a su seminario. Era el único que
velaba por la seguridad de esas 2.000 almas porque la fuerza especial que mandó
la ONU decidió no avanzar. «Nos ayudaron a sacar los muertos de la mezquita
para que no estuvieran con los vivos, pero a los tres días se marcharon y, por
eso, me llevé a la gente. Llegaron al seminario como un tsunami, invadieron las
salas, los dormitorios, la capilla. Desde entonces, están allí».
Ahora
Juanjo lidia con otros problemas. La gente no puede salir de allí porque los
anti-balaka rodean la zona y la gente se está quedando desnutrida porque la
comida no llega. Las ONG que los ayudaban también se fueron.
Pero
Juanjo no duda un solo segundo. No va a volver a España pese a haber sufrido
tantos ataques, pese a que su vida corre peligro cada segundo, pese a que su
médico le recomendó que no frecuente zonas de alto riesgo tras haber sufrido
tres infartos y tener colocados nueve stents. El dolor de su relato se combina,
inexplicablemente, con una voz cálida y sosegada que aflora cuando habla de
Dios, en el que encuentra toda justificación. «No me quitará la tribulación ,
pero sí que estará allí cuando llegue».
Lleva
27 años en República Centroafricana y tiene muchos enemigos. A los anti-balaka
se suman los seleka. Son grupos armados muy violentos de tipo yihadista que
llegaron al país en 2013 apadrinados por el Chad y los países del Golfo.
Provocaron un golpe de Estado y se pusieron al frente del Gobierno durante
nueve meses pero finalmente fueron expulsados de la capital y ahora están en
Bangassou, donde libran una lucha encarnizada con los anti-balaka.
Mientras
quienes se hacen llamar musulmanes y cristianos se matan a balazos entre sí, el
obispo Aguirre pone su cuerpo para salvar a musulmanes inocentes: mujeres,
hombres, niños…«En República Centroafricana se libra una guerra de baja
intensidad promovida por el gobierno del Chad, el mayor enemigo del país. El
presidente Idriss Déby busca en República Centroafricana minerales que se
venden muy bien en el resto del mundo. Quieren crear un país independiente
musulmán que mire a La Meca con miles de kilómetros de frontera con el Congo,
el país con los mejores minerales del mundo y al que el mundo musulmán radical
quiere hincarle el diente», analiza Juanjo.
«Es la vocación la que
explica todo»
Pero
los anti-balaka y los seleka no son los únicos a los que Juanjo ha intentado
detener con la sotana que actúa, para él, como «un traje militar». En 1997 fue
nombrado provincial de todos los combonianos de República Centroafricana y se
desplazó a la capital, Banghi. Allí vivió «momentos horribles,
indescriptibles». Cuenta que para acabar con un amotinamiento del ejército que
reclamaba mejoras salariales, la Unión Sudafricana envió al país un grupo de
soldados del Chad, los goran. «Son una raza muy violenta, tenían el gatillo
fácil, vi cómo le abrían la cabeza a varias personas, recogí la masa encefálica
de un muerto de la calle». A él también le apuntaron con fusiles, «paso delante
de ellos y les digo que bajen el arma con la certeza de que el Señor me va a
proteger».
Fue
durante esos años terribles cuando Juanjo comprendió el poder de su voz: «Vi
cómo mataban gente indiscriminadamente, cómo disparaban contra civiles acusados
de ayudar a los amotinados. Si me callaba iba a ser un cómplice y por eso
empecé a hablar. Y mi voz los empezó a detener».
Diez
años después de esas imágenes llegaron otras. ¿Peores? Es difícil medir el
horror, la sangre, la muerte...En 2007 entraron a Centroáfrica soldados del
Ejército de Resistencia del Señor fundado por Joseph Kony. «Es un criminal que
ha matado gente en Uganda, Sudán, Congo... Ha quemado poblados, tiene niñas de
9 años de esclavas sexuales que vuelven embarazas, niños soldados...».
Son
considerados una organización extremista cristiana. Juanjo explica que «eran de
nacimiento cristiano» pero que se volvieron criminales. «Querían cambiar el
sistema político ugandés a través de los 10 Mandamientos pero esto les duró dos
semanas. En realidad era un conflicto tribal, el presidente ugandés era de una
etnica y Kony de otra».
Una
vez en República Centroafricana se trasladaron a Obo. «Pusieron sus enormes
botas encima de las camas y violaron a mujeres y niñas, muchas de ellas,
volvieron embarazadas. Nos hicieron vivir un calvario».
Juanjo,
¿cómo hace para llevar esta vida tan terrible?
«Es
la vocación la que explica todo».
J.G. Stegmann
Fuente: ABC