¿Por qué no buscar, en
vacaciones, momentos para hacer silencio y meditar? Podrían darte mucha paz
Jesús sube a lo alto de un
monte a orar, a descansar, con tres de sus amigos: «En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su
hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta».
Jesús busca siempre lugares
apartados en los que descansar. Eso me conmueve. Ama la soledad y el silencio.
No le asusta estar solo. Busca lugares solitarios.
Estoy
acostumbrado a estar con gente. Rodeado de conocidos. En lugares conocidos. Me
asusta la soledad. Duele la soledad, pero también me sana. «La
forma cristiana de vida no libera de la soledad. La protege y la cuida como un
don precioso. Quizás el penoso reconocimiento de la soledad sea un hecho
fundamental en nuestra existencia. Pueda ser un don que debamos proteger y
guardar, porque nuestra soledad nos revela un vacío interior que puede ser
destructivo cuando es mal comprendido, pero lleno de promesas para el que pueda
aguantar su dulce dolor»[1].
En
la soledad asumida es donde Dios viene a mi encuentro. En esa soledad que
duele, en esa soledad que beso. Me duele muy dentro estar tan solo, pero sé muy
bien que ese es el camino para escuchar sus deseos. Jesús quiere hablarme en
los silencios. En los momentos de paz.
Dice
F. Nietzsche: «Perdí la fe en los ‘grandes acontecimientos’, en la
medida que están rodeados de bulla y humo. Y créeme, amigo Bullicio, los
grandes acontecimientos no son nuestras horas más ruidosas, sino las más
silenciosas»[2].
Jesús
busca respuestas y consuelo en el silencio. En lo apartado de un monte. Me
gusta pensar que las vacaciones son una oportunidad para buscar más la soledad
en el monte de mi vida. Pero a veces no lo aprovecho y me lleno de ruidos, de
actividades, de compromisos sociales. En ocasiones no lo puedo hacer de otra
manera, es cierto, me veo forzado por la vida, por la familia, por los hijos,
por los amigos. Y sé que entonces los silencios escasean en el descanso.
Ojalá
pudiera buscar más la soledad, como lo hacía Jesús. Buscarla para mirar hacia
atrás el curso que termina y agradecer por todo lo vivido. Necesito ver desde
arriba mi vida, mirar el paisaje pequeño del curso, mirar el camino trazado,
dar gracias, descansar sin hacer tantas cosas. Con amigos. Con hermanos. Con
familia.
Desde
lo alto del monte la vida que vivo se ve de otra manera. Allí, en esa soledad
sagrada, los problemas son más pequeños y los miedos insignificantes. Es un
momento de descanso para buscar las huellas de Jesús junto a las mías.
¿Cuáles
han sido los regalos que he recibido en este curso? Es la primera pregunta que
surge en el corazón. ¿De qué forma se ha manifestado en mi vida el amor que
Dios me tiene? Hay muchos regalos ocultos en el paso cadencioso de los meses.
Dios me quiere y me da muchas alegrías.
Seguramente
también hay otros regalos escondidos en lo hondo de mis cruces. ¿Cuáles son los
momentos de dolor y cruz que he vivido? La amargura, la tristeza, pueden
embargar mi corazón en momentos de cruz y alejarme del amor de Dios. Es una
pena porque entonces pierdo la esperanza y dejo de mirar lo que me ocurre con
optimismo y paz.
En
las cruces de este año se esconde la mano salvadora de Jesús. Él viene a mi
indigencia, a mi hambre, a mi dolor. Viene a consolarme en medio de mi
aflicción. A sostenerme cuando nada parece darle sentido a mi vida.
Hay
en Tierra Santa, en el Gólgota, una cueva profunda. En ella se ve la grieta en
la roca. Sobre la roca el Gólgota en el que murió Jesús. Es la misma piedra de
entonces. La misma dureza. La misma soledad.
Es
la capilla de Santa Helena donde fue encontrada la cruz de Jesús. Una persona
rezaba así en ese lugar: «Aquí pesa tanto la herida de tantos que
sufren. Han excavado tu roca, Jesús. Han horadado tu montaña. Han encontrado tu
cruz escondida, callada, oculta. Descanso aquí en medio de tu dolor. No me
turbo junto a la cruz. Me da paz este lugar de roca. Estoy solo. Todo es santo
aquí. Todo está lleno de ti. ¡Cuánto silencio en este lugar de noche! Se alegra
mi alma al pensar en ti. Descanso. Ya tengo menos miedo a la cruz. Toco
suavemente tu roca hendida, herida. Gracias Jesús por sostener mi cruz».
Quisiera
mirar así las heridas de estos meses de batalla. Las cruces que han horadado mi
alma. Han dejado una huella dolorosa en la roca de mi alma. Las quiero tocar
con una paz distinta. Con la paz de Jesús en medio de mi vida. En el dolor Él
me habla. Me hace valorar lo más importante. En este año quiero mirar hacia
atrás y dar gracias por mis cruces.
También
pienso en las personas que han sido importantes. En las que me han marcado con
sus palabras y sus gestos. ¿Quiénes han sido? Personas a las que tal vez no he
cuidado tanto. Personas que me han cuidado a mí cuando estaba cansado. Personas
en las que he descubierto un regalo de Dios para mi vida. Quiero agradecer por
tantos que forman parte de mi camino lleno de voces y encuentros. Quiero
mirarlos con misericordia y alegrarme de su presencia generosa. Perdonarlos si
me han ofendido. Perdonarme si les he hecho daño. Y mirar sus vidas como un
regalo que me enriquece.
Por
último, en la poca o mucha soledad de este tiempo, quiero repetir los síes que
tengo que dar de nuevo. ¿Qué sí que me duele tengo que volver a pronunciar ante
Jesús? El sí a mi vida como es, con su pobreza y su grandeza. El sí a mi
fragilidad. El sí a mi fortaleza. El sí a las personas que caminan conmigo.
Mis
síes son esa letanía llena de música que repito con paz en el corazón cada
mañana. Quiero a Jesús y le digo que sí en mi verdad, en mi vida, en
mi camino, en mi vocación, en mi historia persona. Ese
sí, como una roca, sostiene el mundo. Yo lo sé.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente: Aleteia