REZAR POR LOS DIFUNTOS
Dominio público |
II. Acortar su espera para
entrar en el Cielo con nuestra oración y buenas obras.
III. Las indulgencias.
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Un hombre rico tenía un
administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo
llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance
de tu gestión, porque quedas despedido."
El administrador se puso a echar
sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para
cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para
que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su
casa." Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
"¿Cuánto debes a mi amo?" Éste respondió: "Cien barriles de
aceite." Él le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe
cincuenta." Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él
contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo: "Aquí está tu
recibo, escribe ochenta." Y el amo felicitó al administrador injusto, por
la astucia con que habla procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son
más astutos con su gente que los hijos de la luz»
(Lucas 16,1-8).
I.
En este mes de Noviembre, la Iglesia, como buena Madre, multiplica los
sufragios por las almas del Purgatorio y nos invita a meditar sobre el sentido
de la vida a la luz de nuestro fin último: la vida eterna, a la que nos
encaminamos deprisa.
La
liturgia nos recuerda que a las almas que se purifican en el Purgatorio llega
el amor de sus hermanos de la tierra, que se puede merecer por ellas, y acortar
esa espera del Cielo. La muerte no destruye la comunidad fundada por el Señor,
sino que la perfecciona. La unión en Cristo es más fuerte que la separación
corporal, porque el Espíritu Santo es un poderoso vínculo de unión entre los
cristianos.
En
la Santa Misa hay un lugar fijo para recomendar a Dios nuestros difuntos. Esta
verdad –la de poder interceder por quienes nos precedieron-, fue declarada
solemnemente como verdad de fe en el II CONCILIO DE LYON (Profesión de fe de
Miguel Paleólogo, Dezinger 464). Examinemos hoy cómo es nuestra oración por los
difuntos: es una gran obra de misericordia muy grata al Señor.
II.
Aunque nuestros pecados se perdonan en la Confesión sacramental, subsiste un
reato, o resto, de pena, que ha de repararse en esta vida con el cumplimiento
de la penitencia impuesta en la Confesión, de otras buenas obras, o mediante
las indulgencias concedidas por la Iglesia.
El
alma que sale de este mundo sin la debida reparación, o con pecados veniales y
faltas de amor a Dios, deberá purificarse en el Purgatorio (S.C. PARA A
DOCTRINA DE LA FE, Carta a los Obispos sobre algunas cuestiones referentes a la
escatología), pues en el Cielo no puede entrar nada sucio (Apocalipsis 21, 27).
Allí ya no se puede merecer y no pueden aumentar su amor a Dios, y solamente
satisfacen por sus manchas o culpas.
Y
aunque hay un dolor inimaginable, existe la gran alegría de saberse confirmadas
en gracia y destinadas a la felicidad eterna. Nosotros podemos merecer y ayudar
a las almas que se preparan para entrar en el Cielo, principalmente con la
Santa Misa, y con el Santo Rosario, el ofrecimiento de nuestras buenas obras,
la enfermedad y el dolor.
III.
Particular importancia en la ayuda que podemos prestar a las almas del
Purgatorio tienen las indulgencias, plenarias o parciales, que pueden aplicarse
como sufragio. Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica) y otros teólogos nos
enseñan que las almas del Purgatorio pueden acordarse de las personas queridas
que dejaron en la tierra e interceder por ellas.
No
dejemos de acudir a ellas y seamos generosos con los sufragios que ofrecemos
para acortar su entrada al Cielo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org