Es un
momento delicado, en el que los padres recibimos una mala noticia. Pero lo que
no podemos es esconder la cabeza como el avestruz
Quien ha
escuchado esto -“queremos vivir juntos antes de casarnos para probar”- de parte
del hijo(a) o hasta de su novia(o) sabe lo que se siente: una cubetada de agua
fría. Como si el tren de la vida se descarrilara de repente. ¿Probar? Desde
cuando mi retoñito es mercancía para que salga del almacén -nuestra casa- a
vistas, para ver si te gusta y la compras o no…
De verdad,
¡pobre juventud! Por todos lados bombardeados con ideas y modas libertinas que
les muestran el mal como bien y la felicidad como un derecho meramente sensible
y que se debe alcanzar aun yendo en contra de su propia dignidad como personas.
Pero es todavía más penoso ver a los padres que sucumben a estas modas cayendo
en el engaño de que como estos ya son otros tiempos y todos lo hacen…
Lo siento,
pero el que sea lo común no significa que sea lo normal. Los
estilos de vida que nos hacen mejores son atemporales. Lo que sí puede cambiar
es que a veces cueste más trabajo vivir conforme a ellos. Todo esto no lo
comento a manera de juicio o crítica, sino como una invitación a los papás a
que despertemos, a que no permitamos que lo dañino se apodere del alma
de los seres que más amamos, nuestros hijos.
La
responsabilidad que tenemos como padres es sí, hacer felices a nuestros hijos.
Pero hay una obligación que va más allá de esta y a la que pocos caemos en
cuenta: ayudarles a que sean personas cien por cien. No hablo de que tengamos
que ser perfectos en este mundo, sino de ser obedientes -dentro de
nuestra imperfección e ilimitada capacidad- a la ley natural que llevamos
inscrita en nuestras almas. Aunque nos cueste trabajo.
A nosotros como
padres se nos ha confiado la responsabilidad no solo de educar e instruir a
nuestros hijos, sino de formarles dándoles herramientas sólidas para la vida,
para que por medio de hacer buen uso de su libertad elijan
únicamente lo mejor, lo que más les conviene. Irse a vivir juntos antes de
comprometerse en un matrimonio sacramental no les conviene.
Papás, no
podemos apoyar aquello que de antemano sabemos va a dañar su espíritu con el
pretexto de que, como les amamos, lo que más nos interesa es verles felices.
Eso ni es felicidad ni es amor. Es un amor muy mal entendido.
¿Cómo actuar cuando ya lo ha hecho?
Entonces, ¿qué
hacer si no estamos de acuerdo y mi hijo(a) lo quiere hacer o ya lo hizo? No se
trata de retirarle el habla al hijo o de negarle la entrada a nuestra casa a la
hija, sino de encontrar puntos de unión. En estos casos, como padres sí tenemos
la responsabilidad de hablar y de hacernos escuchar. Puede ser que hablemos y
que lo que digamos entre por un oído y salga por el otro, pero no por eso hay
callar. No podemos ser padres tibios que con tal de no tener problemas con los
hijos o por miedo a perderles no les digamos nada. Tampoco podemos condenarlos.
Lo que estamos haciendo -el no estar de acuerdo con su decisión de vivir
amancebados- es un acto de profundo amor y no una necedad producto de nuestra
mochilería.
Lo primero, escuchar
Pero, antes de
que nos aventemos nuestra válida cátedra de moralidad con ellos, hay que
escucharles, que no nos gane la emoción ni la verborrea; porque si no, lo que
haremos es cerrar puertas a la comunicación. Si deseo ser escuchado, comienzo
dando ejemplo de cómo se escucha. Apliquemos lo que ya sabemos, que es la
tolerancia y el respeto. “La tolerancia no es una virtud, pero sí es
una actitud relacionada con el respeto a la libertad del otro, y con la
humildad: Se tolera una idea, no necesariamente se respeta, pero siempre se
respeta a la persona”. Y escuchar lo que el otro me tenga que
decir es parte del respeto que tengo hacia su persona.
Volvamos a
recordar al famoso Aristóteles con su famosa definición de amar: “Amar es
buscar el bien del otro en cuanto otro”. Con palabras inteligentes y no
emocionales hay que hacerles ver que quien verdaderamente ama se compromete y
sabe esperar. Que no es malo que sientan esa atracción sexual, esa pasión entre
ellos, al contrario. Esa es buena señal y solo hay que dejar que la relación
siga su curso normal, su maduración, paso a paso. “Eso” que los está llevando a
tomar la decisión de “juntarse” no es verdadero amor, pero sí lo
puede llegar a ser si esperan con paciencia viviendo el amor en castidad, cada
uno en su casita. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Eso es pura y
llanamente cama. Digo, porque siendo honestos no se van a juntar para jugar a
la comidita.
Solo si hay compromiso se lucha por él
El amor va más
allá. Cuando de verdad amo, respeto, espero, me comprometo… De hecho, hay
más riesgos al vivir juntos cuando no existe un verdadero compromiso. Hay más
probabilidad de que la pareja se separe o, si luego se casan, de que se
divorcie. No se puede vivir como si uno estuviera comprometido, cuando en
realidad no lo estamos. No pueden vivir como casados, cuando no lo están. Es
una mentira y están basando su relación en ella. Y esto es fácil de
entender porque cuanto más compromiso adquirimos, más medios pondremos
para que no se rompa. Muchas veces de manera inconsciente, todo lo que
huele a inseguridad el ser humano lo desecha.
Hay papás que
se sienten muy responsables y súper “cool” apoyando la gran idea de los hijos.
Hasta les aconsejan que sean sensatos y que se cuiden para no embarazarse y
mejor usen anticonceptivos. Qué responsables. No: esa no es la solución. La
solución es que maduren su relación para que luego se puedan
comprometer. Es más, ni siquiera ellos están emocionalmente maduros: solo
se están dejando llevar por la hormona y la emoción del momento, de la ilusión,
de lo nuevo.
Los chamaquitos
que están tomando esta elección no llegan ni a los 25 años. A esta edad apenas
se está terminando de desarrollar la corteza prefrontal de su cerebro,
esa que tiene que ver con el sistema límbico -o cerebro emocional-. En pocas
palabras, emocionalmente son inmaduros. Pero, ¿quién estará más inmaduro, los
chamacos al querer hacer esto o los papás apoyándoles?
Se trata de
hacerles reflexionar y que no se engañen.
Luz Ivonne Ream
Fuente: Aleteia