Galamiel
se apareció a un joven presbítero y le dijo el lugar exacto donde podrían
encontrarlo
El 3 de agosto
se recuerda la invención de San Esteban, el primer mártir (protomártir) de la
Iglesia. El Códice de Athos le considera santo desde su cuna. Al parecer, el
diablo aprovechó que la niñera estaba distraída para llevárselo y dejar en su
lugar a un bebé diablo. El niño Esteban estaba tan bendecido, que los diablos
no pudieron llevárselo al infierno y lo abandonaron a la puerta de un judío
llamado Julián, que lo educó santamente.
Las primeras
referencias sobre la vida de San Esteban lo podemos encontrar en las mismas
escrituras, en los Hechos de los Apóstoles (capítulos 6, 7 y 8). Era hebreo de
nacimiento, probablemente educado en la diáspora dentro de la cultura greca.
El relato de su
cruel martirio lo encontramos en Hch 6, 8-7, 60. Algunos judíos estaban
congregados en una sinagoga de libertos debatiendo con Esteban sobre argumentos
que no “podían rebatirse” según estos judíos. Por ello, “conmovieron al pueblo,
a los ancianos y escribas” y tomaron a Esteban que fue condenado ante el
Sanedrín. Lo llevaron hasta la puerta de la ciudad y allí lo apedrearon. El libro de
Hechos dice que en ese momento los sanedritas miraron a Esteban y vieron “su rostro como el rostro de un ángel”
¿Pero que se
hizo de su cuerpo? La Leyenda Aurea en el cap. CXII, nos cuenta la
historia sobre la invención (descubrimiento) del cuerpo de San Esteban.
Sucedió que en
el siglo V, bajo el emperador Honorio, se apareció a un presbítero llamado
Luciano “un hombre viejo, alto de estatura y con un bello rostro y una larga
barba, que llevaba una túnica blanca, una cruz de oro con piedras bordadas”,
indicándole donde estaban enterrados los cuerpos de Esteban, Nicodemo, Abibas y
él mismo.
Con su báculo
tocó el suelo y le dijo “ve a Juan, obispo de Jerusalén, que nos debe volver a
enterrar en un lugar de honor (…) Porque he aquí que hay sequía y miseria en la
ciudad, pero Dios quiere dar su gracia al mundo por medio de nuestra
intercesión”.
Le preguntó
Luciano quien era y obtuvo respuesta: “Yo soy Gamaliel, y el apóstol Pablo
se sentaba a mis pies para aprender la ley. A mi lado está enterrado San
Esteban, el mismo que fue apedreado por los judíos y fue arrojado fuera de la
ciudad para ser comido por los pájaros y las bestias, pero yo lo sepulté en un
sepulcro de mi propiedad”.
Luciano quedó
desconcertado y pensó que si era revelación divina, al menos tres veces debía
ser avisado, y calló su visión. El viernes siguiente volvió a tener la
aparición de Gamaliel. Este le requirió su demora y el santo le expuso su duda.
Gamaliel le dio pistas para saber que cuerpo era el de cada santo.
Le dijo que
vería tres vasijas de oro y una de plata. De las de oro, una con rosas rojas,
las otras dos con rosas blancas, y la de plata con azafrán. “Estas vasijas y
flores señalan nuestros huesos. La de rosas rojas es San Esteban, el único de
nosotros que fue coronado con el martirio. Las dos con rosas blancas somos
Nicodemo y yo, porque aunque creímos, no confesamos fe de forma coherente y
firme, y con corazón puro al Señor. La plata con el azafrán, es Abibas mi hijo,
porque él tuvo castidad, la pureza virginal en este mundo”.
Pero esperó aún
una tercera vez Luciano. El tercer viernes, 3 de agosto de 415 (417,
según algunos), se apareció Gamaliel, ya enojado. Entonces Luciano,
tomando por verdadera la revelación, avisó al Patriarca Juan de Jerusalén,
excavaron donde había señalado Gamaliel. La tierra se abrió y salió de ella una
fuerte y dulce fragancia, que solo con ser aspirada sanó a setenta enfermos que
se hallaban entre la multitud.
Los cuerpos
fueron sacados y trasladados a Jerusalén entre cánticos y oraciones. Con solo
llegar, como había dicho Gamaliel, una copiosa lluvia llegó a los campos.
María Paola Daud
Fuente: Aleteia