El discípulo de Cristo no
es uno que se ha privado de algo esencial, es uno que ha encontrado mucho más:
ha encontrado la alegría plena que sólo el Señor puede donar
El
campesino y el mercader: son los protagonistas de la reflexión del Papa
Francisco, este domingo 30 de julio, antes de rezar el Ángelus dominical ante
los numerosos fieles y peregrinos llegados a la plaza de San Pedro. Repasando
las tres semejanzas con las cuales concluye el discurso parabólico de Jesús del
capítulo 13 de Evangelio de Mateo, el tesoro escondido, la perla
preciosa y la red de pesca, Francisco se detiene en las dos
primeras, que tienen como protagonistas a dos hombres con oficios distintos,
pero con el mismo objetivo: apuntar todo lo que tienen para obtener el tesoro
que han descubierto.
Texto de la reflexión del
Papa antes de la oración mariana
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
discurso parabólico de Jesús, que agrupa siete parábolas en el capítulo décimo
tercero de Evangelio de Mateo, se concluye con las tres semejanzas de hoy: el
tesoro escondido (v. 44), la perla preciosa (v. 45-46) y la red de
pesca (v. 47-48).
Me
detengo en las primeras dos que subrayan la decisión de los protagonistas de
vender toda cosa para obtener aquello que han descubierto.
En
el primer caso se trata de un campesino que casualmente se topa con un tesoro
escondido en el campo donde está trabajando. No siendo el campo de su
propiedad, debe comprarlo si quiere poseer del tesoro: entonces decide
arriesgar todos sus haberes para no perder aquella ocasión de veras
excepcional. En el segundo caso encontramos un mercader de perlas preciosas;
él, como experto conocedor, ha descubierto una perla de gran valor. También él
decide apuntar todo en aquella perla, al punto de vender todas las otras.
Estas
semejanzas ponen en evidencia dos características concernientes la posesión de
Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. El Reino de Dios es ofrecido a todos,
pero no está puesto a disposición en una bandeja de plata, necesita un
dinamismo: se trata de buscar, caminar, ocuparse. La actitud de la búsqueda es
la condición esencial para encontrar; es necesario que el corazón arda del
deseo de alcanzar el bien precioso, es decir, el Reino de Dios que se hace
presente en la persona de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de
gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un viraje
decisivo a nuestra vida, llenándola de significado.
De
frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino come el mercader se dan
cuenta que tienen delante una ocasión única que no deben dejarse escapar, por
lo tanto, venden todo aquello que poseen. La valuación del valor inestimable
del tesoro, lleva a una decisión que implica también sacrificio, separaciones y
renuncias. Cuando el tesoro y la perla han sido descubiertos, es decir, cuando
hemos encontramos al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento,
sino sacrificarle cualquier otra cosa. No se trata de despreciar el resto sino
de subordinarlo a Jesús, poniéndolo a Él en el primer lugar. La gracia en
primer lugar.
El
discípulo de Cristo no es uno que se ha privado de algo esencial, es uno que ha
encontrado mucho más: ha encontrado la alegría plena que sólo el Señor puede
donar. Es la alegría evangélica de los enfermos curados, de los pecadores
perdonados, del ladrón a quien se le abre la puerta del paraíso.
La
alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se
encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del
pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo
siempre nace y renace la alegría (cfr. Evangelii Gaudium, n. 1). Hoy somos
exhortados a contemplar la alegría del campesino y del mercader de las
parábolas. Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía
y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida. Una presencia que
transforma el corazón y nos abre a las necesidades y a la acogida de los
hermanos, especialmente de aquellos más débiles.
Recemos
por la intercesión de la Virgen María, para que cada uno de nosotros sepa dar
testimonio, con las palabras y los gestos cotidianos, de la alegría de haber
encontrado el tesoro del Reino de Dios, es decir, el amor que el Padre nos ha
donado mediante Jesús.
Traducción
de María Cecilia Mutual
Radio
Vaticano