La encíclica "Humanae Vitae" y el
calvario de Pablo VI
Acaba
de celebrarse el 49 aniversario de la
famosa Encíclica Humanae Vitae,
del beato Pablo VI, sobre la regulación de la natalidad, y entramos en el
cincuentenario de su promulgación, que fue el 25 de julio de 1968. Durante este
cincuentenario es muy posible que el papa Francisco canonice al papa Montini,
que clausuró el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Hoy muchos recordarán la gran polémica que
rodeó la publicación de la encíclica de Pablo VI y las circunstancias
históricas del documento. El tema de la regulación de la natalidad tenía un
interés y una actualidad muy altos. Hacía dos años y medio que
había terminado el Concilio, que representó –y representa—una puesta al día (aggiornamento) de las estructuras y la
pastoral de la Iglesia. Pero no fue una revolución, sino una puesta al día.
No pocos entendieron que se habían abierto
puertas y ventanas y que todo había cambiado y era “más fácil” la vida
espiritual y la práctica religiosa. Empezó
un relativismo unido a una relajación de las costumbres y una falta de
fidelidad, que causó muy numerosas exclaustraciones y secularizaciones de
clérigos, amén de una disminución de la práctica religiosa.
En el caso de la “regulación de la
natalidad”, objetivo de esta encíclica del papa Montini, proliferaron las
teorías de que el tema podía ser estudiado por el Concilio, pues “el espíritu del Concilio”, decían, había abierto
las puertas al control artificial de la natalidad, ya sea por medios
químicos o interrumpiendo el proceso normal de fecundación. Era ya el final de
las reuniones conciliares.
Sin embargo, el
papa Pablo VI quiso guardarse este tema para reflexionarlo más en
profundidad y publicar un documento de Magisterio (una encíclica o una
exhortación apostólica) al respecto, tras analizar las conclusiones de una
Comisión creada sobre el tema. Y así fue.
La Comisión
para el estudio de problemas de población, familia y natalidad, la creó el
papa san Juan XXIII, con el fin de estudiar a fondo qué
respuesta debía dar la Iglesia al naciente problema de la “píldora”
anticonceptiva. La
Comisión aprobó dos textos: uno, la
mayoría, que aceptaba la anticoncepción por medios químicos o artificiales, y
otro, la minoría, que defendía los procesos naturales en las relaciones
matrimoniales.
El Papa –conocido como un Pontífice
aperturista e incluso de izquierdas— amplió la consulta entre expertos de todo
tipo. El resultado fue la Encíclica Humanae
Vitae.
No pocos apoyaban –sin contar con la voz
del Papa– la moralidad de la contracepción por medios artificiales. Para ellos
la encíclica cayó como una ducha de agua fría. Son –eran—aquellos que en italiano
decían que había dos concilios el “Concilio
Vaticano Secondo” y el “Concilio Vaticano
Secondo me”, es decir “según yo”, o según su libre interpretación.
El beato Pablo VI se enfrentó a quienes
quisieron que aceptara la doctrina sobre hechos consumados. Son los que
filtraron a la prensa que la mayoría de la Comisión era favorable a los
anticonceptivos.
Según contó el padre Francesco Di Felice, de la Secretaría de
Estado, a Aciprensa “Pablo
VI tomó estos dos documentos, el de la mayoría y el de la minoría, los
llevó a su capilla privada y pasó toda
la noche en oración, preguntándose ¿qué debo elegir para el bien de las almas?
Entonces, a la luz del alba, a las primeras
luces, le vino como una iluminación, una decisión firme, como si le
reconfortara el Espíritu Santo, y dijo.
‘¡Esto es lo que debo elegir!’. Y eligió la regulación natural.
La campaña que se montó contra el Papa
dentro y fuera de la Iglesia (con el apoyo de las casas farmacéuticas
vendedoras de anticonceptivos) fue colosal. Pero la doctrina no solo no fue
cambiada o “suavizada” por el beato Pablo VI, sino que los
siguientes papas, Juan Pablo II y Francisco, la han confirmado en sus
encíclicas centrales sobre la familia: la Familiaris
Consortio y la Amoris Laetitia.
¿Qué dice la Humanae
Vitae?
Leída con atención la Humanae Vitae, se observa el interés del
Papa en llegar a defender “una visión
global del hombre” y “la verdadera naturaleza y nobleza del amor
conyugal” (HV,
n. 7-8), cuya “fuente suprema es Dios, que es
amor”, citando a san Juan. El amor, dice, debe ser “fiel y exclusivo”
(HV, n. 9).
La encíclica defiende una “paternidad responsable”, que se obtiene
de una “recta conciencia” y con el “dominio
necesario que han de ejercer la razón y la voluntad” frente a las “tendencias
del instinto”. Para ello conviene “respetar la naturaleza y la finalidad
del acto matrimonial”, e introduce el principio de que son “inseparables” los aspectos “unión y procreación” en el acto matrimonial
(HV, n. 12).
Pablo VI señala que el uso de
anticonceptivos es lícito (HV, n. 15) para
fines terapéuticos (curar enfermedades) y asegura (HV, n. 14) que las
“vías lícitas para la regulación de los nacimientos”, son por ejemplo las que
usan por ejemplo los periodos
infecundos, pero afirma que son “ilícitoslos
medios directamente contrarios a la fecundación, aunque
se haga por razones aparentemente honestas y serias”.
La encíclica hace también un llamado a las autoridades para que contribuyan
a crear un ambiente limpio que
salvaguarde las costumbres morales y “no se
degrade” la moralidad de los pueblos. Las autoridades “pueden y deben
contribuir a la solución del problema demográfico” con una cuidadosa protección
de la familia.
Al mismo tiempo pide “a los hombres de
ciencia” (HV, n. 24) que contribuyan “al bien del matrimonio, de la familia y a
la paz de las conciencias” (Gaudium et Spes) y les propone investigar
para encontrar soluciones favorables a controlar la natalidad a través de la
observancia de “los ritmos naturales”: “no
puede haber una verdadera contradicción entre las leyes divinas que regulan la
transmisión de la vida y aquellas que favorecen un auténtico amor conyugal”.
Salvador Aragonés
Fuente:
Aleteia