«El principal valor de Sijena es que se trata de un
monasterio vivo»
Así
comienzo mi visita turística con los grupos que cada sábado acuden a conocer
este monumento del que tanto se habla últimamente.
Los
turistas, que han venido con los ánimos encrespados por la agitación política y
mediática que suscitan las noticias sensacionalistas referentes a Sijena,
perciben muy pronto la singularidad del cenobio monegrino.
En
cuanto traspasamos el pórtico donde campea la cruz de Malta nos recibe un
acogedor silencio que, sin embargo, está lleno de rumores de vida.
«Seguramente
Veruela y San Juan de La Peña tienen un valor artístico muy superior –les
digo–. Ambos están gestionados por la administración pública y organizan muy a
menudo exposiciones, conciertos y eventos culturales. Pero al caer la noche,
los encargados conectan las alarmas, cierran las puertas y se marchan a sus
casas. Los viejos monasterios quedan vacíos… mientras que en Sijena sigue
brillando en la penumbra la llamita roja del sagrario y, antes del amanecer,
resonarán bajo sus bóvedas de piedra las salmodias gregorianas de maitines».
Los
turistas, que han venido con los ánimos encrespados por la agitación política y
mediática que suscitan las noticias sensacionalistas referentes a Sijena,
perciben muy pronto la singularidad del cenobio monegrino. En cuanto
traspasamos el pórtico donde campea la cruz de Malta nos recibe un acogedor
silencio que, sin embargo, está lleno de rumores de vida. La campana tañe con
el primer toque de vísperas y en las espadañas y el cimborrio las cigüeñas
responden crotorando gozosamente.
«Creo
que si desconectan los móviles disfrutarán más de la visita», les
recomiendo.
Mientras
nos encaminamos hacia la portada monumental de la iglesia nos cruzamos con una
hermana que, vestida con su remendado hábito de trabajo, transporta una
escalera de mano y nos saluda muy sonriente. «¡Qué joven!», dicen algunos
de los visitantes.
La
explicación del panteón real es uno de los momentos preferidos por los
turistas: su carácter austero, tan diferente de la suntuosidad que ostentan los
sarcófagos de Poblet (el monasterio que sucedió a Sijena como panteón real de
la Corona de Aragón) nos habla de ese personaje excepcional que fue doña
Sancha, la reina fundadora de Sijena y su primera priora.
Para
la Reina Santa, (como todavía se la conoce en Sena y Villanueva), Sijena no fue
primordialmente un signo de poder político o una estrategia de repoblación que
afianzara los avances de la reconquista. Toda la arquitectura del monasterio
está imbuida de la espiritualidad de esta mujer singular que huyó de la
ostentación y el lujo de la corte. No hay decoración escultórica en los
capiteles ni en las arquivoltas. No hay tímpanos historiados, ni gárgolas
fantasiosas en los aleros, ni airosas impostas con ajedrezado jaqués.
El
ámbito arquitectónico de Sijena es desde sus orígenes, ante todo, un espacio de
oración, de silencio y de recogimiento. De escucha atenta a las palabras y
susurros que reverberan en el corazón humano. La sobriedad de su fábrica nos
recuerda también que el principal esfuerzo económico de sus primeras dueñas,
regidas por doña Sancha, estaba orientado al cuidado de pobres y enfermos. No
en vano estaban sujetas a la orden llamada del Hospital.
Los turistas lo
entienden
Del
panteón pasamos a la nave principal, donde contemplamos el fresco gótico de la
epifanía –de los reyes magos–aclaro; después les propongo pasar al antiguo
refectorio, una sala amplia estructurada por una sucesión de arcos diafragma
ligeramente apuntados que dan al monumento ese aire casi más cisterciense que
románico. Actualmente es utilizada como capilla, donde las monjas exponen el
santísimo ante el que permanecen turnándose durante largas horas de adoración.
Su figura inmóvil, postrada ante la custodia, con los hábitos blancos y la
capucha calada impresiona a los visitantes. Algunos se santiguan o se
arrodillan. Otros, simplemente, permanecen en respetuoso silencio.
La
visita guiada termina en la sala capitular, cuyos frescos tanto revuelo han
levantado en los medios de comunicación; pero mientras recorremos el claustro
hacia la puerta de salida, el segundo toque de vísperas suscita entre los
grupos otro tipo de preguntas y comentarios que dan a entender que,
verdaderamente, han comprendido cuál es el principal valor del monasterio de
Sijena.
Algunos
deciden alargar la visita y se quedan a rezar la oración del atardecer con las
hermanas. Los últimos rayos del sol entran por el óculo que mira a poniente y
el incienso aromático adquiere tonos dorados mientras se eleva sosteniendo los
cantos litúrgicos que invocan el nombre del Dios bueno y amigo de los hombres.
Santiago
Osácar
Fuente: Alfa y Omega