Nos ama tanto que se queda en la puerta esperando a
ser recibido por nosotros
Es una de las afirmaciones que más escucho, no encuentro a Dios… Y
yo pienso: ¿encontrar a Dios? ¿Pues desde cuándo es que Dios está perdido?
Digo, para encontrar algo o a alguien es que antes tuvieron que haberse perdido…
De verdad me llena
de ternura escucharlos porque la única verdad es que Dios
jamás ha estado perdido y somos nosotros los que no nos hemos dejado encontrar. Él
sale a nuestro encuentro diariamente, pero como vivimos tan de prisa y metidos
en nuestro propio yo, no nos damos cuenta cuando le vemos, no le reconocemos.
Cuando elegimos vivir una vida desordenada se nos hará aún más difícil sentir su
presencia porque nuestra alma está llena de suciedad, opaca. A un alma
en ese estado yo la comparo a un ojo con cataratas que si bien sí alcanza a distinguir
algún reflejo leve de luz, no logra percibirlo en su totalidad.
Mira, la realidad es
una, solo piensa de qué estás formado: eres una unidad perfecta de cuerpo, mente y
espíritu creado por amor y para el amor.
El cuerpo se alimenta de
comestibles porque es lo que le corresponde. La mente de conocimientos. Es
decir, a cada parte de mí la debo nutrir de lo que le va, de lo que le
corresponde. Así mismo hay que hacer con el alma.
Para que de verdad sientas la
presencia de Dios en ti, debes darle el alimento que le corresponde siendo uno
de los más importante una vida de virtudes, sacramentos y oración.
Así es, en la medida en que tú
sueltes apegos humanos, vicios, rencores, una vida de excesos en general,
abrirás más espacio en tu alma para que Él habite en ella y, por lo tanto, le
sientas vivo dentro de ti.
No me cansaré de repetir que la
vida sobrenatural de Dios nunca habitará en el alma de quien no le recibe y tú
y yo elegimos no recibirle cuando le
desobedecemos. Ojo, eso no quiere decir que nos vaya a dejar de amar o de
proteger. Él es un caballero
que no entrará en la casa que no sea invitado. Sin embargo, nos ama tanto que
se queda en la puerta esperando a ser recibido por nosotros.
Las personas siempre
tendremos esa necesidad de estar en armonía y en paz con Dios, con nosotros
mismos y con el mundo entero. Nos amó tanto que vino a este mundo para dejarnos
más que claro cómo podemos encontrarle y la vía segura y correcta para llegar a
Él.
Es más, Él dijo de sí mismo:
“…Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar hasta el Padre si
no es por mí…”. (Jn 14, 6) ¿Qué quiere decir con esto?
Que podrás buscarle en otros
lugares y por otros medios; podrás estudiar y ser el más “picudo” en miles de
filosofías de vida y autorrealización; podrás recitar todos los mejores mantras
que existan y practicar a diario otras tantas espiritualidades modernas y hasta
caer en el engaño de que le encuentras en alguna de ellas. Ninguno de esto es
el verdadero camino para llegar a Él… Y conste que no lo digo yo…
Hay otro pasaje de
la vida de Jesús que me encanta y es cuando se les pierde a sus padres y le
encuentran en el templo. El templo, nuestro lugar por excelencia de
oración, es donde podemos encontrar a Dios. Luego pues, ¿qué
significa cuando se dice que nuestro cuerpo es templo vivo del
Espíritu Santo?
Pues la respuesta está en la
misma pregunta. Nosotros mismos -viviendo en un estado de Gracia y en
obediencia- somos templos de Dios lo que quiere decir que Él habita dentro de cada uno de sus hijos fieles y
sumisos. Y por lo tanto, somos instrumentos -sus pies y manos- para que otros
puedan llegar a Él.
Es muy importante no caer en el
engaño de que a Dios siempre hay que “sentirlo” y que, si no lo sentimos,
entonces no está. ¡Es mentira! No nos dejemos llevar solo por nuestra parte
sensible y nuestro sentimentalismo. A Dios muchas
veces no se le siente.
Se sabe de muchos santos – san Juan de la Cruz, san Francisco de Asís, santa
Teresa de Calcuta, san Alfonso María de Ligorio, etc. que pasaron tiempo viviendo
en aridez espiritual, por noches oscuras en el alma y no por eso negaron la
presencia de Dios, al contrario, incrementaron su vida de oración
porque reconocieron el desierto por el que transitaban.
Sufrieron hasta de tentaciones
del enemigo, pero su fe y certeza en Dios imperó. Imagínate, si ellos pasaron
por eso, que no nos extrañe que tú y yo también lo lleguemos a experimentar en
algún momento.
Cuántas veces hemos ido a Misa
sin “sentir” ir, simplemente por obediencia y amor a Dios. Cuántas veces hemos
rezado sintiendo una profunda sequedad por dentro. Justo esto es el milagro: hacerlo por amor -como un acto de la voluntad- y no por un
mero sentimiento.
Aún más, muchas veces la
presencia de Dios no es que no se sienta, sino que no se siente tan bonita. Por
ejemplo, cuando pasamos por
una pena moral como la muerte de un ser querido. La presencia de Dios está,
pero manifestada con dolor. Lo más importante es nunca dudar de la presencia de Dios, ya sea por no sentirlo
o por sentirlo como no nos gusta.
Recuerda que los seres humanos
somos los “únicos” hechos a imagen y semejanza de Dios por lo que cuando te
vendan esas ideas de que Dios “es” en las rocas, en los astros y todas esas
cosas que están tan de moda no lo permitas. No podemos prostituir de esa manera
ni su Nombre ni su Persona.
Es verdad, las flores, los
pájaros, los árboles, todo eso lo creó Dios para nuestra disposición y
servicio, para cuidarles y también para que en el momento que admiremos esa
belleza podamos ver su rostro y elevar nuestra gratitud y pensamiento a Él. Sin
embargo, es muy distinto a decir que “eso” es Dios.
En fin… Aquí lo
importante es que le desates las manos a Dios y te dejes encontrar por Él. Toma
cada momento y circunstancia de tu vida como oportunidad para ese encuentro de
amor. ¡Ah! y si no sabes cómo dejarte
encontrar, aunque sea dile, “¡Dios, aquí estoy!”.
Luz
Ivonne Ream
Fuente:
Aleteia