COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: "CORPUS CHRISTI: COMER PARA VIVIR"

La eucaristía es Cristo mismo ofreciendo al hombre vivir para siempre

Es difícil entender que un cristiano afirme que la misa no le dice nada. Muchos cristianos abandonan la eucaristía aduciendo esta razón. Intentando comprender la sinceridad de quien piensa así, podemos suponer ignorancia del significado de la eucaristía. 

Se desconoce su origen, el valor de sus signos y palabras, y, en último término, la intención de Jesús al ofrecer su cuerpo y sangre como comida y bebida. Quien ignora esto no entiende nada. También puede ser que la rutina de nuestras misas borre la belleza de su contenido. Como la fotografía de un ser querido termine por no decir nada cuando el tiempo ha borrado su imagen convertida en una mera sombra. 

Sabemos, sin embargo, que la eucaristía ha suscitado siempre fascinación entre los cristianos sencillos y humildes, y entre los grandes místicos —muchos de ellos grandes intelectuales— que han descubierto en ella el pan bajado del cielo, como dice Cristo en el evangelio de san Juan: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Jesús pronunció estas palabras en su famoso discurso, llamado del Pan de Vida, pronunciado en la sinagoga de Cafarnaún, para explicar el significado de la multiplicación de los panes y peces. El pueblo se quedó en el milagro sin entender su sentido último. Y quiso hacer rey a Jesús para que nunca les faltara el pan. Querían tener aseguradas sus necesidades materiales. Jesús se ve forzado a aclarar que él no ha venido a solucionar los problemas materiales del hombre y explica el milagro como un signo anticipado de la entrega de su cuerpo y de su sangre en el banquete eucarístico.

Y lo explica con tal realismo que no deja ninguna duda sobre el significado de la eucaristía: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitare en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come ni carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Tanta claridad, tanta luz en sus palabras, escandalizó a los oyentes y cambiaron el deseo de hacerlo rey por el rechazo. Curiosa paradoja: los hombres prefieren llenar sus estómagos antes que vivir eternamente. Esperan ser saciados de bienes materiales y desprecian a quien ofrece vivir para siempre.

La eucaristía es Cristo mismo ofreciendo al hombre vivir para siempre. Las palabras de Jesús nos revelan una intimidad entre él y los suyos que supera toda imaginación y todo idealismo desencarnado. Jesús afirma que su cuerpo es comida y su sangre bebida. San Ignacio de Antioquía dice que la eucaristía es «remedio de inmortalidad, antídoto para no morir sino para vivir en Jesucristo para siempre».

Y conmueve leer en las memorias del cardenal vietnamita Van Thuán, en proceso de canonización, que era la misa, celebrada secretamente en el campo de concentración, cuando lograba obtener un poco de pan y de vino, la que le sostuvo en medio del sufrimiento haciendo él mismo de su propia vida una eucaristía —es decir, una acción de gracias— ofrecida a Dios.

Ante testimonios de este tipo, ¿cómo podemos devaluar la misa o caer en la rutina? ¿qué ha ocurrido entre los cristianos para que la entrega de Cristo, que se actualiza en cada eucaristía haya dejado de decirnos algo? ¿qué sucede en nuestras asambleas dominicales cuando el memorial de Cristo se convierte en un recuerdo borroso del pasado y no en el aliciente para ofrecer nuestra vida a Dios como la han ofrecido los santos? Después de tantos siglos de cristianismo, debemos volver a Cafarnaúm y escuchar de labios de Cristo la invitación a vivir en el y él en nosotros: esto es la eucaristía.

+ César Franco
Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia