A
la hora de la solidaridad para con el país sudamericano, la iglesia está
primero que nadie
La
situación en Venezuela se complica por horas. Una complejísima red de tensiones
hace perder, por momentos, el hilo del conflicto. En las calles, los
manifestantes se enfrentan a un doble adversario: el militar regular y el
llamado “colectivo”, mezcla delincuencial de gente armada –con y sin directriz
conocida- que se han convertido en el verdadero brazo represivo del gobierno.
Recuerda,
salvando las deferencias, a las SS hitlerianas. Aquí hay más
desorganización, son más rústicos y realengos, pero igual van paralelos al
ejército regular financiados por el gobierno. El historiador y escritor
venezolano de raíz izquierdista y corazón democrático, Manuel Caballero -ya
fallecido- profetizó al llegar Hugo Chávez al poder en 1989: “Este hombre
nos llevará a una guerra civil”.
La
Iglesia lo venía advirtiendo: si se deja a un lado la posibilidad de
entenderse, lo que viene es calle violenta. Eso es lo que tenemos hoy, una
mezcla de guerra civil no declarada que la delincuencia común mantiene contra
el ciudadano de a pie -asaltos, robos, secuestros-, aunada a la brutal
represión que el régimen activa cada vez que se marcha por democracia y
libertad.
Los
venezolanos resentimos la debilidad de los apoyos internacionales a la lucha
que acá se libra contra lo que los obispos no llaman dictadura, sino
totalitarismo. De hecho, el episcopado venezolano se adelantó mucho a los
políticos a quienes por demasiado tiempo costó calificar al gobierno, reconocer
su verdadera naturaleza.
Utilizaban
un lenguaje edulcorado y para nada se percibía una postura unitaria – hecho que
se evidenció con particular nitidez durante las recientes escaramuzas de
diálogo-, sino hasta que la calle, el pueblo harto de hambre y dificultades,
salió a manifestar y los jalonó para compilar todo el esfuerzo en esta fase
terminal. Tal vez por eso contabilizamos 18 años de deterioro y, para el
exterior, se hizo cuesta arriba entender cuál era el peso de la lápida teníamos
encima los venezolanos. Hacia un lado o hacia el otro derivará la crisis,
aún no se ve del todo claro, pero es un hecho que la temperatura que el
conflicto ha alcanzado ya no bajará. Esto ya es otra cosa, se ha pasado la
página.
Venezuela, país
por décadas ejemplo en hospitalidad para todos quienes se fugaban de las garras
de cualquiera de los sátrapas de turno, observa hoy la timidez con que se
nos respalda, el reojo con que se nos mira, los contados apoyos frontales y la
ausencia de referencias en los poderosos medios internacionales –esos que sí
trabajan sin presiones ni censuras- a nuestra gravísima situación.
Demasiados
silencios y demasiados sigilos. Muchas prudencias, cautelas y reservas. Abrimos
los brazos cuando los barcos de Hitler traían judíos que vagaban por los
puertos del Caribe sin que ningún otro país los quisiera recibir por temor a
las represalias del Reich. Nuestras puertas se abrieron de par en par para
recibir a los que huían de una Europa en guerra mundial. Igual para
quienes venían del “Viejo Continente” buscando mejores oportunidades y niveles
de vida. Toda esa gente constituyó una bendición para nuestro país.
Luego,
aquellos que escapaban de las dictaduras tropicales y sureñas de Latinoamérica
tuvieron acogida cálida en Venezuela, aquí prosperaron y aquí echaron raíces.
En esta “Tierra de Gracia” se les respetó sus costumbres, su religión y se les
respaldó en sus proyectos. Hemos sido generosos para integrar a todo el
que ha puesto un pie en Venezuela. Hoy vemos con dolor que muchos países
recelan de nuestra presencia y lo hacen sentir, a veces de manera ofensiva.
Pocas
voces se elevan para reconocernos y darnos una mano. Y, de nuevo, así como en
el país los obispos han representado un faro que habla claro a la población y
sostiene las esperanzas, desde fuera también la Iglesia Católica ha sido
primera en solidaridad. Para muestra, estos botones: las universidades
jesuitas del continente, la Conferencia Episcopal de Ecuador y el Rector Mayor
de los salesianos, han emitido declaraciones y comunicados en estos días, que
animan y alientan.
La
Pontificia Universidad de Comillas recibió y escuchó hace pocas semanas al
arzobispo de Maracaibo, la capital petrolera del país, quien expuso el drama
ante un nutrido auditorio. La vocería de nuestros pastores es crecientemente
replicada en la prensa católica. El Papa, dispuesto a ayudar, llama la atención
del mundo desde Ángelus y otros escenarios sobre nuestra agobiante situación.
No obstante su importancia, ha sido un acompañamiento internamente por algunos
malinterpretado producto de la extrema y enloquecida polarización del país. Pero
ha recibido en sus propuestas el decidido soporte de significativos países de
la zona.
Cumplimos
un mes de convulsión en las calles, pasan de 30 los muertos. Los detenidos son
incontables. El vandalismo contra instalaciones de la Iglesia y las amenazas
son constantes. Avanza la depresión en todas las actividades del país. Los
medios cada vez más amordazados. Las redes sociales parecen prevenidas en
línea. Ni una señal de que se permitirá la ayuda humanitaria internacional.
La producción en el país está paralizada, también las importaciones de
alimentos y medicinas. Esto es un polvorín y la Iglesia nuestro “hospital de
campaña”.
Macky
Arenas es periodista de la cadena Globovisión
Fuente:
Aleteia