No solo como formación
meramente doctrinal, sino a través de los encuentros con el Señor durante la
vida
El
santo padre Francisco tuvo en la mañana de este jueves un encuentro con los
sacerdotes de su diócesis, una cita anual en la catedral de Roma con motivo de
la cuaresma.
El
Papa confesó al inicio de la misma, siempre en la basílica de San Juan de Letrán,
a 15 sacerdotes, y después leyó una meditación escrita de su puño y letra sobre
“El progreso de la fe en la vida del sacerdote”, en la que indicó una serie de
puntos necesarios en el camino de formación constante y de madurez en la fe. “Señor,
aumenta nuestra fe, te lo pedimos también nosotros al inicio de esta
meditación”, una fe que debe operar por medio de la caridad”.
Una
fe que sea un camino de formación y maduración, sin interpretarlo como
“formación meramente doctrinal”, sino a través de los encuentros con el Señor
durante la vida”, encuentros que se custodian “com0 un tesoro en la
memoria”. O sea “ese círculo virtuoso al que se refiere el Documento de
Aparecida que acuñó la fórmula de discípulos misioneros”.
Señaló
que es necesario crecer y perseverar en la fe hasta el final y para ello es
indispensable la palabra de Dios. Porque se trata de una fe que debe
actuar por medio de la caridad, ser sostenida por la esperanza y estar
enraizada en la fe de la Iglesia: memoria, esperanza y discernimiento.
La
memoria, lo dice el Catecismo, está enraizada en la fe de nuestros padres.
Hacer memoria de las gracias pasadas otorga a nuestra fe la solidez de la
encarnación y la coloca dentro de una historia: la historia de la fe de
nuestros padres. Así, nosotros, rodeados de una tal multitud de testigos,
mirando hacia donde ellos miraban, ponemos nuestros ojos fijos en Jesús, que da
origen a la fe y la lleva a cumplimiento.
La
esperanza abre la fe a las sorpresas de Dios. “Nuestro Dios es siempre más
grande de todo lo que podamos pensar e imaginar de Él, de lo que le pertenece y
de su forma de actuar en la historia. La apertura de la esperanza confiere a
nuestra fe frescura y horizonte”.
El
discernimiento, vuelve operosa la fe por medio de la caridad, permitiendo dar
un testimonio creíble. Además el kairos, es fundamentalmente rico de
memoria y de esperanza, porque recordando con amor fija con lucidez la mirada
en lo que lleva mejor a la Promesa. Y lo que mejor lleva está siempre en
relación con la cruz, con ese despojarse de la voluntad, con el drama interior
del “no como yo quiero, sino como Tú quieras”, que pone en las manos del Padre
y hace que sea El quien guíe nuestra vida.
El
Papa señaló la figura de San Pedro y recordó que el Señor le ‘pasó por el
tamiz’ para que con su fe nos confirmase a todos nosotros que amamos a Cristo
sin haberlo visto.
“La
fe de Simón Pedro tiene un carácter especial: es una fe que ha sido sometida a
pruebas y con ella tiene la misión de confirmar y de consolidar la fe de sus
hermanos, nuestra fe”.
La
fe de Simón Pedro tiene momentos de grandeza, como cuando confiesa que Jesús es
el Mesías, pero a estos momentos le siguen casi inmediatamente otros de gran
fragilidad, como cuando quiere alejar al Señor de la Cruz o cuando se hunde sin
remedio en el lago, por no hablar de cuando lo reniega tres veces.
La
tentación está siempre presente en la vida de Simón Pedro, asegura Francisco. Y
añade: Nos enseña, en primera persona, como progresa la fe confesando y
dejándose poner a prueba. Y mostrando, además que incluso el pecado entra en el
progreso de la fe. Pedro ha cometido uno de los peores pecados, ha
renegado del Señor, y sin embargo lo hicieron Papa.
“Es
importante para un sacerdote saber insertar las propias intenciones y pecados
en el ámbito de la oración de Jesús para que nuestra fe no decaiga sino que se
acreciente y madure, sirviendo para reforzar, a su vez, la fe de los que le han
sido confiados”.
“Lo
que ayuda en el crecimiento de la fe es tener juntos el pecado propio, el deseo
del bien de los demás, la ayuda que recibimos y la que tenemos que dar
nosotros”, indicó.
Y
precisó: Hace falta unir las dos cosas: si reforzamos la fe de los demás lo
hacemos como pecadores. Y cuando pecamos nos confesamos por aquello que somos,
sacerdotes, subrayando que tenemos una responsabilidad hacia los demás, no
somos como todos”.
“Estas
dos cosas se unen bien si ponemos delante a la gente, nuestras ovejas,
especialmente los más pobres. Es lo que hace Jesús cuando pide a Simón Pedro si
le ama, pero no le dice nada ni del dolor ni de la alegría que este amor le
causa, hace que mire a sus hermanos de esta manera: apacienta mis ovejas;
confirma la fe de tus hermanos”.
Nuestros
antepasados decían –recuerda el Pontífice– que la fe crece haciendo actos de
fe. Y Simón Pedro es el ícono del hombre al que el Señor Jesús hace hacer en
todo momento actos de fe.
Cuando
Simón Pedro entiende esta dinámica, esta pedagogía del Señor, no pierde ocasión
para discernir, en cada momento, cual acto de fe puede hacer. Y no se equivoca.
Cuando Jesús actúa como su amo, dándole como nombre “Pedro”, Simón deja que lo
haga. Su “así sea” es silencioso, como el de san José, y se demostrará real en
el curso de su vida.
Cuando
el Señor lo exalta y lo humilla, Simón Pedro no se mira a sí mismo, sino que
está atento a aprender la lección de lo que viene del Padre y de lo que viene
del diablo. Cuando el Señor lo regaña porque se ha enaltecido deja que lo
corrija. Cuando el Señor bromea diciéndole que no tiene que fingir ante los
recaudadores de impuestos, va a pescar con las monedas. Cuando el Señor lo
humilla y le anuncia que renegará de Él, es sincero diciendo lo que siente,
como lo será cuando llora amargamente y cuando se deja perdonar.
“Tantos
momentos diferentes en su vida y sin embargo, una lección única: la del Señor
que confirma su fe para que él confirme la de su pueblo. Pidamos también
nosotros a Pedro –concluyó el Papa– que nos confirme en la fe para que nosotros
podamos confirmar la de nuestros hermanos”.
Fuente: Zenit