Siete argumentos sobre el
apoyo del cristianismo a la mujer
1.
Durante los primeros siglos de nuestra era, a través del derecho romano la
mujer era considerada un mero eslabón de la familia o una mercancía que se
intercambiaba a cambio de una dote. El padre elegía al esposo de su hija y
tenía, durante toda su vida, el poder de decidir sobre la vida o la muerte de
ella.
El
cristianismo aporta toda una nueva forma de considerar a la mujer. Los signos
y las palabras de Jesucristo iban dirigidos a hombres y mujeres por igual, sin
distinción.
Desde
los comienzos de la Iglesia, los pecados de todos, de hombres y mujeres, fueron
perdonados de igual forma para todos. Les fue prometido el mismo paraíso. Los
derechos y deberes de un cristiano son idénticos para los dos sexos.
2.
Es en este contexto del comienzo de la era cristiana cuando Cecilia e Inés
(o Agnes) de Roma, entre otras muchas mujeres, se atrevieron a proclamar su
libertad personal en el nombre de Jesucristo. Y lo pagaron con su vida.
Se
opusieron a la injusta autoridad paternal, a las presiones familiares y a las
costumbres seculares de vivir un matrimonio forzado. Ellas habían elegido
consagrar su vida y su virginidad al amor de Jesucristo.
La
Iglesia se pronunció en su defensa e hizo todo lo que pudo porque su elección
fuera respetada. Pero hicieron falta mucho tiempo y muchos mártires para que
las costumbres cambiaran y el ideal cristiano pudiera ser respetado por las
autoridades civiles.
3.
Sin embargo, hay muchos ejemplos que podrían mostrar cómo la Iglesia ha
tenido acaloradas discusiones en relación a la mujer. Algunas cuestiones,
por cierto, han perdurado varios siglos y no han sido siempre en favor de la
mujer.
Al
ritmo de la mentalidad de su tiempo, la Iglesia logra finalmente, aunque tal
vez con demasiada lentitud, alcanzar un justo reconocimiento de la dignidad de
la mujer.
Por
fin en el matrimonio la Iglesia exige el libre consentimiento de la mujer y del
hombre como condición sine qua non para la validez del
sacramento. ¿La razón? Una sola: proteger a las jóvenes de los matrimonios
concertados por sus padres o del secuestro.
4.
A partir del siglo XI comienza a desarrollarse una devoción muy especial hacia
la Virgen María y una gran parte de las catedrales góticas que
visitamos aún hoy día están dedicadas a ella, como por ejemplo, Notre-Dame de
París.
En
esta época, las mujeres, sobre todo las de la alta nobleza, gozaban de un mayor
prestigio y de una libertad que las conducía incluso a acompañar a sus esposos
a las cruzadas. En las cortes reales de diferentes países, las niñas recibían
la misma educación que los niños.
Los
monasterios femeninos se convirtieron en auténticos focos de cultura. Un buen
número de mujeres se convirtieron en autoras de obras literarias, teatrales y
espirituales.
5.
A partir del siglo XVI, en los países que habían adoptado la Reforma
protestante, se suprimieron las formas de vida consagrada en las que las mujeres
podían encontrar una forma de realización personal que no fuera el matrimonio,
así como la veneración a la Virgen María, que representaba una puesta en valor
indiscutible de la feminidad.
6.
En Francia, el contexto revolucionario buscará por todos los medios excluir de
la visibilidad sociocultural y política tanto a la Iglesia como a las mujeres.
La
secularización siguió creciendo como una afirmación de modernidad, con modelos
de realización típicamente masculinos.
El
progreso de la condición de la mujer, por desgracia, da un paso hacia atrás,
habida cuenta de que, ya desde el Renacimiento, los juristas habían resucitado
el derecho romano y, con él, el estatus de inferioridad de la mujer.
Esta
recesión se verá confirmada en el Código Civil Napoleónico, inspirado en el
derecho justiniano, obra del emperador bizantino del siglo VI, que hacía de la
mujer un ser “eternamente inferior”.
7.
Con la Revolución Industrial y la Primera Guerra Mundial se acelera la
participación de las mujeres en el mundo laboral y en los años 90 las mujeres
europeas y americanas se encuentran entre las más libres del mundo.
El
movimiento feminista había conseguido la mayor parte de sus objetivos: derecho
a la educación, derecho al voto, acceso a todas las profesiones, igualdad de
salario y muchas otras libertades.
Con
todos estos logros, uno podría pensar que, habiendo obtenido la igualdad en
dignidad y en derechos en relación al hombre, la mujer ya no se volvería a
sentir oprimida. Los estudios de género no tardarían en llegar.
La
Iglesia se explica claramente sobre las consecuencias que entraña un
menosprecio de este tipo hacia la complementariedad hombre-mujer en la
sociedad.
Además,
podemos constatar que la Iglesia nunca ha escrito tanto sobre la dignidad de la
mujer que durante los últimos veinte años.
EMMANUELLE PASTORE
Fuente:
Aleteia