La
oración en lenguas rara vez es xenoglosia (hablar milagrosamente lenguas
extranjeras que no se han aprendido) sino que casi siempre se trata de oración
de glosolalia: emitir sonidos articulados, bien pronunciados, con fervor,
reverencia, voluntad de oración, que san Pablo llama “orar en lenguas” o
“gemidos inefables”. Se consideran un don de Dios, no algo forzado o provocado.
En
algunos países, como en la India, la Renovación fomenta que la oración en
lenguas sea, sobre todo, cantada. Sirve para hacer oración verbal no
intelectual, no es imprescindible tener el don para ser carismático católico y
no expresa mayor santidad o espiritualidad, pero quienes rezan en lenguas
declaran que les ayuda mucho en su vida de oración y les da mayor libertad y
cercanía a Dios.
Muchos
consideran la oración en lenguas la puerta a otros carismas: la palabra de
conocimiento (saber cosas útiles reveladas por el Espíritu Santo), el don de
consejo, la profecía (que no es hablar del futuro sino exhortar y edificar con
palabras o imágenes que inspira el Espíritu)… Siempre se insiste en que es Dios
quien actúa a través de los hermanos, y que estos dones se ejercen, sobre todo,
en el contexto del grupo que ora, para beneficio de la comunidad y edificación
de la Iglesia.
Lloros y emotividad
En
cuanto a la emotividad, lloros, temblores y otras manifestaciones, los
carismáticos católicos tienen la experiencia (ya de medio siglo) de que esas
cosas forman parte del ser humano y de que Dios también actúa sobre la
emotividad de los hombres.
Cuando
un cristiano dice que Jesús es su Señor, lo reconoce también como Señor de su
emotividad, igual que lo es de su intelecto, su espiritualidad o su vida
familiar, económica, laboral y solidaria. Además, las lágrimas suelen verse
como signos externos de transformación interna, y forman parte del proceso de
sanación, o conversión.
Otro
fenómeno que se da a veces es el llamado “descanso en el Espíritu”: el mismo
cuerpo parece entregarse en contemplación o adoración y cae (al suelo, si nadie
lo recoge). Es una experiencia relativamente común, que quienes la experimentan
constatan que les aporta paz, cercanía a Dios y docilidad al Espíritu Santo.
A
menudo también se constata que tras un descanso en el Espíritu desaparecen
problemas emocionales, o espirituales, heridas, obsesiones o incluso
enfermedades físicas. En algunos grupos o países es más frecuente que en otros.
Por
otra parte, las emociones no son iguales en un ambiente carismático del África
negra que en un grupo de oración carismática en Noruega. La expresividad y
emotividad es distinta.
Los
grupos españoles, llenos de hermanos llegados de Hispanoamérica, suelen
encontrar un punto medio que acomode las distintas sensibilidades con libertad.
A los más expresivos se les pide un poco de contención, y a todos se les pide
empatía y respeto por los sentimientos y los procesos de los hermanos. Hay que
tener en cuenta que en el mismo grupo alaban y rezan juntos personas recién
llegadas a la fe y cristianos maduros de muchos años.
La conexión protestante
Los
estudiantes de Duquesne hace 50 años habían estudiado algo la experiencia de
los protestantes pentecostales y de los carismáticos baptistas, metodistas o
episcopalianos, y habían leído sus libros-testimonio clásicos La Cruz y el
puñal y Hablan otras lenguas.
Una
protestante carismática acudió a su retiro a contar su experiencia del
Espíritu, y oró con ellos. Desde el principio, los carismáticos, en EEUU y en
el resto del mundo, sintieron un llamado a trabajar con la unidad de los
cristianos y a confiar en que el Espíritu Santo encontraría las vías para
suscitar esa unidad.
En
2006 se celebró el centenario del nacimiento del pentecostalismo, que empezó en
una destartalada iglesia de la calle Azusa de Los Ángeles en 1906. Junto con
docenas de congregaciones pentecostales y carismáticas católicas, estaba
Charles Whitehead, veterano líder de la Renovación Carismática Católica, y
miembro del gabinete organizador del evento.
El predicador pobre y
negro… bautizado católico
El
hombre que encendió la llama en 1906 (avivada por el Espíritu) fue el pastor
negro William Joseph Seymour, un predicador pobre, tuerto, hijo de esclavos.
De
bebé en Lousiana fue bautizado católico, detalle importante que las crónicas
protestantes no siempre reseñan. Fue educado como baptista, se afilió al
movimiento de holiness (santidad) del que surgirían muchos pentecostales, y en
1905 acababa de descubrir la doctrina del “bautismo en el Espíritu Santo” en un
curso bíblico del pastor metodista Charles Parham.
Seymour
predicó en Los Ángeles la necesidad de ser santo, como muchos otros. Pero
añadía la necesidad de recibir el poder de Dios para evangelizar y hacer
milagros, el “bautismo en el Espíritu Santo”, distinto e independiente del
bautizo en agua. Este poder se obtendría entregándose a Dios, pidiendo ser
bautizado en el Espíritu; a menudo, se obtendría si otros hermanos rezan
imponiendo las manos sobre quien lo pidiese.
Los
feligreses de Seymour en Los Ángeles recibieron a partir de abril de 1906 el
don de orar y hablar en lenguas; muchos pensaban que hablaban lenguas
extranjeras por gracia divina, para poder ir a evangelizar a países lejanos, y
se publicaron testimonios de extranjeros
(judíos, indios) que oían a pentecostales negros o blancos hablar en sus
idiomas en aquel deteriorado edificio vacante en el número 321 de la Calle
Azusa.
Hombres
fornidos de todas las razas caían al suelo llorando, abrazándose, rezaban unos
por otros, se pedían perdón mutuamente y a Dios. Unos rezaban en lenguas, otros
anunciaban mensajes divinos, profecías. El fervor sincero y las conversiones
auténticas se mezclaban a veces con timadores o aprovechados.
Durante
años, alguien que experimentaba el “bautismo en el Espíritu” y necesitaba orar
en lenguas, bailar, alabar a voz en grito, profetizar, etc… difícilmente tenía
cabida en las denominaciones protestantes tradicionales (baptistas, metodistas,
presbiterianos, anglicanos).
Las
cosas cambiaron hacia 1960. Se calcula que había entonces unos 10 millones de
pentecostales y empezaba a haber protestantes que rezaban y vivían “a la manera
pentecostal”. En 1958 los episcopalianos aprobaron su rama pentecostal. Los
luteranos y los presbiterianos, en 1962.
Y
en 1967 llegó el retiro de Duquesne y la experiencia carismática se extendió
entre los católicos. Hay quien considera que fue un movimiento providencial del
Espíritu Santo: una ola de experiencia mística para contrarrestar la mezcla de
sensualidad y racionalismo cínico que llegarían con la revolución sexual del
68, la tecnológica y el materialismo marxista.
En el siglo XXI
Ahora,
medio siglo después, la Renovación Carismática ha crecido y está perfectamente
integrada en la Iglesia, aunque hay quien dice que es la estrcutura eclesial la
que no consigue dejarse “renovar”. Pero los desajustes son mínimos y tienen que
ver, a menudo, con la escasez de clero y la abundancia de fieles.
En
los cientos de miles de grupos surgen líderes laicos, y ya hay nietos que
aprenden de la experiencia carismática de sus abuelos. Eso no siempre es bueno,
porque la tentación de repetir lo de antaño casa mal con el Espíritu que “hace
nuevas todas las cosas”.
Empieza
a darse un clero que ha vivido y entiende la experiencia carismática. Y hay
muchos elementos carismáticos que empiezan a establecerse en la vida parroquial
con la normalidad de la cotidianidad: canciones, expresiones, grupos, formas de
evangelizar, formas de rezar…
Pero
en la Renovación insisten: siempre será necesario pedir, una y otra vez, que el
Espíritu Santo se derrame con su fuerza y su poder, y ver el mundo desde el
señorío de Cristo. Los carismáticos, como toda la Iglesia, cantan con
insistencia: “Maranathá, ven, Señor Jesús”.
En
El Arca y la Paloma, el 17 y 18 de febrero, 50 años después, en el mismo lugar
donde se inició la RCC, se emite un encuentro especial de oración en streaming:
hay que registrarse (gratis) en www.thearkandthedoveworldwide.org
Un
ejemplo en vídeo: el encuentro nacional de la Renovación Carismática en España
de 2015: misa, alabanza, adoración, intercesión…
Por
Pablo Ginés
Artículo
publicado originalmente por Religión en Libertad
Fuente: Aleteia
Fuente: Aleteia