Tu ángel de la guarda
puede ayudarte más de lo que imaginas
Ya
sabemos cuál es la misión de los santos ángeles de la guarda: conducirnos al
Cielo y a la salvación eterna. Pero, ¿cómo nos relacionamos concretamente con
ellos, en el día a día?
Antes
que nada, nuestros ángeles son nuestros amigos. No existen secretos entre
nosotros. Ellos saben todo lo que hacemos y –al contrario de los demonios, que
no ven a Dios cara a cara– saben también lo que pensamos.
En
relación a ellos es bueno saludarlos e invocarlos durante el día,
recordando también a los ángeles de los demás. Al saludar a alguien, es
interesante crear el hábito de saludar también a su santo ángel. Eso, además de
ayudar a la relación con la persona, nos ayuda a honrar a una persona santa,
que está junto a ella y, al mismo tiempo, al lado de Dios.
En
las Sagradas Escrituras, el ángel Rafael se ofrece para acompañar al joven
Tobías en su viaje: “Díjole Tobías: ‘¿Conoces la ruta de Media?’ Respondió:
‘Sí; he estado allá muchas veces y conozco al detalle todos los caminos”
(Tb 5, 5-6).
Los
ángeles conocen las cosas mucho mejor que nosotros. Por eso, también les
podemos pedir consejos, siempre que pasemos por alguna dificultad o peligro. Su
ayuda es importante especialmente frente a las tentaciones; al final,
ellos fueron colocados a nuestro lado para librarnos del infierno y llevarnos
al cielo.
De
los santos, también aprendemos valiosas lecciones para realizar con nuestros
ángeles de la guarda.
El
papa san Juan XXIII, por ejemplo, cuando tenía que resolver algún problema
difícil durante su trabajo en la nunciatura de París, apostaba por la
“diplomacia de los ángeles”: mandaba a su santo ángel a hablar con los ángeles
de sus interlocutores, para que ellos ayudaran a solucionar cualquier cuestión.
El Padre
Pío de Pietrelcina insistía mucho con sus hijos espirituales, para que le
enviaran a sus ángeles de la guarda, frente a cualquier necesidad. Era
frecuente que el santo no durmiera en la noche, al atender los pedidos de sus
hijos espirituales que le presentaban por medio de sus ángeles.
Santa
Teresita del Niño Jesús, en su poesía A mi Ángel de la Guarda, escribe:
“Tú
que los espacios cruzas
más rápido que el relámpago,
vuela por mí muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de sus ojos
con la pluma de tu ala,
y cántales al oído
cuán bueno es nuestro Jesús.
¡Oh, diles que el sufrimiento
tiene también sus encantos!
Y luego, murmúrales
quedo, muy quedo, mi nombre”.
más rápido que el relámpago,
vuela por mí muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de sus ojos
con la pluma de tu ala,
y cántales al oído
cuán bueno es nuestro Jesús.
¡Oh, diles que el sufrimiento
tiene también sus encantos!
Y luego, murmúrales
quedo, muy quedo, mi nombre”.
Vale
recordar también que no sólo las personas poseen ángeles de la guarda,
también las instituciones, las parroquias, las diócesis, las ciudades y los
países. Cuando san Juan María Vianney entró en Ars, impregnado de la
conciencia de lo sobrenatural, no dejó de saludar al ángel de aquella
parroquia, y a los ángeles de todos sus parroquianos.
San Francisco
de Sales, en la carta a un obispo, recomendó que él invocara al ángel de su
diócesis. Y en Portugal, existe una fiesta para el ángel del país, el mismo que
se apareció a los pastorcillos de Fátima.
Al
final, lo que es importante principalmente es imitar a los ángeles de la
guarda, buscando ser como ángeles para los otros y haciendo todo lo posible
para que ellos lleguen al cielo, donde, un día, contemplaremos todos juntos, el
rostro de Dios.
P. PAULO RICARDO
Fuente:
Aleteia