La primera misión de un
capellán es la de acompañar a sus fieles militares
Establecidas
por la ONU en los 50, las misiones de paz, u operaciones para el mantenimiento
de la paz como se las identifica formalmente, son instrumento importantísimo
para la consolidación de la pacificación de los pueblos tras los conflictos.
Nacen durante la Guerra Fría y movilizan las Fuerzas Armadas de distintos
países, policías y civiles que trabajan en conjunto para sostener la paz. 123
países colaboran con las operaciones, actualmente llevadas adelante en 16
países. ¿Pero sabías que esas delegaciones también pueden ser integradas
por capellanes castrenses?
Monseñor
Pedro Candia es el Administrador Diocesano del Obispado Castrense en la
Argentina, y explicó que, por ejemplo, en el caso de los soldados argentinos
que participaron en misiones de Paz de Naciones Unidas, siempre fueron
acompañados por capellanes castrenses.
“Éstos
están al servicio de los militares que, por su particular forma de vida, están
imposibilitados de frecuentar de manera regular una parroquia o un ministro de
culto. Así pues, la primera misión de un Capellán es la de acompañar a sus
fieles militares en su vida cotidiana de trabajo y de familia, como así también
brindar el servicio religioso en los despliegues de las operaciones de paz o en
los conflictos armados”, explicó.
Las
misiones, explicó monseñor Candia, se limitaban en un comienzo a “acciones
militares en sentido estricto”, pero como la naturaleza de los conflictos fue
cambiando, el papel del Capellán es “más necesario como apoyo espiritual tanto
de los militares como de los ciudadanos afligidos”, señaló en un diálogo con
Aleteia.
¿Qué aportan los
Capellanes a las Fuerzas de Paz?
“Los
Capellanes se suman a esta labor humanitaria que realizan nuestros hombres y
mujeres de armas por el mantenimiento de la paz. Asisten a la comunidad,
acompañan pastoralmente a los soldados procurándoles los medios espirituales
para enfrentar tan delicada y riesgosa tarea, fortaleciendo sus espíritus y
acompañándolos en la lejanía de sus familias y hogares.
Por
su especial vocación de servicio y particular entrega, la labor del Capellán es
fundamental entre sus fieles militares, ya que no es sólo un sacerdote, es
también un confidente, un compañero en los momentos de soledad, el amigo cuando
está lejos la familia. Es quien anima y acompaña a sus hermanos en todas las
dificultades por las que atraviesan. Los aconseja, los contiene, los escucha.
El Capellán es quien hace presente a Dios en medio de los hombres, acercándoles
su infinita bondad y consuelo.
Las
misiones de paz suelen tener ciclos. Cuando los integrantes de las Fuerzas de
Paz regresan a sus hogares, llevan adelante tareas radicalmente distintas.
¿Qué responsabilidades
pueden cumplir en la promoción de la Paz en sus respectivos hogares?
“La
Iglesia siempre se ha preocupado por ayudar a edificar la paz entre los
pueblos. El Sumo Pontífice Juan Pablo II señala en su constitución Apostólica
Spirituali Militum Curae, que los que forman parte de las Fuerzas Armadas deben
considerarse “como instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos”,
pues “desempeñando bien esta función contribuyen realmente a estabilizar la
paz”.
Los
soldados, una vez de regreso de sus destinos, cumplen una labor educativa,
tanto con sus pares como con sus familias y sus comunidades, compartiendo sus
experiencias y creando conciencia sobre la existencia y la gravedad de estos
conflictos, cultivando el interés y el compromiso hacia el otro que sufre.
Pareciera
que los conflictos bélicos se localizan en algunas partes del mundo, y en otras
zonas los conflictos son otros. Pero un tema emana como transversal y se aleja
de los puntos concretos de conflicto, y los globaliza. Los refugiados.
¿Qué responsabilidades
tienen las familias de otros países, que incluso por cada coyuntura, tienen
otros tipos de problemas con los que lidiar como el desempleo, la pobreza,
problemas de familia, etc.?
“El
Papa Francisco nos llama a comprometernos, a no sólo brindar una asistencia
pasiva, como observadores, sino de forma activa, el más pequeño aporte que
pueda realizarse puede marcar una diferencia enorme.
Los
soldados que regresan a sus hogares, regresan con una sabiduría nueva, una
experiencia que los cambia, como siempre nos cambia el ayudar a otro que sufre.
El
despertar de nuestra conciencia de hermandad, que sucede cuando ponemos nuestra
vida al servicio del aquel que padece la desolación de la guerra, nos cambia
profundamente. Nos hace crecer en nuestra fe porque nada nos enseña tanto como
el sufrir, y es allí cuando el infinito Amor de Dios se revela y vemos la
esperanza en su Misericordia.
Cuando
comprendemos que ese otro es hijo de Dios, y por ende, nuestro hermano,
comprendemos mejor nuestros problemas y los entendemos con una perspectiva
nueva, cargada de humildad y de Verdad, esa Verdad que sólo Dios nos enseña.
Cabe
destacar, que muchas veces, el escenario trágico de la guerra, también es
escenario de milagros, de grandes actos de fe y puede tener resultados
renovadores, como es el caso de la Segunda Guerra Mundial que tuvo como una de
sus consecuencias la emigración de ciudadanos europeos a nuestro país, lo cual
tuvo como resultado que hoy Argentina posea una cultura tan rica y variada.
Pareciera que la crisis de
refugiados es una crisis hoy asiática europea. ¿Qué puede aportar el pueblo
latinoamericano?
“América
Latina ha sufrido varios conflictos que amenazaron la paz a lo largo de su
historia. Por ejemplo, podemos mencionar los conflictos entre Argentina y
Chile, la Guerra de Malvinas y actualmente la búsqueda de la paz en Colombia.
El pueblo latinoamericano puede aportar, sin duda, su experiencia en procesos
de resolución de conflictos, el aprendizaje de ellos y la capacidad de
resiliencia que América Latina ha demostrado para adaptarse a las diferentes
situaciones, crecer a pesar, o incluso, a partir de ellas y buscar el consuelo
de Dios en la profundidad de su propia identidad para lograr soportar con fe
cualquier adversidad.”
ESTEBAN
PITTARO
Fuente:
Aleteia