Ese mandato no implica que
suspendamos toda opinión sobre todo comportamiento pues entonces ni siquiera la
predicación sería posible
Pregunta:
Jesús cuando vino al mundo enseñó a no juzgar,
sino por el contrario enseñó a amar, ¿por qué lo hacemos nosotros los
cristianos? — K.M.
Respuesta:
La expresión “no
juzgar” hay que saberla entender porquede otro modo lleva a contradicciones insolubles.
Piensa nada
más en esto: Cuando le decimos a alguien: “No
juzgues” ya estamos haciendo un juicio nosotros mismos.
Piensa también
en que si uno quisiera evitar absolutamente TODO juicio, uno no podría decir nada sobre los que secuestran niñas para violarlas y
matarlas porque
entonces uno estaría “juzgando” al que cometió tales hechos.
Y piensa
además que si uno intentara evitar TODO juicio
moral, resultaría imposible educar a un niño o a un joven porque educar siempre
implica expresar juicios morales; como por ejemplo: “No sigas el camino de los
corruptos, que se roban el dinero del pueblo.”
Por último,
démonos cuenta de que lo de “no juzgar” se dice y repite
machaconamente cuando se trata de ciertos comportamientos (y pecados) mientras
que otros sí son condenados duramente. Es frecuente que se aplique lo de no
juzgar a temas de afectividad y sexo (implicando que cada quien viva su
sexualidad más o menos como le parezca) mientras que el tráfico de drogas o las
actividades de la mafia se condenan sin tapujos. O sea que evitamos juzgar en
cuanto a los pecados “de moda” y sí juzgamos las lacras “de moda.”
Todo eso muestra que el sentido de las palabras de Cristo no podía ser–y no es–que debemos abstenernos de decir si las cosas son buenas o son malas. Uno no puede ver un secuestro o una violación, por ejemplo, y quedar amordazado por esta interpretación de las palabras de Cristo hasta el punto de no poder denunciarlo porque “eso sería juzgar.”
Entonces, ¿cómo entender rectamente la enseñanza del Señor?
Un buen punto
de partida es que Cristo no hablaba español, ni latín; quizás entendía bastante
griego pero su mente y corazón provienen del pueblo judío y de la raza hebrea.
Lo mejor es explorar las palabras “justicia/juicio” (mishpat) y “juzgar” (shaphat óshafat) desde el
hebreo. Y lo primero que uno nota es que shafat es un verbo que
equivale a “gobernar” de
modo que el que hace justicia es ante todo el mismo que gobierna, o sea, el
rey. Puesto que Dios es el rey del mundo y el soberano de las naciones de la
tierra, es claro que “hacer justicia” o dar el “mishpat” corresponde a Dios.
En nuestras
sociedades, en cambio, los juicios suceden en juzgados, y pueden ser apelados,
e ir a distintos tribunales, de más alto rango; o por el contrario, hay casos
que pueden prescribir y ya no ser sometidos al sistema judicial. En Israel, y
en general en todos los pueblos antiguos, el juicio sobre una situación o
sobre una persona, era algo que sucedía UNA VEZ y que venía directamente del
soberano (no
había nuestra famosa separación de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial);
pronunciar juicio no admitía en principio apelación y definía para siempre el
destino de una persona. Esa es la idea de “juzgar” que está detrás de la
advertencia de Cristo.
"Juzgar"
en lengua hebrea, es tomar el lugar del juez, y el único juez es Dios, cuyos
“juicios” indican la verdad definitiva y el destino final de cada persona. De modo que “no juzgar” equivale a: “No pretendas tomar el lugar de Dios
creyendo que puedes conocer o definir el desenlace final de la vida de otra
persona.” Por
supuesto, ese mandato no implica que suspendamos toda opinión sobre todo
comportamiento pues entonces ni siquiera la predicación sería posible.
Y no olvidemos que el mismo Cristo
nos invitó a practicar la corrección fraterna (Mateo 18, 15-17).
¿Cómo podría yo corregir a mi hermano si cada vez que le fuera a decir que está
haciendo algo incorrecto él me dijera: “¡Tú, cállate: me estás juzgando.”
En resumen: el
mandamiento de No Juzgar significa que no usurpemos el lugar de Dios en cuanto
a qué va a suceder finalmente en la vida de una persona; pero ello no impide que reconozcamos, en nosotros mismos y en los demás,
cosas que son incorrectas y que deben ser corregidas.
Por: Fr. Nelson Medina O.P.