¿Quiénes
eran las diaconisas y qué hacían? Una reflexión importante para comprender el
debate actual
El diaconado femenino tiene
precedentes históricos, según dice el documento de la Comisión Teológica
Internacional “El diaconado: evolución y perspectivas” (2003). Cómo eran esas
diaconisas, es el debate que mantiene hoy la Iglesia católica para decidir si
ese perfil puede ser restaurado en la comunidad católica actual.
En época apostólica, varias
formas de asistencia diaconal a los apóstoles y a las comunidades ejercidas por
mujeres parecía que estaban institucionalizadas.
Así, Pablo recomienda a
la comunidad de Roma a “Febe, nuestra hermana, diaconisa (he diakonos) de la
Iglesia de Cencre” (cfr Rm 16,1-4).
Parece claro que
Febe ejerció un servicio en la comunidad de Cencre, reconocido
y subordinado al ministerio del Apóstol.
Los exegetas están divididos
sobre 1 Tm 3, 11. La mención de las “mujeres” después de
los diáconos puede hacer pensar en mujeres-diáconos
(la misma presentación con “de igual modo”), o en las esposas de los
diáconos de los que se hablaba antes. En esta Carta no se describen las
funciones del diácono, sino solamente las condiciones para ser
admitidos. Se dice que las mujeres no deben enseñar ni dirigir a los hombres (1
Tm 2, 8-15). Pero es que las funciones de dirección y enseñanza tampoco las
podían ejercer los diáconos hombres, sino sólo el obispo (1 Tm 3, 5)
y los presbíteros (1 Tm 5, 17).
A principios del siglo II,
una Carta de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, menciona a
dos mujeres, designadas por los cristianos como ministrae, equivalente
probable del griego diakonoi (X 96-97). Solamente en el siglo III
aparecen los términos específicamente cristianos de diaconisa o diácona.
De hecho, a partir del siglo III, en
algunas regiones de la Iglesia – no en todas – existe un ministerio
eclesial específico atribuido
a las mujeres llamadas diaconisas. Se trata de Siria
oriental y de Constantinopla. Hacia el año 240 aparece una
compilación canónico-litúrgica singular, la Didascalía
de los Apóstoles (DA),
que no tiene carácter oficial. El obispo tiene los rasgos de un
patriarca bíblico omnipotente (cfr DA 2, 33-35, 3). Preside una pequeña
comunidad, que dirige sobre todo con la ayuda de diáconos y diaconisas. Estas
últimas aparecen así por primera vez en un documento eclesiástico.
La Didascalía pone
el acento en el papel caritativo del diacono y de la diaconisa.
El ministerio de la diaconía debe parecer como “una sola alma en
dos cuerpos”. Tiene como modelo la diaconía de Cristo, que lavó los pies a
sus discípulos (DA 3, 13, 1-7).
Sin embargo, diáconos y
diaconisas no tenían las mismas funciones. Los diáconos los elegía el
obispo para “ocuparse de muchas cosas necesarias”, y las diaconisas
solamente “para el servicio de las mujeres” (DA 3, 12,
1). La diaconisa debía hacer la unción corporal de las mujeres en el
bautismo, instruir a las recién bautizadas, visitar a las enfermas. No podía ni
administrar el bautismo ni tener un papel en la consagración eucarística (DA 3,
12, 1-4).
Esta es la oración que el
obispo hacía sobre la diaconisa: “Dios, eterno, Padre de Nuestro
Señor Jesucristo, creador del hombre y de la mujer, tú que llenaste
del espíritu a Miriam, Débora, Anna y Ulda, que no juzgaste indigno
que tu Hijo, el Unigénito, naciese de una mujer, tú que en tu tienda del
testimonio y en el templo instituiste guardianes para tus puertas santas, tu
mismo mira ahora a tu sierva aquí presente, propuesta para el diaconado,
dale el Espíritu Santo y purifícala de toda impureza de la carne y
del espíritu para que cumpla dignamente el oficio que le ha
sido confiado, para tu gloria y alabanza de tu Cristo, a ti gloria
y adoración en el Espíritu Santo por los siglos. Amén” [66].
Las diaconisas son nombradas
antes que el subiscono, las vírgenes y las viudas no podían ser “ordenadas”, no
tienen funciones litúrgicas pero tienen funciones comunitarias y son
intermediarias entre las mujeres y el obispo. Un testimonio de esto encontramos
en Epifanio de Salamina en el Panarion (escrito hacia el 375): “Existe en la Iglesia el orden de las
diaconisas, pero no sirve para ejercer las funciones sacerdotales”. Una ley de
Teodosio del 21 de junio del 390, revocada un año después, fijaba en 60
años la edad de admisión a las mujeres que querían ser diáconos.
El Concilio de Calcedonia (can. 15) lo ponía en 40 años, pero no se
podían casar después de la ordenación.
En el siglo IV, la forma
de vida de las diaconisas se parecía a la de las monjas. La responsable de una
comunidad monástica de mujeres era llamada diaconisa, según Gregorio de Nissa.
Hasta el siglo VI, asistían a las mujeres que se bautizaban, y distribuían la
comunión a las enfermas. Cuando la práctica de la unción corporal se abandonó,
se pasó a considerarlas simples vírgenes consagradas con voto de castidad, que
vivían en monasterios o en sus propias casas.
El fin del diaconado femenino
En el siglo X, cuando el
bautismo de adultos ya no se practicaba, su papel dejó de ser relevante. El Patriarca
Miguel de Antioquía (1166-99), comentaba en su Pontifical que el canon 15
de Calcedonia “había caído en desuso”. Las mujeres consagradas vivían en los
monasterios y ya no hacían servicios en la comunidad.
Existieron diaconisas en Roma
con seguridad hasta finales del siglo VIII. El sacramentario Hadrianum, enviado por el Papa a
Carlomagno contiene una oración para las diaconisas. Pero desde entonces, en
los rituales y documentos posteriores, ya no se habla de las diaconisas como
tales, sino de consagración de vírgenes y de abadesas.
Tiempos actuales
El texto del documento
de la Comisión Teológica Internacional (CTI) sobre El diaconado: evolución y perspectivas,
dedica la última sección del capítulo 2 a decir que “ciertamente existió un
ministerio de las diaconisas que se desarrolló de manera desigual en varias
partes de la Iglesia”, y que “no era simplemente equivalente al diaconado
masculino”, y que se instituía “por imposición de las manos”.
De igual manera que el papel
del diácono permanente, como una figura distinta y singular, ha
sido ampliamente recuperado después del Concilio Vaticano II, ¿podría
pensarse en “restaurar” el papel de las diaconisas? Es una decisión que compete
al Magisterio de la Iglesia, discernir si en los tiempos actuales esa figura es
conveniente para ayudar a la vida de la comunidad cristiana.
Fuente: Aleteia Español