En el consistorio para la creación de 17 nuevos cardenales, Francisco les
pide cuidar en su corazón y en el de la Iglesia la “invitación a ser
misericordioso como el Padre”
“El camino al cielo comienza en el llano,
en la cotidianeidad de la vida partida y compartida, de una vida gastada y
entregada”. Así lo ha recordado el papa Francisco a los neo cardenales, en el
consistorio que se ha celebrado esta mañana en la
Basílica Vaticana, para la creación de 17 nuevos cardenales. El nuevo cardenal
deLesotho, Sebastian Koto Khoarai, no ha podido viajar hasta Roma por razones
de edad. En el rito del consistorio se realiza la “imposición de la birreta”,
“la entrega del anillo” y la “asignación de título o diaconía”.
En la apertura de la celebración, el
nuncio en Siria, Mario Zenari, ha sido el encargado entre los nuevos cardenales
de dirigir un saludo de agradecimiento al Santo Padre en nombre de todos. Por su parte, el Santo Padre ha asegurado en su
discurso que “nuestra cumbre” es “esta calidad del amor”, “nuestra meta y deseo
es buscar en la llanura de la vida, junto al Pueblo de Dios, transformarnos en
personas capaces de perdón y reconciliación”.
Así, el Pontífice ha dicho a los nuevos
cardenales que hoy se les pide cuidar en su corazón y en el de la Iglesia
“esta invitación a ser misericordioso como el Padre”. Como
Iglesia –ha subrayado el Papa– seguimos siendo invitados a abrir nuestros ojos
para mirar las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad,
privados en su dignidad”.
Además, ha
recordado que el llamado de Jesús a los apóstoles va acompañado de un “ponerse en marcha”. En vez de mantenerlos en lo
alto del monte, “los lleva al corazón de la multitud, los pone en medio de sus
tormentos, en el llano de sus vidas”. Una invitación –ha explicado–
acompañada de cuatro imperativos que el Señor les hace para plasmar su vocación en lo concreto, en lo
cotidiano de la vida. Son “cuatro etapas de la mistagogia de la misericordia”:
amen, hagan el bien, bendigan y rueguen.
De este modo, el Santo Padre ha asegurado
que estas cuatro acciones las realizamos fácilmente con las personas cercanas
en el afecto pero, el problema surge cuando Jesús indica los destinatarios de
estas acciones: “amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian,
bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman”. Por eso ha lamentado que frente a los enemigos, “nuestra actitud primera e instintiva es
descalificarlos, desautorizarlos, maldecirlos”.
En esta línea, el Santo Padre ha querido
subrayar que “en el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos”.
Nosotros –ha indicado– levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a
las personas. Sin embargo, “el amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las
personas, porque es amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las
deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado”. Además, ha asegurado que
“el amor incondicional del Padre” ha sido y es “verdadera exigencia de
conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y
condenar”.
El Pontífice también ha aprovechado para
señalar que vivimos en una época en la que resurgen epidémicamente “la
polarización y la exclusión como única forma posible de resolver los
conflictos”. Por eso ha advertido de que muchas veces se considera enemigo a
una persona “por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres”, “por
su color de piel, por su idioma o su condición social”, “por pensar diferente
e inclusive por tener otra fe”. Y sin darnos cuenta –ha observado– esta lógica
se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder.
En esta misma línea, ha observado cuántas
situaciones de precariedad y sufrimiento “se siembran por este crecimiento de
enemistad entre los pueblos, entre nosotros”. Por eso, ha reconocido que “el
virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en nuestras formas de
pensar, de sentir y de actuar”. De este modo, “tenemos que velar para que esta
actitud no cope nuestro corazón”, porque iría “contra la riqueza y la
universalidad de la Iglesia” que podemos palpar en este “Colegio Cardenalicio”.
Al finalizar sus palabras, el Pontífice
ha leído la fórmula de creación y ha proclamado solemnemente los nombres
de los nuevos cardenales, anunciando el orden presbiteral o diaconal asignado.
El rito ha proseguido con la profesión de fe de los nuevos cardenales delante
del pueblo de Dios y el juramento de fe y obediencia al papa Francisco y sus
sucesores.
Los nuevos cardenales, según el orden de
creación, se han arrodillado delante del Santo Padre que les impone el solideo
y la birreta cardenalicia, entrega el anillo y asigna a cada uno una iglesia de
Roma “como signo de participación a la preocupación pastoral del Papa” en la
ciudad. Finalmente, después de la entrega de la Bula de creación cardenalicia y
de asignación del Título o de la Diaconía, el Santo Padre intercambia con cada
nuevo cardenal el abrazo de paz.
Rocío
Lancho García
Fuente:
Zenit