¿Sabes lo que es?
¿Podemos hablar con ellos?
Los ángeles siempre están de moda, y de
eso se encargan los comerciantes, porque para ellos son un buen negocio. ¿Cómo
ves? La creatividad comercial es muy hábil para pintar y modelar “ángeles” de
todos colores y sabores, en todo tipo de materiales y en cualquier objeto:
adornos, prendedores, pulseras, anillos, aretes… y hasta estampados en
camisetas.
Y no se diga los libros, películas y
programas de televisión sobre “ángeles” con los que te puedes tropezar, e incluso
“irte de pinta”. Sin embargo, la mayoría de las veces se tiene una concepción
de ángel muy equivocada, que surge por influencia de la New Age (Nueva Era) y
que se contrapone a la recta comprensión que la revelación cristiana tiene de
los ángeles (véase el Catecismo de la Iglesia Católica del no. 326 a 336).
¿Qué es pues un ángel? Empecemos por decir lo que no es. No es
un niño que muere y se convierte en “angelito”, y que ya crecido regresa a la
tierra a cumplir una misión. No es un ser de otro planeta que viene a
entrometerse divertidamente en la vida de los humanos, ni mucho menos un ser
dulzón con rasgos poco varoniles que espía la conducta de los hombres.
Un ángel es una criatura espiritual, no
corporal, por tanto, invisible a nuestro sentido de la vista, cuya existencia
la afirmamos como una verdad de fe, y la expresamos al recitar el Credo cuando
decimos: “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la
tierra, de todo lo visible y lo invisible”. Los ángeles son seres creados que
pertenecen al ámbito del “cielo”; es decir, de las cosas celestiales (por
contraposición a las cosas terrenales), son seres espirituales que en nuestra
vida actual ordinariamente no podemos ver, son invisibles para nosotros.
Conocemos su existencia por revelación. El testimonio de la Escritura es tan
claro como la unanimidad de la Tradición al hablarnos de ellos.
San Agustín dice de los ángeles: “si me
preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si me preguntas por lo
que hace, te diré que es un ángel”. Es decir, que el nombre de ángel designa la
acción de este ser espiritual. Su ser está orientado por un lado hacia Dios:
con todo su ser son servidores y mensajeros de Dios, por otro lado, orientado
hacia los seres humanos. Son nuestros “hermanos mayores”, que, en el plan
eterno de salvación, están al servicio de los hermanos menores; es decir,
nosotros, para ayudarnos a alcanzar nuestro fin último objetivo que es Dios.
Los ángeles, en cuanto criaturas
espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son seres personales e
inmortales. Su representación alada viene de las tradiciones orientales y
seguramente del libro del Éxodo, donde Dios describe así a los custodios del
Arca de la Alianza.
Toda la vida de la Iglesia se beneficia
de su ayuda misteriosa y poderosa. Desde la infancia a la muerte, la vida
humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. “Cada fiel tiene a su
lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida” (San Basilio).
En la Misa, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces
Santo. Así invocamos su asistencia y celebramos la memoria de algunos de ellos
(Miguel, Gabriel, Rafael, los ángeles custodios).
Hay quien se pregunta si alguna persona
puede ser medio para hablar con ángeles. Debemos responder que todos podemos
hablar con los ángeles, y esto se llama oración, es decir, que no hace falta un
intermediario para que nuestras oraciones lleguen a ellos. Pero hemos de tener cuidado porque hay
personas que muchas veces por ignorancia, y otras por auténtica maldad, se
constituyen en médiums (medios) para hablar con los ángeles; pero en este caso
hablarían con los caídos, que son los demonios. A estos médiums se les llama
nigromantes. Quien recurre a estos médiums abre puertas al demonio y comete un
pecado muy grave contra el Primer Mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las
cosas”.
Podemos, pues, hablar con todos los
ángeles que queramos a través de la oración, especialmente con nuestro ángel de
la guarda o con los arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael, sin olvidar que el
centro de nuestra fe es Dios Trino. Pidamos su intercesión, de la misma manera
que pedimos la intercesión de los santos y de María Santísima. Hagámonos amigos
de los ángeles, compañeros de camino, que quieren ayudarnos a entrar en el
Reino de Dios.
Artículo originalmente publicado por Desde
la fe
Fuente:
Aleteia