Eucaristía y diversos errores doctrinales
En la Eucaristía ocurre el misterio de la
transubstanciación, es decir, el cambio sustancial del pan y del vino en el
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Este misterio sólo se acepta por la fe teologal, que
se apoya en el mismo Dios que no puede engañarse ni engañar; en su poder
infinito que puede cambiar las realidades terrenas con el mismo poder con que
las creó de la nada.
Pero a lo largo de la historia de la Iglesia ha habido
quienes negaron este misterio de la transubstanciación por falta de fe. Hasta
el Siglo XI no hubo crisis de fe en el misterio eucarístico.
Fue Berengario de Tours el primero que se atrevió a
negar la conversión eucarística en 1046.
El Sínodo de Pistoia, siglo XVII calificaba de
“cuestión meramente escolástica” y pedía descartarla de la catequesis.
Ciertamente este sínodo no fue aprobado por el Papa.
En el Siglo XX surgió una sutil opinión de los
modernistas que defendían que los sacramentos estaban dirigidos solamente a
despertar en la mente del hombre la presencia siempre benéfica del Creador.
Pero así no sólo se negaba la transubstanciación sino también la misma
presencia real de Cristo en la Eucaristía. Fue Pío X en 1907 quien corrigió
este error modernista en su Decreto “Lamentabili”.
Otros quieren ver sólo un símbolo y signo de la
presencia espiritual (no real) de Cristo. Pío XII corrigió este error en su
Encíclica “Humani Generis” en 1950.
Hay quienes creen que se trata de una simple cena
ritual, no de una presencia real. Es un simple símbolo. Y dan un paso
más. Hay opiniones provenientes de teólogos de los Países Bajos, Alemania y
Austria que hablan de transfinalización, es decir, después de las palabras de
la consagración, sólo habría un pan con un fin distinto, y de
transignificación, es decir que después de la consagración habría un pan con
significado distinto. Sí, es verdad; hay una nueva finalidad y una nueva
significación, pero porque hubo un verdadero cambio de sustancia, porque hubo
una verdadera transubstanciación.
Fue Pablo VI, en 1968, quien hizo frente a estos
errores y escribió la bellísima encíclica sobre la Eucaristía titulada “Mysterium
Fidei”. Y en esta encíclica volvió a recordar Pablo VI la doctrina
tradicional de la Eucaristía: la transubstanciación.
Tratando de resumir los errores sobre la Eucaristía
diríamos:
· Es comida de pan solamente. No se acepta que haya habido un verdadero milagro: la transubstanciación.
Nosotros, por el contrario, decimos con fe: la Eucaristía es el verdadero Pan
del cielo, es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, realmente presentes.
No se acepta que Cristo esté
realmente presente en la Eucaristía, en los Sagrarios. Se prefiere decir que es un símbolo o un signo, tal como la bandera es
signo de la patria, pero no es la patria, o la balanza es signo de la justicia,
pero no es la justicia. Nosotros proclamamos con fe: Cristo está realmente
presente, humanidad y divinidad, en cada Sagrario donde esté ese Pan
consagrado, reservado para los enfermos y para compañía de todos nosotros.
Se prefiere decir que es presencia
espiritual, no real. Sólo recibimos un efecto
espiritual pero no recibimos al mismo Dios. Es un pan más, una cena ritual,
pero no el verdadero banquete. Nosotros afirmamos claramente: en la Eucaristía
recibimos al mismo Jesucristo y Él nos asimila a nosotros y nosotros lo
asimilamos a Él, en una perfecta simbiosis.
Otro de los errores comunes de la
eucaristía es negar el carácter sacrificial de la santa Misa, es decir, negar que el pan y el vino se transforman substancialmente en
el Cuerpo “ofrecido” y en la Sangre “derramada” por Cristo. Se prefiere hacer
hincapié en el aspecto de banquete festivo. La Iglesia, y Juan Pablo II en su
encíclica sobre la Eucaristía ha vuelto a resaltar el carácter sacrificial de
la Eucaristía. Es banquete, sí, pero banquete sacrificial. Dijo el Papa en esta
encíclica: “Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro
significado y valor que el de un encuentro convival fraterno” (n. 10).
Es cierto que sin fe en la omnipotencia de Dios, en el
poder de Dios, en Dios mismo, no se entiende la Eucaristía. Si Él lo ha dicho,
esto es un milagro, es verdad, aunque nuestros sentidos nos engañen.
Pidamos entonces fe. Y cantemos el famosísimo himno “Adoro devote”:
“Te adoro devotamente, oculta Verdad,
que bajo estas formas estás en verdad escondida,
a ti se someta todo mi corazón
pues, al contemplarte, todo él desfallece.
La vista, el gusto y el tacto en ti se engañan:
sólo el oído es verdaderamente digno de fe;
creo cuanto ha dicho el Hijo de Dios,
porque nada hay más verdadero
que la palabra de la verdad.
Señor Jesús, misericordioso pelícano,
a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,
pues una sola gota de ella podría salvar
al mundo entero de todo pecado.
Oh Jesús, a quien contemplo ahora oculto,
¡cuándo se realizará lo que tanto deseo!:
que, viéndote con el rostro descubierto,
sea dichoso al contemplar tu gloria. Amén”.
Por: P. Antonio Rivero LC
Fuente: Catholic.net