Claro que existe. ¡Mira
y evalúa si es el caso de la tuya!
La mayoría de las personas
tiende a estar de acuerdo con esto: la manera de decorar una casa puede revelar
mucho sobre las personas que viven en ella.
Existen casas alegres y casas
ceñudas; casas modernas, casas neoclásicas, casas mediterráneas; casas joviales
y casas envejecidas, casi agonizantes; casas limpias y casas sucias…
Y existen casas budistas,
judías, musulmanas, ateas, sincretistas… O católicas.
Pero ¿cómo es una casa
católica?
Evidentemente, nada puede y
debe ser más católico dentro de tu casa que tú mismo y tu familia. De poco sirve “adornar” tu
sala o los cuartos con imágenes y símbolos de la Iglesia si tu vida no refleja
en la práctica la fe que dices abrazar. Revístete de Cristo – y lo demás vendrá
como consecuencia.
Con esta premisa fundamental,
no deja de ser importante que también el ambiente a tu alrededor sea coherente
con la visión católica del mundo.
Una casa católica es
acogedora y humanamente cálida. Nuevamente, el principal factor que le atribuye esas
características es el comportamiento de tu familia, que quede claro. Pero
también es importante que el “estilo” de tu casa católica transmita esa calidez
humana.
Entre los elementos que
transmiten el “espíritu católico” están cosas prosaicamente sencillas, como una buena luminosidad natural, buena
ventilación, la existencia de plantas y, si es posible, un jardín. Todo limpio
y bien cuidado.
La virtud del orden transpira victoriosamente sobre la
pereza – y no existe decoración más bonita que la limpieza.
En términos de estilo, lo
demás queda a tu criterio. Nada impide que tu casa sea moderna, tecnológica,
adornada con obras de arte, o que sea simple, igual a las del vecindario, sin
lujos. Todo eso es secundario: es un medio, no un fin.
La importancia de estos
aspectos aparentes está en la intención y en el mensaje que transmiten:
si sirven para transmitir vanidad, apego material, arrogancia, entonces no sólo
no serán católicos, sino tampoco serán elegantes.
Por otro lado, la falta de
recursos materiales tampoco puede ser disculpa para una casa desarreglada,
“dejada”, descuidada: el mensaje de este otro “estilo” también está lejos de
ser católico.
Hasta aquí, no salimos de lo
básico; más “básico”, en este caso, es sinónimo de imprescindible. Calidez, sencillez y limpieza,
al final, son irrenunciables.
Bien recibido por ese
ambiente humanamente sano de tu residencia, ahora pueden (y deben) venir
también los elementos más “específicamente” católicos.
¿Qué tal si para empezar, una imagen de Nuestra Señora o del
Sagrado Corazón, en el jardín de tu casa? Esta sería una forma,
además, de dar testimonio a tus vecinos de que profesas seriamente la fe
católica y no necesitas esconderla en tu propia casa.
Pasando a los ambientes
internos, hay un elemento visual esencial en toda casa católica: el crucifijo. De preferencia,
uno en cada habitación. Puede ser la cruz sola o quizás mejor el
Crucificado, Jesús clavado en la cruz.
No es la cruz, como tal, la
que nos salva: es Cristo, que enfrenta y derrota la muerte de cruz, iluminando
nuestras propias pequeñas cruces del día a día y las transforma con nuestro
consentimiento, como garantía de salvación.
También son recomendables los iconos o imágenes de Jesús, María y José y tu
santo patrón. Pero es particularmente recomendado entronizar en tu casa el
Sagrado Corazón de Jesús, consagrando a Él tanto tu hogar como, principalmente,
tu familia, que vive en él.
Algunos pueden
considerarlos como “elementos de mal gusto”, y esto sirve como prueba a tu
coherencia. ¿Tu casa prefiere agradar al mundo o reflejar auténticamente aquello
en lo que crees?
Está claro que no hay
necesidad de colocar imágenes por todas las habitaciones y transformar tu
residencia en un museo de obras sacras (además de caer en una especie de
falta de templanza, esto podría hasta rayar en falta de confianza filial: “Ah,
si no lleno mi casa de imágenes es porque estoy cediendo a la vergüenza del qué
dirán y, por lo tanto, estoy negando o escondiendo mi fe)”.
Cuidado con esas ideas: no
seas “católico” por miedo. Ser católico no es nada de eso. Sé espontáneo, sé sencillo. ¿Piensas que
una persona que no pone fotos de sus padres, hermanos e hijos en abundancia por
toda la casa es porque no los quiere? No es eso lo que define nuestro amor. Hay
que saber discernir entre la autenticidad y la artificialidad.
Aclarado esto, encontrarás
maneras de ser elegante sin renunciar a tu fe, o de demostrar tu fe sin ser “de
mal gusto”.
Con la rica historia de arte
católico, además, encontrarás fácilmente elementos
sacros que armonicen también con tu gusto personal.
Piensa, además, en un altar doméstico, o un icono instalado en la parte de la casa donde sueles
recogerte para rezar con más frecuencia.
Al final, es este el sentido
de las imágenes dentro de la fe católica: recursos visuales que sólo tienen
razón de ser como medios para ayudarnos al recogimiento y al fervor. Las
imágenes en sí no son el objetivo de nuestra adoración: eso sería, pura y
simplemente, idolatría.
Y no te olvides del coche. ¿Qué tal un
rosario y una medalla de san Cristóbal en el espejo retrovisor? Recuerda primero
pedir a un sacerdote que los bendiga.
Finalmente, tú mismo puedes revestirte no sólo espiritual,
sino “externamente” también de Cristo: usa un crucifijo; conoce y adopta una
medalla devocional y, principalmente, pide a un sacerdote que te imponga el escapulario.
Más que recordatorios
visuales de que eres católico, son sacramentales:
señales visibles de nuestra fe y recursos auxiliares para estimularnos en la
unión cada vez más intensa con Jesús (nada de confundirlos con amuletos).
Todos estos recursos han de
adoptarse, pero también hay elementos que hay que abandonar.
Hay ciertos “adornos” que
contradicen la fe católica: objetos llamados “místicos” en sentido esotérico u ocultista,
símbolos y ritos paganos o de creencias incompatibles con la fe en Cristo,
supersticiones, imágenes y elementos mundanos que no combinan con las virtudes y
valores cristianos…
Y, más importante, existen actitudes que hay que abandonar en una casa
católica. No sólo los pecados graves, que no necesitan ni mencionarse, sino
también las posturas que, de tan comunes y “humanas” que son consideradas en
algunas casas, parecen casi formar parte del “pasaje natural” de las mismas:
exceso de televisión o Internet, aislamiento y falta de comunicación personal y
constructiva, hábitos de pereza y hedonismo, mal humor e irritabilidad, falta
de educación y de caridad, falta de higiene y de cuidados personales y ajenos,
exceso de atención a los placeres de la mesa,…
Estas posturas deben ceder
espacio al respeto,
al servicio, al cuidado, a la atención… en resumen: al amor. Al final, si el
amor no estuviera presente en tu casa, no existe nada que pueda volverla
católica. Ni el propio Dios, que sólo entra en tu vida si tu amor lo autoriza.
Fuente:
Aleteia