Lo que cuenta es la
pureza interior
Desde tiempos inmemoriales las bodas son
eventos llenos de tradiciones, rituales, e incluso a veces de supersticiones:
lanzar el arroz a la salida de la iglesia; llevar algo nuevo, algo viejo, algo
prestado y algo azul; evitar que el novio vea a la futura esposa antes de la
ceremonia; atar latas y cintas en la parte trasera del automóvil cuando los
esposos se van de luna de miel; que el novio se case de negro y la novia de
blanco; el ajuar de las novias, etc.
Todos los novios observan algunas o todas
estas costumbres ya sea por tradición familiar, por convicción personal, por
darle gusto a alguien o sencillamente por su masiva aceptación; se aceptan o
asumen estas costumbres pues detrás de todo esto hay una bonita simbología.
Y aunque nada de todo esto se relacione
con la fe ni tenga nada que ver con la correcta concepción del matrimonio
como sacramento, la Iglesia no se contrapone.
La Iglesia acepta todo este conjunto de costumbres “inocuas” que sólo buscan dar alegría, realce y
lustre al matrimonio; son sólo realidades
accesorias que permiten ver el matrimonio como un momento único y especial en la vida.
Lo único verdaderamente importante y que
le interesa a la Iglesia y quiere hacer bien es velar por la preparación de los novios para que asuman
responsablemente la realidad sacramental del matrimonio, y así
garantizar su validez, su licitud y su vivencia a la luz de la fe.
Dentro de estas costumbres, que también
se pueden considerar como el marco externo o el adorno del sacramento del
matrimonio, está la vestimenta de los novios y sus colores. Centrémonos en el
vestido de la novia.
Pero antes de hablar del vestido de la
novia, miremos algo con respecto al color
blanco. Para la Iglesia, el color blanco es signo de la
dignidad de los hijos de Dios y de su santidad, dones recibidos en el
sacramento del bautismo.
Por esto en el bautismo se realiza el
rito explicativo de la imposición de la vestidura blanca; signo de la dignidad
cristiana del infante. La dignidad del ser hijo de Dios y su santidad bautismal
son dones que se mantienen al recibir los sacramentos de la iniciación
cristiana (la primera comunión y confirmación); por esto desde muy antiguo se
acostumbra a vestir de blanco a los niños al recibir estos sacramentos.
Para los demás sacramentos, y hablando
concretamente del sacramento del matrimonio, la Iglesia no tiene nada
establecido ni prohibido. Las
personas se pueden presentar para contraer matrimonio canónico con el vestido
QUE QUIERAN y con el color que quieran.
Todo radica en las posibilidades y gustos
personales, con las opciones con las que se sientan más a gusto.
Con respecto al vestido blanco de la
novia todo es cuestión de UNA
TRADICIÓN o costumbre muy humana o de una moda.
Una moda que se empezó, según se cuenta,
a raíz del matrimonio de la Reina Victoria de Inglaterra en la primera mitad
del siglo XIX, quien se casó de blanco. Hasta entonces, sobre todo en la
realeza, se acostumbraba usar vestidos de colores más o menos vivos.
El vestido blanco y la boda en sí misma
de aquella reina impactaron tanto en la sociedad europea, que las novias, sobre
todo las occidentales, quisieron imitarla.
Muy pronto los vestidos blancos se
convirtieron en símbolo de distinción, de clase y de alto poder adquisitivo,
consagrándose de esta manera el color blanco como el color predominante para
las ceremonias nupciales.
Una extendida tradición relaciona el
vestido blanco con la virginidad, pureza, dulzura o candor de la novia. A
veces, la elección de este color responde a un gusto particular o a la
imitación de prototipos.
Muchos diseñadores poco a poco están
introduciendo vestidos de colores (incluyendo el blanco) de varias tonalidades.
Y esto puede ayudar a evitar juzgar a las personas interpretando,
mediante el convencionalismo de los colores, su vida íntima.
Hay que recordar además que la pureza de
la persona no está en el cuerpo, y menos aún en un vestido, sino en su alma; lo que cuenta es la vida interior limpia a través del sacramento de la
confesión.
Además, la pureza no es exclusivamente
sexual ni se debe centrar todo en la novia. La pureza de los novios, por igual,
incluye otras cosas igual o más importantes: un amor puro, una pureza o recta
intención, un corazón puro, etc..
Fuente: Zenit