Luego de
la confesión viene lo más difícil, la lucha contra ti mismo, la constancia de
permanecer en el amor de Jesús
Dijo el sacerdote a José,
un joven que decidió luego de muchos meses de guardar su pecado por temor a qué
le diría el sacerdote al confesar las faltas que había cometido.
José salió del
confesionario y fue con mucha devoción a la Capilla del Santísimo a cumplir su
penitencia. 5 Padre Nuestro y 5 Ave María. Estaba muy arrepentido y le pedía a
Dios que le ayudara a no volver a caer en el mismo pecado que lo había alejado
de su gracia.
Finalmente José se dijo:
Bueno, por fin me confesé… ¿Y ahora qué hago para no volver a pecar?
Así como José hay muchas
personas que no se confiesan porque no tienen tiempo, porque les da igual,
porque le tienen miedo al sacerdote, porque ya se acostumbraron, porque nunca
encuentran al padre en la parroquia, porque les conviene vivir así aunque sepan
que es pecado, en fin tantas razones y excusas.
El primer paso es reconocer el pecado y su daño y el segundo es tener la valentía de confesarlo con un sacerdote que se convierte en el mismo Jesús que te espera para darte su amor y perdonarte.
Luego de la confesión viene
lo más difícil, la lucha contra ti mismo, la constancia de
permanecer en el amor de Jesús al no cometer nuevamente el pecado. El enemigo
es fuerte y te presenta las tentaciones en la casa, en la universidad, en el
trabajo, en el parque, en el cine, en la propia Iglesia.
Si tu pecado es criticar:
muérdete la lengua y piensa antes de hablar. Pregúntate si lo que estás
diciendo es cierto y te consta. Si es así trata de contribuir en la solución
del problema de la otra persona, ora y actúa. Aconséjalo, enséñale, acércate y
dale una mano.
Si tu pecado son las
drogas: recuerda la vez que compraste una manzana y te salió podrida por
dentro. Por fuera se veía con buen color pero por dentro estaba podrida y
dañada. Así se vuelve tu cuerpo cuando fumas o consumes drogas o bebidas
alcohólicas. Aléjate de los lobos que se dicen llamar tus “amigos”. Un amigo no
te exprime, ni busca dañarte, tampoco te conduce al pantano oscuro y deprimente
que te lleva poco a poco a la muerte. Piensa en tu familia, en tu pareja, en
tus hijos. ¿Cuánto sufrirán al verte en un hospital o en camino a la muerte?
Si tu pecado es el sexo:
toma un trozo de cinta adhesiva y ponla una y otra vez en la palma de tu mano,
verás que luego de muchos “pega y quita” pierde el pegamento y finalmente no
sirve para nada. Haz la prueba y verás. Así nos pasa cuando tenemos sexo con
una y otra persona, a veces sin conocerla; nuestro valor se pierde y luego
seremos desechados. Te propongo la castidad como un medio de valentía y
compromiso con Dios y con tu futura esposa o esposo, que si bien no lo conoces
ahora, pero pronto estará agradecido porque le fuiste fiel sin conocerla/o. Es
muy difícil, pero no imposible lograr. Caerás, pero te levantarás y hoy sí para
no volver a caer jamás.
No olvides que tienes
muchas armas para ser constante y perseverar hasta el final. Asiste
a Misa, reza el Santo Rosario, la Coronilla a la Divina Misericordia y muy
fundamental; confiésate a menudo para que eso te asegure la cercanía y paz con
Dios.
Si tienes temor y no te
animas a confesarte, pídele un poco de valentía a la Virgen María, ella te dará
el valor y acompañará en el confesionario. Recuerda que el sacerdote inicia la
confesión diciendo: “Ave María Purísima…”.
Y no lo olvides:
“Tus pecados son
perdonados. -Vete y no peques más-“.
Por: Abraham Soto