La
historia del Santo Rosario, el ejercicio de la excelencia en honor a la Virgen
María
El pueblo cristiano siempre ha sentido la necesidad de
la mediación de María, Omnipotencia suplicante, canal de la gracia: se
multiplican así a lo largo de los siglos las devociones marianas, tanto
litúrgicas coma populares.
Sin embargo,
entre las devociones a María, con el paso de los años, una se destaca
claramente: el Santo Rosario, el ejercicio piadoso por excelencia en honor de
la Santísima Virgen María, Madre de Dios.
Entre las devociones a María, con el paso de los años, una se destaca claramente: el Santo Rosario
Entre las devociones a María, con el paso de los años, una se destaca claramente: el Santo Rosario
En la
antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las estatuas
que representaban a sus dioses como símbolo del ofrecimiento de sus corazones.
La palabra rosario significa "corona de rosas".
Siguiendo esta
tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio por los
romanos, marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más vistosas y con sus
cabezas adornadas de coronas de rosas, como símbolo de alegría y de la entrega
de sus corazones al ir al encuentro de Dios. Por la noche, los cristianos
recogían sus coronas y por cada rosa, recitaban una oración o un salmo por el
eterno descanso del alma de las mártires.
ORIGEN Y
DESARROLLO
En la Edad
Media, se saluda a la Virgen María con el título de rosa, símbolo de la
alegría. El bienaventurado Hermann le dirá: «Alégrate, Tú, la misma belleza. /
Yo te digo: Rosa, Rosa», y en un manuscrito francés medieval se lee: «cuando la
bella rosa María comienza a florecer, el invierno de nuestras tribulaciones se
desvanece y el verano de la eterna alegría comienza a brillar». Se adornan las
imágenes de la Virgen con una «corona de rosas» y se canta a María como «jardín
de rosas» (en latín medieval rosarium); así se explica la etimología del nombre
que ha llegado a nuestros días.
En esa época,
los que no sabían recitar los 150 salmos del Oficio divino los sustituían por
150 Avemarías, acompañadas de genuflexiones, sirviéndose para contarlas de
granos enhebrados por decenas o de nudos hechos en una cuerda. A la vez se
meditaba y se predicaba la vida de la Virgen. En el s. XIII, en Inglaterra, el
abad cisterciense Étienne de Sallai escribe unas meditaciones en donde aparecen
15 gozos de Nuestra Señora, terminando cada una de ellas con un Avemaría.
Sin entrar en
una discusión crítico-histórica pormenorizada sobre los detalles del origen
último del Rosario en su estructura actual, podemos afirmar que es, sin duda,
Santo Domingo de Guzmán el hombre que en su época más contribuyó a la formación
del Rosario y a su propagación, no sin inspiración de Santa María Virgen.
Motivo fue el extenderse la herejía albigense, a la que combatió, «no con la
fuerza de las armas, sino con la más acendrada fe en la devoción del Santo
Rosario, que fue el primero en propagar, y que personalmente y por sus hijos
llevó a los cuatro ángulos del mundo...» (León XIII, Enc. Supremi apostolatus,
1 sept. 1883).
A finales del
s. XV los dominicos Alain de la Rochelle en Flandes, Santiago de Sprenger y
Félix Fabre en Colonia, dan al Rosario una estructura similar a la de hoy: se
rezan cinco o quince misterios, cada uno compuesto por diez Avemarías. Se
estructura la contemplación de los misterios, que se dividen en gozosos,
dolorosos y gloriosos, repasando así en el ciclo semanal los hechos centrales
de la vida de Jesús y de María, como en un compendio del año litúrgico y de
todo el Evangelio. Por último se fija el rezo de las letanías, cuyo origen en
la Iglesia es muy antiguo.
La devoción al
Rosario adquirió un notable impulso en tiempos de León XIII añadiéndose a las
letanías lauretanas la invocación «Reina del Santísimo Rosario».
En los últimos
tiempos ha contribuido de manera especial a la fundamentación y propagación de
esta devoción mariana los hechos milagrosos de Lourdes y Fátima: «la misma
Santísima Virgen, en nuestros tiempos, quiso recomendar con insistencia esta
práctica cuando se apareció en la gruta de Lourdes y enseñó a aquella joven la
manera de rezar el Rosario.
ESTRUCTURA
La forma típica
y plenaria del rezo del Rosario, con 150 Avemarías, se ha distribuido en tres
ciclos de misterios, gozosos, dolorosos y gloriosos a lo largo de la semana,
dando lugar a la forma habitual del rezo de cinco decenas de Avemarías,
contemplando cinco misterios -diarios (la costumbre suele asignar al domingo,
miércoles y sábado los gloriosos; los gozosos al lunes y jueves y los dolorosos
al martes y viernes), rezándose al final de los cinco misterios las letanías
lauretanas. Juan Pablo II añadió el ciclo de misterios luminosos los jueves.
Los tres grupos
de misterios nos recuerdan los tres grandes misterios de la salvación. El
misterio de la Encarnación nos lo evocan los gozos de la Anunciación, de la
Visitación, de la Natividad del Señor, su Presentación en el templo y la
Purificación de su Madre y, por último, su encuentro entre los doctores en el
Templo.
El misterio de
la Redención está representado por los diversos momentos de la Pasión: la
oración y agonía en el huerto de Getsemaní, la flagelación, la coronación de
espinas, el camino del Calvario con la Cruz a cuestas y la crucifixión.
El misterio de
la vida eterna nos lo evoca la Resurrección del Señor, su Ascensión,
Pentecostés, la Asunción de María y su Coronación como Reina. «Todo el Credo
pasa, pues, ante nuestros ojos, no de una manera abstracta, con fórmulas
dogmáticas, sino de una manera concreta en la vida de Cristo, que desciende a
nosotros y sube a su Padre para conducirnos a Él. Es todo el dogma cristiano,
en toda su profundidad y esplendor, para que podamos de esta manera y todos los
días, comprenderlo, saborearlo y alimentar nuestra alma con él» (R.
Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, 3 ed. Buenos
Aires 1954, 261).
Juan Pablo
II incluyó en el rezo del Rosario los Misterios de Luz, que incluye
varias escenas de la vida de Jesús que faltaban por considerar: el Bautismo,
las Bodas de Caná, el Anuncio del Reino, la Transfiguración y la institución de
la Eucaristía.
INSTITUCIÓN DE
LA FIESTA DEL SANTO ROSARIO
El 7 de octubre
de 1571 se llevó a cabo la batalla naval de Lepanto, en la cual los cristianos
vencieron a los turcos. Los cristianos sabían que si perdían esta batalla, su
religión podía peligrar y por esta razón confiaron en la ayuda de Dios a través
de la intercesión de la Santísima Virgen. El Papa San Pío V pidió a los
cristianos rezar el rosario por la flota.
Días más tarde
llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano.
Posteriormente, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias el 7 de
octubre.
Un año más
tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra
Señora del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo de
Octubre (día en que se había ganado la batalla). Actualmente se celebra la
fiesta del Rosario el 7 de Octubre y algunos dominicos siguen celebrándola el
primer domingo del mes.