El Concilio Vaticano II enseña que la Iglesia
tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de la fe
Estamos convocados a las urnas el día 26 de
Junio. En muchos se ha instalado el desencanto ante el fracaso de la formación
del gobierno, la desconfianza en los políticos y cierto escepticismo sobre el
futuro.
Son actitudes que pueden minar la responsabilidad que tenemos en la
construcción de una sociedad mejor, que requiere la participación de todos, no
sólo con nuestro voto, sino con el trabajo diario en pro de los valores que
defendemos desde nuestra visión sobre el hombre y la sociedad, que todos queremos
más justa y solidaria.
Y recordó al beato Pablo VI, quien definió la
política como «una de las formas más altas de la caridad», porque exige
preocuparse del bien común, al que deben tender todas las fuerzas de la
sociedad. La «caridad política» es la actitud propia de gobernantes y
gobernados que, superando sus propios intereses particulares y de partido,
deben luchar por el respeto de la dignidad de toda persona y de sus derechos
inalienables y el verdadero progreso de la sociedad que sólo puede
desarrollarse atendiendo a la justicia, a la verdad y a la caridad con los más
pobres y necesitados. En este sentido, la caridad política es una forma
eminente y heroica de la caridad. ¿Será por ello que cueste tanto llevar un
político a los altares?
El Concilio Vaticano II enseña que la Iglesia
tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de la fe; no sólo
de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma
naturaleza humana y del Evangelio. La doctrina social de la Iglesia no es un
apéndice de la enseñanza de la fe, pertenece al anuncio central del evangelio
que busca la salvación integral del hombre. El cristiano debe, pues, formar su
conciencia en todo lo que se refiere al destino del hombre en esta tierra, a su
dignidad inviolable y a los derechos enraizados en su naturaleza humana.
Es cierto que ningún partido puede proponer un
programa que satisfaga plenamente las exigencias del plan de Dios sobre el
hombre y el mundo. Hay que discernir, sin embargo, entre las opciones políticas
aquellas que mejor permitan construir un mundo acorde con dichas exigencias de
justicia, fraternidad y paz entre todos los ciudadanos. Para un cristiano,
votar en conciencia significa, en primer lugar, formarla atendiendo al lugar
central que ocupa el hombre en la revelación cristiana. «Nadie puede exigirnos,
dice el Papa Francisco, que releguemos la religión a la intimidad secreta de
las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin
preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar
sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos» (Evangelii
Gaudium, 183).
Las elecciones no son una mera cuestión de
pragmatismo político. Es un momento en que la conciencia rectamente formada
apela a la responsabilidad civil y social. Es un ejercicio de discernimiento
porque está en juego la persona, la sociedad, y el lugar de la Iglesia en la
construcción de un mundo que no puede dejarnos indiferente. Se explica, pues,
«que la conversión cristiana exige revisar especialmente lo que pertenece al
orden social y a la obtención del bien común» (Evangelii Gaudium, 149).
+ César Franco Martínez
Obispo de Segovia.
Fuente: Obispado de Segovia