Priorato de la madre
Inés Y desde el día bendito
de tu elección, Madre querida, sí, desde ese día volé por los caminos del
amor... Ese día, ¡Paulina pasó a ser mi Jesús viviente... y se convirtió por
segunda vez en mi «mamá»...! [81rº] De tres años a esta parte, vengo teniendo
la dicha de contemplar las maravillas que obra Jesús por medio de mi Madre
querida...
Veo que sólo el sufrimiento es capaz de engendrar almas, y estas
sublimes palabras de Jesús se revelan como nunca en toda su profundidad: «Os
aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto». ¡Y qué cosecha tan abundante has recogido...!
Has sembrado entre lágrimas, pero pronto verás el fruto de tus trabajos y
volverás llena de alegría trayendo en tus manos las gavillas...
Entre esas
gavillas floridas, Madre mía, va oculta ahora la florecilla blanca; pero en el
cielo tendrá voz para cantar tu dulzura y las virtudes que te ve practicar día
tras día a la sombra y en el silencio de esta vida de destierro...
Al verte pintar primorosamente y
componer poesías tan encantadoras, pensaba: «¡Cómo me gustaría poder pintar y
saber expresar en versos mi pensamiento, y hacer así el bien a las almas...!»
No quería pedir estos dones naturales, y mis deseos permanecían ocultos en el
fondo de mi corazón. Pero Jesús, oculto también él en mi pobre corazón, tuvo a
bien demostrarle que todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol... Con
gran extrañeza de las hermanas, me pusieron a pintar, y Dios permitió que supiese
sacar jugo a las lecciones que mi Madre querida me dio...
Y quiso también que,
a ejemplo suyo, pudiese hacer poesías y componer piezas teatrales que a las
hermanas les parecieron bonitas... Al igual que Salomón, después de examinar
todas las obras de sus manos y la fatiga que le costó realizarlas, vio que todo
era vanidad y caza de viento, así también yo conocí por EXPERIENCIA que la
felicidad sólo se halla en esconderse y en vivir en la ignorancia de las cosas
creadas. Comprendí que, sin el amor, todas las obras son nada, incluso las más
brillantes, como resucitar a los muertos o convertir a los pueblos...
Los dones
que Dios me ha prodigado (sin yo pedírselos), en lugar de perjudicarme y de
producirme vanidad, me llevan hacia él. Veo que sólo él es inmutable y que sólo
él puede llenar mis inmensos deseos... Hay también deseos de otra índole que
Jesús ha querido convertirme en realidad, deseos infantiles como el de la nieve
para mi toma de hábito. Tú sabes bien, Madre querida, cómo me gustan las
flores. Al hacerme prisionera a los 15 años, renuncié para siempre a la dicha
de correr por los campos esmaltados con los tesoros de la primavera. Pues bien,
nunca he tenido tantas flores como desde que entré en el Carmelo...
Es
costumbre que los novios regalen con frecuencia ramos de flores a sus novias.
Jesús no lo echó en olvido y me mandó, a montones, gavillas de acianos,
margaritas gigantes, amapolas, etc., todas las flores que más me gustan. Hay
incluso una florecita, llamada la neguilla de los trigos, que yo no había
vuelto a encontrar desde cuando vivíamos en Lisieux; tenía muchas ganas de
volver a ver esa flor de mi niñez que yo cogía en los campos de Alençon. Pues
también ella vino a sonreírme en el Carmelo y a mostrarme que, tanto en las
cosas más pequeñas como en las grandes, Dios da el ciento por uno ya en esta
vida a las almas que lo han dejado todo por su amor.
Fuente: Catholic.net