Esta unión entre la Eucaristía y el amor a los pobres está ya en el origen de la Iglesia
Cuando la Iglesia habla de
caridad se piensa inmediatamente en la institución de Cáritas. Es lógico: la acción caritativa de la Iglesia tiene un
prestigio social que supera las fronteras de la misma Iglesia, puesto que, a la
hora de practicar la caridad, la Iglesia no distingue entre credos, razas ni
otras diferencias sociales. La caridad es universal o no es caridad.
Sin embargo, la caridad tiene su fuente en Dios. Dios es
Amor, dice la Escritura. Y en otro lugar, Dios nos amó el primero. El Papa
Francisco ha acuñado un término, que
llama a esta acción de Dios «primerear», es decir, «tomar la iniciativa»,
«adelantarse».
Por una razón
teológica fundamental: Dios es Amor y, por tanto, fuente de todo amor; y por
otra razón de tipo histórico: Dios nos ha entregado a su Hijo en la plenitud de
los tiempos para revelarnos la imagen perfecta del amor, imagen inseparable de
lo que la Iglesia celebra este domingo: el Corpus Christi. La Caridad hecha
donación hasta el extremo de hacerse alimento, el buen pan de Dios que se da a todo
aquel que quiere saciar su hambre de amor.
Esta unión entre la Eucaristía y el amor a los pobres
está ya en el origen de la Iglesia. En la Última Cena aparece la Iglesia como
una comunidad que recibe el Amor de Cristo, en el pan y el vino consagrados.
Aquella primera comunión de los apóstoles constituía la comunidad que brotaba del
amor de Cristo.
La comunión íntima que estableció Cristo con los suyos se
convertía, por su propia naturaleza, en una comunión estrecha con los hombres
más necesitados, de forma que entre las notas distintivas de la Iglesia
naciente, la palabra «comunión» significaba al mismo tiempo la comunión con
Cristo y la comunión con los pobres. La Iglesia estableció su cáritas vinculada a la fracción del pan.
En el Libro de los Hechos de los Apóstoles se dice claramente: «Los creyentes
vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según las necesidades de cada uno» (Hch 2,44-45).
Conviene tener esto en cuenta para entender el significado
de la Caridad en la vida de la Iglesia y no separar el amor de Dios y el amor a
los pobres, privando así al uno del otro. Los dos van siempre juntos, como dijo
en cierta ocasión la beata Teresa de Calcuta. Le peguntaron qué hacía primero,
al encontrarse con un pobre: hablarle de Dios o darle de comer. Contestó con
toda sencillez: hago las dos cosas al tiempo. En la Última Cena, cuando salió
Judas del Cenáculo para traicionar a Jesús, todos los demás pensaron que, como
tenía la bolsa común, se dirigía a dar limosna a los pobres.
Es hermoso pensar
que, mientras Cristo instituía el Sacramento del Amor, se pensaba en los más
necesitados. Así debe ser siempre: la Eucaristía es la fuente del amor, y,
celebrarla como merece, supone que compartimos con otros el amor que recibimos
de Cristo. Por eso, cuando Cristo en la Eucaristía procesione este domingo por
las calles de nuestra ciudad, cantaremos con gozo al Amor de los Amores. Es el
Amor primigenio, la fuente de todo amor, el Amor llevado
a la consumación, que nos enseña a compartir la vida con los demás, y
adelantarnos nosotros también, antes de que nos lo pidan, en la práctica del
amor.
+ César Franco Martínez
Obispo de Segovia
