El converso Tim Guénard, de una infancia
difícil a rescatar jóvenes de la calle
Tim Guénard tenía tres años
cuando su madre le ató a una farola y le abandonó en una cuneta. El día que
cumplió cinco, su padre le dio una paliza y le rompió 55 huesos. A partir de
ahí, una vida de soledad y abandono, entre internados, cárceles y sucesivas
familias de acogida.
Llegó a ser el preso más
joven de Francia y perteneció a una banda a la que ayudó a robar varios bancos.
Vendió su cuerpo a mujeres mayores, y se hizo boxeador para matar a su padre.
Sin embargo, el veneno del odio que le amargó la vida de niño ha desaparecido.
Hoy es libre.
Dice usted a menudo que no solo los más fuertes salen adelante,
sino también los más débiles y golpeados por la vida. Pero muchos miran a su
pasado con odio y rencor, y no pueden perdonar, o perdonan pero no olvidan.
¿Qué puede decirles?
Que si no hay perdón en tu
vida, hay veneno. Es como si decidieras envenenarte tú mismo. Si perdonas, te
liberas, descargas peso. Es el antídoto al veneno, creer que la vida no es solo
el ayer, sino también el mañana. Si te mantienes propietario de tus
sufrimientos, estos envenenan tu mañana. Te impiden conocer que mañana será un
día mejor, el día en el que Dios te espera. Porque el día de ayer ya no nos
pertenece.
El mayor placer es saber
compartir, aunque sean tus penas y sufrimientos. Si compartes tus penas con
Jesús, ya no te pertenecen más. Hay gente que acude al sacramento del perdón,
pero sigue hablando de sus sufrimientos. Es porque no se los han entregado a
Dios. Pero si se los das, Él los acepta y te cura. El Big
Boss es generoso. El acepta
todo nuestro sufrimiento. Pero la pregunta es si yo se lo doy.
¿Quiénes tienen hoy más necesidad de misericordia?
Los que no se quieren a sí
mismos. Los que han sufrido injustamente. Niños abusados, abandonados, testigos
de las peores cosas en su familia. Todas las personas así a las que nadie
presta atención porque estas cosas a veces se convierten en normales. ¿Y por
qué no se quieren? Porque son prisioneros de su sufrimiento y pueden incluso
provocar mucho sufrimiento similar a los demás.
Creo que todo el mundo en
algún momento se encuentra en la necesidad de llamar a la puerta de la
misericordia. A mí me ocurrió. Creo que es una bebida de amor para todo el
mundo. Todos somos pecadores.
En su casa acoge a personas con dificultades en sus vidas. ¿Qué
les ofrece?
Les enseño que la familia que
les acoge es una familia normal, con sus altibajos, fácil de imitar. Y les
intento dar un objetivo en la vida que ellos no tienen. Les enseño que, en una
familia, cuando nos hacemos daño, nos debemos pedir perdón. Así les demuestro
que no somos perfectos y que, precisamente por eso, tenemos el perdón. Les
enseño a escuchar a los demás. Para vivir la misericordia del amor, hay que
aprender a escucharse, a mirarse y, definitivamente, perdonarse.
No acogemos tanto a los
jóvenes para ayudarlos, sino para acompañarlos. Entre nosotros, debemos
comportarnos de modo que ellos se pregunten cosas y escuchen las respuestas. Y
debemos vivir
a Dios, no solo hablar de Dios. De pronto preguntan por qué los acogemos,
por qué les continuamos amando. Y la respuesta es Dios. Compartimos a Dios. El
Dios de todos.
Pero esto no es normal. Lo habitual es evitar a las personas
malas, a los diferentes…
Para que el animal salvaje dé
menos miedo, hay que observarle y guardar la distancia. Y te puedes ir
acercando poco a poco. Con una persona herida, es lo mismo. Si te acercas
demasiado, será agresivo. Si dejas espacio, os miráis y de pronto empezáis a
entenderos. El sufrimiento es así: déjale espacio. Te puedes ir acercando a
pequeños pasos. Es importante que las personas normales domestiquen a las personas diferentes. Creo que es un regalo que le gusta al Big
Boss.
A veces hay jóvenes que no
son fáciles de acoger. Y pienso en no acogerlos, pero luego me arrepiento porque
me doy cuenta de que Jesús podría estar detrás de él. Y Jesús me diría que vino
a mi casa y no lo acogí.
¿Acoge a todos?
A todos los que Él me envía.
A veces no tengo sitio, pero los acojo para comer o para una cena. A veces solo
les busco alguna solución. Nunca sabes si es Jesús el que se esconde detrás de
esta persona. No lo sabrás hasta que estés allá arriba. Yo
no acojo a la gente como un ser superior, porque si acojo a Jesús, ¡el superior
es Él! Cada vez que acoges a una persona es una aventura espiritual y divina.
No sabes quién es ese regalo de Dios. No sabes qué faceta de Dios se refleja en
esa persona. Y hasta que no lo amas, no lo descubres. No se descubre a la
primera.
Todas las personas que pasan
por mi casa se vuelven espirituales. Todos quieren una familia. El amor puede
dar miedo a quien no lo conoce. Por eso es importante que quien lo tiene lo dé.
¿Qué cree que es lo contrario al amor?
Juzgar. Los que juzgan a los
demás. Los que parlotean sobre los demás. La maledicencia. Todo lo que Jesús
dijo que no debíamos hacer. No calumniar. Hay palabras que matan, calumnias,
palabras maledicentes. Eso es lo contrario a la misericordia.
¿Quién es Dios para usted?
Es mi todo. Mi vida no tiene
sentido sin el milagro de Dios. Él ha querido que yo viva sobre la tierra, que
tenga ese privilegio. También me ha dado el privilegio de ser padre. Me ha dado
más confianza que los seres humanos. Dios está másloco que nadie. Me ha dado el mayor tesoro,
que son mis hijos, cuando sabe que voy a cometer errores. Es como darme un
tesoro. Pese a que es mi todo, a veces le ignoro porque tengo distracciones,
pero yo amo al Big Boss. Soy consciente de que todo lo que tengo:
mis hijos, la comida, una buena noche, pasar una frontera y conocer a buenas
personas, reencontrar a un ser querido, respirar, etc.
¿Y si las cosas van mal? ¿Si no estamos a la altura?
Entonces es consecuencia de
mi negativa. De que he querido respirar algo que no era bueno. En la vida se
cometen errores y hay que tomar riesgos. Pero Dios no nos quiere menos. Somos
nosotros los que nos queremos menos.
Hoy está casado y es padre de familia. ¿Como se puede practicar la
misericordia en casa?
Es como un viaje. A veces hay
que citarse en las estaciones de autobús para empezar un nuevo viaje juntos. Es
necesario reelegirse. No es suficiente estar casado y vivir juntos. Para no
olvidarse, hay que reelegirse. Y volverse a dar mutuamente para quererse más. Y
sucede lo mismo con los niños. Yo digo a mis hijos que cuando hago el bien
deben estar agradecidos, pero cuando no hago bien, tienen autorización para
decírmelo, porque yo cometo errores. Si yo cambio, es porque mis hijos creen en
mí, en que puedo cambiar.
Pero no puedes cambiar solo.
Para peinarte, hace falta un espejo; para cambiar tu vida, tu espejo es la
gente que te ama, que te hace feliz, que te ayuda. Todo esto, sabiendo que
somos seres por hacer, no hechos del todo. Tenemos que ser pulidos como una
tabla de madera.
Publicado en Alfa y Omega, por Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo/Miguel Maristany