AL ATARDECER DE NUESTRAS VIDAS NOS EXAMINARAN DE AMOR

No podemos erigirnos en fieles justos cuando en realidad practicamos una fórmula de cristianismo de salón que nos lleva a cumplir con todas nuestras devociones y no acordarnos, ni un minuto al día, de los hermanos

La conversión es un acercamiento íntimo y exclusivo a Dios. Necesitamos de esa exclusividad venturosa e iluminadora. Pero el tiempo pasa y el Señor nos pide otras cosas, cuando nuestra cercanía a Él está más consolidada. Y es que hay un momento en la vida de fe que uno se siente incómodo con tanta atención a las cosas propias. La preocupación por mejorar, por ser más efectivamente cristiano, necesita de una vigilancia permanente. Eso es más que evidente. Sería absurdo descuidar la casa propia para ponerse a barrer las de los otros. Es verdad, pero a veces hay una tendencia a estancarse en las cosas de uno con olvido de las necesidades de los demás.

La repetición de nuestras faltas habituales y grandes defectos, producen una cierta angustia, dosis de autocompasión o briznas de soberbia oculta. Ello nos hace perder mucho tiempo. Cuando tras un largo periodo, solo aparezcamos nosotros en nuestros pensamientos y apenas trabajemos por los demás, es que estamos en peligro de entrar en una peligrosa y complaciente soledad.


ACEPCIÓN DE PERSONAS

A pesar de que muchas de nuestras cosas personales no nos gustan, nos hemos acostumbrado a ellas y gozamos incluso con su "maldad". Sin embargo, la elección de trabajar por los otros trae incomodidad. La elección de los "otros" tampoco es fácil. La acepción de personas que habla la Escritura está siempre presente en nosotros. Es obvio que los consejos del Apóstol Santiago, en su carta, respecto a la idea preconcebida que nos haremos en función de sí nuestro prójimo está bien o mal vestido, ya nos da pistas de la tendencia a aceptar a unas personas y otras a rechazarlas. Y, sin embargo, en los pobres, en los marginados, en los solitarios, en los abandonados está Cristo; y a Él debemos servir a través de quienes --en muchas ocasiones-- nos gustan muy poco o nada.

LA CASA APUNTALADA

Pero como decíamos al principio, en la vía de la conversión hay un momento en el que uno se apercibe de que nuestra casa interior ya está lo suficiente apuntalada como para poder salir al exterior. El deseo y la necesidad de servir a los demás se abren de manera muy imperiosa. Y hay dos caminos que se complementan. Debemos mejorar el trato con las gentes más cercanas que tenemos: los miembros de nuestra familia, los compañeros de trabajo, los vecinos. El otro, que es más difícil, se refiere a los auténticamente necesitados: a esos pobres, marginados y abandonados que conviven también cerca de nosotros.

TRABAJAR PARA LOS NECESITADOS

Un camino muy adecuado para trabajar a favor de los colectivos de necesitados lo encontraremos, sin duda, en los diferentes grupos que habrá en nuestras parroquias. Y ahí, con la ayuda de otros amigos más experimentados, podremos iniciarnos en el apoyo a los hermanos. En este sentido, nos gusta insistir que la pertenencia orgánica a una parroquia nos obliga a ser coherentes con la misma. Hay muchas gentes cristianas que, basada su actividad religiosa en movimientos y obras, abandonan sus obligaciones parroquiales. Algunos profesan una idea poco correcta en torno a un cierto miedo al clericalismo; que luego, sin embargo, ejercen en su movimiento, creando un "movimientismo" que tienen los mismos defectos --o más grandes-- que al clericalismo al que ellos se refieren.

CRISTIANISMO “DE SALÓN”

En fin, todo son ejemplos. Lo importante es que vayamos, poco a poco, evitando nuestro aislamiento espiritual para abrirnos a las necesidades de los hermanos. Y no es malo iniciarnos en tal apertura en estos tiempos próximos a la llegada del Espíritu Santo. Y no se olvide que el amor a los hermanos, la dedicación a ellos, acompañarlos en los momentos difíciles, satisfacer sus necesidades materiales y espirituales e, incluso” dar la vida por los amigos” es la esencia del cristianismo.

No podemos erigirnos en fieles justos cuando en realidad practicamos una fórmula de cristianismo de salón que nos lleva a cumplir con todas nuestras devociones y no acordarnos, ni un minuto al día, de los hermanos.

Habrá que tener indeleblemente grabadas en el corazón las palabras de Jesús ante el Último Juicio. Nos va a preguntar si dimos de beber, si visitamos en la cárcel a los presos, si vestimos al desarrapado y no por otra cosa. Claro que, por otro lado, sería un absurdo dejar nuestra vida devocional, ni nuestra cercanía frecuente a los sacramentos –alimentos del alma--, pero el mismo absurdo o mayor sería si hiciéramos todo esto y no ayudáramos a nuestros hermanos. No lo olvidemos, sobre todo, al atardecer de nuestras vidas sólo nos examinaran de amor.


Fuente: Betania.es