La
autoexigencia excesiva y el perfeccionismo provocan mucha culpa...
Durante unos años me tocó
trabajar con una persona que era muy difícil. Creía que todo debíamos
hacerlo perfecto, sin ningún fallo. Siempre criticaba nuestros
errores, nos hacía sentir muy mal y nos decía que “Jesús nos mandó ser
perfectos”. Creo que ser perfecto es imposible y nunca he logrado
entender esta enseñanza de Jesús que, por otra parte, nos dice que
somos pecadores…
Su consulta me parece muy oportuna
en pleno Año de la Misericordia. De entrada le diría que esta persona,
desde una perspectiva nítidamente cristiana, era muy poco
“perfecta”, pues no es propio de un cristiano humillar y mortificar
al prójimo de esta manera.
Estas personas con obsesión de
perfección que no se perdonan ningún error y que, si tienen puestos
de responsabilidad, son un verdadero tormento para sus semejantes, son
personas enfermas, humana y espiritualmente enfermas.
Leía hace poco las declaraciones de
una sensata psicóloga que decía que la
autoexigencia excesiva y el perfeccionismo provocan mucha culpa,
impiden la felicidad y nos hacen muy intolerantes fuera y dentro.
Nunca he entendido a alguien que se
presenta “perfecto”, pues, desde
una antropología realista, el ser humano es esencialmente imperfecto,
inacabado y llamado a recorrer todo un proceso de superación que solo
culmina con la muerte.
Vamos ahora a aclarar el dicho de
Jesús según el cual hay que ser “perfectos”. Tal vez lo entenderíamos
mejor si tuviéramos en cuenta que lo que en realidad dijo el Señor es
“ser misericordiosos con el Padre”.
Y nos equivocaríamos
y mucho si pensáramos que Jesús se refiere a una perfección ética
que podemos alcanzar solo con nuestro esfuerzo.
Jesús nos dice todo lo contrario: la perfección cristiana es una tarea
imposible desde la autosuficiencia y solo es alcanzable como don
que Dios realiza en nosotros cuando nos dejamos transformar por obra
del Espíritu en hijos de Dios.
Y esta perfección es la perfección en el amor, en una
vida de comunión y misericordia que Dios nos concede.
Creer es acoger esta vida, es dejarnos transformar por Dios.
En esta perspectiva entenderá muy
bien el lema del Año de la Misericordia: “Misericordiosos como el
Padre”.
Dios tiene entrañas de
misericordia, se conmueve apasionadamente por su criatura, quiere
llevarla a la felicidad a pesar de su pecado.
Y cuando
nosotros acogemos esta misericordia nos volvemos misericordiosos, y
como Jesús manifestamos la misericordia del Padre en una vida nueva que es
don.
Y, siendo misericordiosos, lo
manifestaremos en “obras de misericordia” y una de ellas es la
comprensión, indulgencia y paciencia ante los errores y defectos de
nuestros hermanos.
Fuente: Aleteia
