Países como Siria, Ucrania, Irak, Yemen, Libia, Nigeria, Chad, Camerún,
Costa de Marfil o Venezuela en el centro del mensaje de la bendición Urbi et
Orbi en el Domingo de Pascua
En el domingo de la Pascua de la Resurrección del
Señor, el papa Francisco presidió, en el atrio de la Basílica Vaticana, la
solemne celebración de la misa en la plaza de San Pedro. En la eucaristía, que
comenzó con el rito del “Resurrexit”, participaron fieles romanos y peregrinos
procedentes de todas las partes del mundo.
Miles de flores de muchos colores
decoraban el atrio de la Basílica, dando así color al día que la Iglesia
católica celebra la Resurrección de Jesús. El Santo Padre no pronunció la homilía
tras la lectura del Evangelio, porque al finalizar la misa hizo la bendición
“Urbi et Orbi” con el Mensaje pascual.
Ante las simas espirituales y morales de
la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y
muerte, “solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación”,
aseguró. También subrayó que Jesús nos concede su mirada de ternura y compasión
“hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los
marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia”.
A propósito, el Papa observó que el mundo está
lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las
crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, tanto en el
ámbito doméstico, como conflictos armados a gran escala.
Y así, dedicó unas palabras para la “querida Siria”, a
la que Cristo resucitado indica caminos de esperanza, “un país desgarrado por
un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por
el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil”. Por eso
pidió encomendar al Señor resucitado “las conversaciones en curso”, para que,
“se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción de una sociedad
fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos”.
Del mismo modo manifestó su deseo de que se promueva un intercambio fecundo
entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio
Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Para israelíes y palestinos en
Tierra Santa deseó que se “fomente la convivencia” así como “la disponibilidad
paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los
cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y
sinceras”. También se acordó de la guerra de Ucrania para que alcance “una
solución definitiva”, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda
humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Recordando los recientes atentados de Bélgica,
Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil, el Santo Padre pidió que se
“avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo,
esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente
en diferentes partes del mundo”.
El Pontífice manifestó su deseo de que se lleve a buen
término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; en
particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el
Sudán del Sur. Que el mensaje pascual –añadió el papa Francisco– se proyecte
cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las
que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para
que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración
entre todos.
Unas palabras también para recordar a los emigrantes y
refugiados, “hombres y mujeres en camino para buscar un futuro mejor”, “una
muchedumbre cada vez más grande” que huye de la guerra, el hambre, la pobreza y
la injusticia social. Al respecto el Papa expresó su deseo de que la cita de la
próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner “en el centro a la persona
humana, con su dignidad”, y “desarrollar políticas capaces de asistir y
proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia”,
especialmente “a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos
étnicos y religiosos”.
Finalmente, dedicó unas palabras a “quienes en
nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir”: Mira, hago
nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la
vida gratuitamente (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús
–concluyó el Pontífice– nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor
vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.