Te mira
con un profundo amor, ve lo que tú no ves y saca de tu alma una belleza
desconocida
Tengo que confiar en mí, en
mi barro, en mi miseria. En la tierra de la viña que da fruto si cavo hondo, si saco las
piedras y la maleza, si riego, si cuido. Confío en esa tierra y en lo que hay
sembrado en mi interior.
Tengo que mirar el amor de
Dios y creer que en mí
hay escondida una montaña de ternura que Dios tiene que despertar. Con su agua,
con su luz, con su fuego. Creo en el fruto del amor que es el
que anhelo con toda mi alma. Por eso no me desespero, no dejo de creer, no me
desilusiono.
Leía el otro día: “Es la compasión y no la santidad lo que
hemos de imitar en Dios. No niega Jesús la ‘santidad’ de Dios, pero lo que cualifica esa santidad no es la
separación de lo impuro, sino su amor compasivo. Dios es grande y santo no
porque vive separado de los impuros, sino porque es compasivo con todos”.
Quiero ser santo, quiero ser
compasivo, quiero que su mirada me sane y cambie mi tierra. Esa mirada
compasiva de Jesús es la que me salva, la que me sana, la que me hace fecundo.
Esa mirada que cree en los imposibles y cree que en mi corazón hay una vida que
yo mismo desconozco.
Jesús me mira, mira mi alma y la ve bella, más bella de lo que yo la
veo, tal vez incluso más bella de lo que es. Esa confianza de Dios en mí, en lo
que yo mismo puedo llegar a ser, me conmueve.
Porque yo no confío tanto en
mí. No creo en mis posibilidades, en mi proyección. Pero si Él cree en mí, yo también creo.
El otro día vi una película
que me conmovió: La historia de Marie Heurtin.
Cuenta la historia real de una
niña sordomuda y ciega que aprende a comunicarse gracias al amor y la paciencia
que una monja tiene con ella.
En una escuela de niñas
sordomudas dirigida por una comunidad de religiosas esta niña incomunicada conoce el amor, y al conocer el amor,
conoce el mundo. Una de las monjas cree en ella, cree en la belleza oculta bajo
su aspecto salvaje, bajo su pelo enmarañado y sus gestos
hoscos. Cree que podrá lograr que aprenda a comunicarse con los demás.
Y su fe consigue lo imposible.
Después de ochos meses de esfuerzo sin fruto, Marie se deja peinar. Es el
primer paso. Después de ese primer paso se suceden los siguientes pasos. Esta
niña aprenderá a sentir cómo palpita el mundo bajo sus manos.
El amor de esa monja logrará
que pueda ver a Dios oculto en las cosas que no ve ni oye. Cerrada al mundo exterior, se abrirá al
mundo interior, donde se encuentra Dios a quien no puede tocar.
Y así aprende a ponerle
nombre a todo lo que no ve. Yaprende a comunicar el amor, con
caricias, con gestos, con su generosidad, con su vida.
El amor de la monja logra que
llegue a expresar lo que quiere decir. El amor misericordioso saca lo mejor de
ella. Porque han creído en ella, ella también
cree.
La mirada de esa monja sobre
su vida logra que aprenda a amar. Por eso más tarde, cuando esa mujer que le ha
dado todo se enferma gravemente, la niña la cuida con inmenso amor. El amor saca lo mejor de ella.
Con el tiempo ella ayudará a
otras niñas sordomudas y ciegas a comunicarse, a amar. El amor que recibimos saca amor de
nuestro corazón. Los lazos humanos que Dios nos tiende nos muestran torpemente
cuánto nos ama Dios y nos lleva a amar a otros hombres.
Creo que Dios me mira así, con un profundo amor.Mira mi tierra rota y seca,
cree y confía en mí. Yo veo a veces sólo la pobreza de mi vida, la fragilidad.
Veo mi miseria y me asombro, me turbo, me bloqueo.
Pero Dios ve lo que yo no
veo, cree en mí y saca de mi alma una belleza desconocida. Cava hondo, trabaja
la tierra. Confía en mí. Me gusta esa mirada. Me hace confiar. Mirar como Jesús
me mira. Amar como Jesús me ama. Un amor que saca lo mejor que hay en mi alma. Así quiero mirar yo siempre y creer en
los otros, en los que Dios me confía.
Fuente: Carlos Padilla/Aleteia
