El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos
El Papa
Francisco aseguró ayer al presidir el rezo del ángelus que todo creyente está
expuesto a una tentación: “considerar la religión como una inversión humana y,
en consecuencia, ponerse a ‘negociar’ con Dios buscando el propio interés”.
El Pontífice
explicó que, en cambio “en la verdadera religión se trata de acoger la
revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus
criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los
hombres”.
Y este en esto
consiste el ministerio de Jesús: “en anunciar que ninguna condición humana
pueda constituir motivo de exclusión -¡ninguna condición humana puede
ser motivo de exclusión!- del corazón del Padre, y que el único privilegio a
los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios”.
“El único
privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no
tener padrinos, de abandonarse en sus manos”, añadió.
Francisco
comentó el Evangelio de la liturgia del día en el que Jesús en la Sinagoga de
Nazaret primero se sorprenden de sus palabras y luego murmuran de él. “Les
aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”, les responde Jesús.
“A este punto
los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, echan a Jesús fuera
del pueblo y quisieran arrojarlo por el precipicio”, explicó el Santo Padre.
Según
Francisco, este pasaje recuerda que Dios ha venido al mundo para salvar a los
hombres, “Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los
tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estos
estén”.
“También
viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso:
viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros
pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en
el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante
verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a
encontrarnos, a buscarnos”.
El Papa dedicó
sus últimas palabras de la breve catequesis a la Virgen
María puesto que “ciertamente aquel día, en la sinagoga de Nazaret, también
estaba María allí, la Madre”.
“Podemos
imaginar los latidos de su corazón, una pequeña anticipación de aquello que sufrirá
debajo de la Cruz,
viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después
insultado, después amenazado de muerte”.
“En su corazón,
lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un
dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo”, concluyó.
Fuente:
Aciprensa
